Crítica: "Misión Imposible: La sentencia final", Tom Cruise y una despedida en cámara lenta

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"Misión Imposible: La sentencia final"
"Misión Imposible: La sentencia final"
Por Miguel Calabria          

La despedida del espía más extremo del cine llega con "Misión Imposible: La Sentencia Final - Parte 2 / Mission: Impossible – The Final Reckoning" (2025), una superproducción que oscila entre la épica y el agotamiento. La que prometía ser el broche de oro del espía más kamikaze del cine moderno, queda flotando en ese limbo incómodo donde la emoción auténtica convive con la sobreexplicación y la épica es interrumpida, cada tanto, por la sombra larga del desgaste. Hay momentos que son pura magia cinematográfica, tomas que te dejan el cuerpo tenso, y también hay ratos que parecen una presentación de PowerPoint para los que se perdieron las siete películas anteriores.

Lo cierto es que la última entrega de la saga es, como su predecesora, parte de un epílogo largo, estirado como chicle Hollywoodense. La película cumple y en estos tiempos de sagas eternas que se autoplagian sin vergüenza, ya es un montón. Aunque la fórmula esté gastada y Cruise no pueda esquivar del todo al CGI, hay un respeto absoluto por el oficio, una dedicación demencial por parte del equipo técnico y, sobre todo, un Tom Cruise que sigue jugando a ser un superhombre con la energía de un adolescente, pese a sus 62 años.

La película arranca con ritmo, con esa urgencia que caracteriza a toda la franquicia, y no tarda en sumergirnos en una nueva misión imposible. Hay una idea de "testamento", de "esto se acaba", que impregna cada secuencia, incluso cuando no es necesario. La dirección de Christopher McQuarrie vuelve a demostrar que entiende el pulso del espectáculo. La secuencia bajo el agua es tan demencial como inverosímil pero claro, ¿quién no ha soñado con nadar tres kilómetros bajo cero en el fondo del Atlántico sin equipo de buceo ni oxígeno?



Tom Cruise, que ha llevado esta franquicia como un Atlas moderno, muestra las costuras. Se le notan los años, no solo en lo físico (donde igual sigue rindiendo más que muchos veinteañeros) sino en la forma en que la cámara lo cuida. Hay planos que lo ocultan, otros que lo engrandecen artificialmente y aunque su entrega siga siendo admirable, el cuerpo ya no responde con la impunidad de antes, se percibe un cansancio noble, como el de un guerrero que baja el escudo después de mil batallas.

La película elige cerrar los arcos de manera sentimental, a veces incluso lacrimógena. Lo mejor, sin dudas, son los momentos donde se respira la historia compartida, esa sensación de que no estamos viendo sólo una misión más, sino el final de una época. McQuarrie apuesta por la épica emocional antes que por la lógica pura, y eso se agradece pero se le va la mano. Cuando empieza el desfile de flashbacks, uno no puede evitar sentir que la película no confía en el espectador.

Ahí está uno de los grandes problemas, la necesidad de explicarlo todo, de remarcar cada vínculo, cada recuerdo. Es un exceso que atenta contra la experiencia, especialmente para los fanáticos que han seguido la saga con devoción. Porque si algo supo hacer bien "Misión Imposible" durante años, fue confiar en su ritmo, en sus silencios y en su capacidad de sugestión.

A pesar de todo eso, y quizás por eso mismo, la película emociona. No es la mejor de la saga, ni la más compacta, ni la más elegante, pero tiene corazón, tiene historia y a veces, eso alcanza. Como cierre, es digno aunque no inolvidable. Se despide con la frente en alto, como un guerrero viejo lleno de cicatrices, que sabe cuándo bajarse del ring.

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