Crítica Cannes: "Romería", los pedazos de una familia rota

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"Romería"
"Romería"
Por Santiago Echeverría           

La española Carla Simón alcanza la trilogía familiar más o menos autobiográfica con "Romería", un relato sobre memoria, identidad y los silencios familiares que sigue a Marina (Llúcia García), una joven de 18 años que viaja a Vigo en 2004 para reconstruir la historia de sus padres fallecidos – ambos víctimas de la drogadicción y el sida en los años 90. La película, que llega a Cannes tras las premiadas "Verano 1993" y "Alcarràs", alterna entre dos líneas temporales: el presente de Marina intentando conectar con su familia paterna y los flashbacks de los años 80 que recrean la relación de sus progenitores (interpretados por los mismos actores que encarnan a Marina y su primo en 2004).

El film destaca por su honestidad emocional y su enfoque en las contradicciones familiares. La familia gallega de Marina, especialmente los abuelos, mantiene un frío distanciamiento, tratando de ocultar el pasado turbulento. Solo el tío Iago (Alberto Gracia) parece dispuesto a hablar con franqueza sobre la adicción y muerte del padre de Marina.

Visualmente, la película juega con texturas: el presente se filma con un naturalismo crudo, mientras los flashbacks adoptan un estilo más onírico, incluyendo una secuencia destacada donde los padres bailan en una discoteca mientras sábanas blancas cubren progresivamente a los asistentes, simbolizando las muertes por sida. La fotografía de Hélène Louvart (que tiene otra cinta en Cannes, la opera prima de Scarlett Johansson, "Eleanor the Great") contribuye a esta dualidad, contrastando la aspereza del video casero con la calidez nostálgica de los recuerdos.



Sin embargo, "Romería" tropieza en su estructura narrativa. Los capítulos titulados con frases del diario de la madre ("¿Compartir la misma sangre te hace familia?") resultan pretenciosos, y el desarrollo de Marina como personaje carece de profundidad. La tensión sexual latente con su primo Nuno (Mitch Martín) y la conexión ambigua con el tío Iago quedan como apuntes sin explorar.

Comparada con "Alcarràs" (2022) -su anterior película, premiada con el Oso de Oro-, "Romería" se siente menos cohesionada. Mientras aquella pintaba un retrato coral vibrante de una familia campesina, aquí el elenco secundario se diluye en una masa indistinta de tíos y primos. La excepción es García, cuya interpretación transmite con sensibilidad la vulnerabilidad y determinación de Marina.

El mayor acierto de Simón está en su tratamiento del duelo generacional. La película captura cómo el estigma del sida y la heroína fracturó familias enteras, dejando heridas que aún sangran. En la escena más poderosa, Marina espera en silencio mientras su abuelo reparte dinero a cada nieto, preguntándose si recibirá algo más que limosnas.

"Romería" funciona mejor como ejercicio catártico personal que como narrativa cinematográfica. Su valor reside en la crudeza con que expone los mecanismos familiares de ocultamiento, pero como obra audiovisual, se queda corta en el impulso dramático que haría memorable este viaje de descubrimiento. Simón demuestra nuevamente su talento para retratar relaciones familiares complejas, aunque esta vez la emoción íntima no acaba de trascender lo superficial.

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