Crítica: "Lo carga el diablo", un viaje inesperado marcado por el humor negro en la España más castiza

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"Lo carga el diablo"
"Lo carga el diablo"
Por Celia Santos       

"Sólo se vive una vez, pero si lo haces bien, una puede ser suficiente": esta es la premisa con la que se presenta "Lo carga el diablo", la opera prima del director valenciano Guillermo Polo. Esta road movie, que se estrena en salas españolas el próximo 25 de abril, combina la esencia de las road movies con humor negro, misterio, frescura y el retrato de la España profunda.

Tristán (Pablo Molinero), un hombre que se gana la vida escribiendo frases inspiradoras en los sobrecitos de azúcar, recibe el inesperado encargo de trasladar el cuerpo congelado de su hermano Simón, recientemente fallecido, desde Avilés hasta Benidorm. A pesar de llevar más de diez años sin hablarse, acepta la propuesta a cambio de recibir una elevada suma de dinero. No obstante, Tristán pronto descubrirá que el pasado y los errores de su hermano le persiguen y que nada es lo que parece. En el peculiar camino lo acompaña Álex (Mero González), una joven autoestopista que le convence de que los obstáculos a los que tendrá que enfrentarse en este extraño viaje por carretera, incluida la persecución de una sicaria, son quizá su última oportunidad para vivir una experiencia auténtica.

A través de una road movie ambientada en la España profunda, "Lo carga el diablo" se desmarca de otras películas similares que apuestan por una comedia más convencional. Aunque incorpora elementos propios de este género, la cinta se inclina hacia un tono más oscuro, con una estética retro que contribuye a crear una atmósfera original. Esta oscuridad se equilibra con la frescura del personaje de Álex, que aporta ligereza y dinamismo a la narración.



Además, destaca el uso de un naturalismo costumbrista castizo, presente en una estética deliberadamente recargada, pero siempre en su justa medida, que enriquece el retrato de un entorno castizo. Esta estética se ve reforzada por personajes como los dos policías que siguen los pasos de Tristán y Álex y que parecen salidos de un western estadounidense. Además, los elementos icónicos como el toro de Osborne o las gasolineras decadentes del interior peninsular contribuyen a construir un imaginario visual que permite al espectador sentirse identificado con el entorno.

En lo que respecta a los personajes, los "flashbacks" y los reencuentros con figuras del pasado permiten construir retratos complejos y redondos. Gracias a estas miradas al pasado, el espectador comprende el punto de partida de cada uno y cómo sus experiencias han moldeado lo que son en la película. A lo largo de la cinta, se van ofreciendo pistas que encaminan hacia el desenlace, aunque, como no podía ser de otra forma en una road movie con tintes de comedia negra, el final resulta tan inesperado como satírico.

En un universo marcado por canciones de Dover, Pony Bravo o Camela, Pablo Molinero, Mero González y Antonia San Juan conducen con brillantez al espectador a través de una historia cargada de misterio, asesinatos, alucinaciones, fantasmas, droga y carreteras secundarias. Los intérpretes destacan por la naturalidad con la que interpretan a sus personajes y atraen al espectador a una trama que combina lo absurdo y lo trágico, manteniendo la tensión, el interés y la coherencia narrativa.

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