Crítica Sundance: "La virgen de la tosquera", conjuro de adolescencia

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"La virgen de la tosquera"
"La virgen de la tosquera"
Por Santiago Echeverría

"La virgen de la tosquera", dirigida por la argentina Laura Casabé y basada en dos cuentos de la escritora argentina Mariana Enríquez, es una película que intenta fusionar el horror gótico, el drama social y el "coming-of-age" en un contexto marcado por la crisis económica argentina de 2001. Aunque la cinta, presentada en la competencia internacional de Sundance, tiene momentos de brillantez y una premisa intrigante, no logra consolidarse como una obra redonda, quedándose a medio camino entre sus ambiciones temáticas y su ejecución narrativa.

A principios del actual milenio, en un suburbio de las afueras de Buenos Aires, el calor sofocante del verano se mezcla con la tensión social que dejó el estallido de violencia de 2001 en Argentina. Este contexto de crisis económica y desesperanza colectiva sirve como telón de fondo para la historia de Natalia, Mariela y Josefina, tres amigas inseparables que acaban de terminar la escuela secundaria. Las tres comparten una obsesión común: Diego, un amigo de la infancia que se convierte en el objeto de su deseo adolescente.

Sin embargo, la dinámica del grupo cambia cuando Diego conoce a Silvia, una mujer treintañera atractiva y viajada, a través de un salón de chat en internet. Silvia, que vive en la Capital y ha recorrido Latinoamérica, representa un mundo de experiencias y libertad que las jóvenes aún no han alcanzado. Su presencia desestabiliza el equilibrio entre las amigas, especialmente para Natalia, quien ve cómo sus esperanzas de estar con Diego se desvanecen.



En un intento por recuperar el control, Natalia, con la ayuda de su abuela Rita, recurre a un conjuro inspirado en prácticas de macumba vernácula. Aunque el hechizo no tiene el efecto deseado sobre Diego y Silvia, desencadena algo inesperado en Natalia: una fuerza interior desconocida y misteriosa que comienza a manifestarse.

"La virgen..." tiene su mejor baza en mostrar la intensidad emocional de la adolescencia, especialmente en su representación de la rivalidad femenina y la búsqueda de identidad en un entorno hostil, su capacidad para explorar la adolescencia femenina desde una perspectiva oscura y visceral. Natalia, interpretada con notable profundidad por Dolores Oliverio en su debut actoral, es un personaje complejo: una joven que oscila entre la vulnerabilidad y la ira, entre ser la heroína o la antiheroína. Su lucha por lidiar con el desamor, el abandono parental y la presión social se convierte en el eje central de la historia.

El contexto social y económico de la Argentina de 2001 no es solo un telón de fondo, sino un elemento activo que influye en los personajes y en la atmósfera opresiva de la película, siendo inevitable pensar que el guionista Benjamin Naishtat estaría buscando un paralelismo entre aquellos tiempos y la Argentina de Milei. La violencia callejera, los cortes de luz, la escasez de recursos y la sensación de desesperanza colectiva se entrelazan con la historia personal de Natalia, creando un clima de tensión constante. La presencia del carrito de supermercado abandonado, que parece estar maldito, funciona como un símbolo potente de la decadencia y el miedo que impregnan la vida de los personajes.

La película, sin embargo, tropieza en su intento de equilibrar el horror psicológico con el drama "coming-of-age". Los elementos sobrenaturales, aunque sugerentes, no están lo suficientemente desarrollados y a veces se sienten forzados, especialmente en el desenlace, donde la película opta por una literalidad visual que rompe con la ambigüedad efectiva que había construido hasta entonces. Esta decisión narrativa resulta decepcionante, ya que la sugerencia y el misterio habían sido hasta ese punto herramientas más efectivas para transmitir el horror.

Además, aunque la relación entre Natalia y Diego es el motor de la trama, la falta de desarrollo de los personajes secundarios, incluido el propio Diego, limita el impacto emocional de la historia. Silvia, interpretada por Fernanda Echeverría, es un personaje intrigante que representa la amenaza de lo desconocido y lo deseado, pero su papel también se queda en la superficie, sin explorar plenamente su potencial como antagonista o catalizador del conflicto.

En términos visuales, Casabé demuestra un buen manejo de la atmósfera, utilizando encuadres claustrofóbicos y una paleta de colores que refuerzan la sensación de opresión y caos. La recurrencia de motivos como la sangre y el agua añaden capas simbólicas a la narrativa.

"La virgen de la tosquera" queda como una obra ambiciosa que ofrece una mirada distinta sobre el horror femenino y la adolescencia, con una protagonista que se aleja de los estereotipos y un contexto social que potencia la narrativa. A pesar de sus altibajos, es una película que vale la pena ver, especialmente para quienes disfrutan del horror psicológico y de la obra de Enríquez. Casabé demuestra una vez más su habilidad para entrelazar lo macabro con lo social, consolidándose como una voz interesante dentro del cine de género latinoamericano.

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