Crítica Venecia: "The Souffleur", del argentino Gastón Solnicki, alta cocina escasa en sustancia
- por © NOTICINE.com

Por Santiago Echeverría
El estadounidense Willem Dafoe ha estrenado en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia su segunda cinta con un director iberoamericano este año, tras "The Birthday Party", que dirigió el español Miguel Ángel Jiménez y se presentó en Locarno. En "The Souffleur", el director argentino afincado en Europa Gastón Solnicki teje alrededor de su protagonista un tapiz de nostalgia y resistencia frente al cambio inevitable.
La película se desarrolla como un poema visual fragmentado, donde la trama convencional cede ante la fuerza de las imágenes y las atmósferas. La cámara de Rui Poças captura Viena con una belleza serena y melancólica, desde los parques urbanos hasta las máquinas steampunk del sótano del hotel. Estos cuadros visuales, aunque deslumbrantes, a veces parecen acumularse sin una dirección clara, creando una experiencia que privilegia la sensación sobre la narrativa.
El soufflé del título funciona como metáfora central: algo delicado, efímero y difícil de ejecutar perfectamente. Así es también la película misma: una construcción aireada que requiere paciencia para apreciarse pero que puede desinflarse ante el menor examen crítico. La metáfora culinaria, aunque sugerente en su intención, en la práctica resulta algo forzada y demasiado evidente en su simplicidad.
Donde la película realmente encuentra su pulso es en los momentos de humor seco y observación precisa. Las digresiones absurdas, como la aparición inexplicable de jirafas o los partidos de tenis interminables, aportan una cualidad onírica que complementa la premisa central. Dafoe, con su registro único que mezcla lo teatral con lo naturalista, navega estos tonos cambiantes con maestría, entregando una interpretación que es a la vez conmovedora y cómica.
El problema surge cuando la película intenta trascender su naturaleza fragmentaria. Los personajes secundarios, incluida la hija de Lucius (Lilly Lindner) y el nuevo propietario argentino (interpretado por el mismo Solnicki), se sienten esbozos más que personas completas. Sus motivaciones permanecen nebulosas y sus interacciones carecen del desarrollo necesario para generar verdadero impacto dramático.
Con sus 78 minutos, "The Souffleur" parece simultáneamente demasiado larga en su ambición conceptual y demasiado corta en su desarrollo de personajes. La película evita deliberadamente los momentos dramáticos convencionales, optando por un tono elegíaco y contemplativo que, si bien sería coherente con su tema, puede resultar frustrante para quienes busquen una resolución más satisfactoria.
La película funciona mejor como meditación sobre la obsolescencia y la pérdida que como drama de personajes. La resistencia de Lucius ante el cambio corporativo que amenaza su mundo se convierte en un microcosmos de luchas más amplias: la preservación versus el progreso, la tradición versus la modernización, la identidad personal vinculada al espacio físico.
"The Souffleur" es, por tanto, una experiencia cinematográfica que se disfruta más en sus partes que como un todo cohesivo. Sus momentos de genialidad visual y sólidas actuaciones se ven contrarrestadas por una narrativa que se resiste a profundizar en sus propias premisas. Como el postre que le da nombre, es una creación admirable en su artesanía pero que puede dejar al espectador con la sensación de haber probado algo delicioso pero insustancial.
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El estadounidense Willem Dafoe ha estrenado en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia su segunda cinta con un director iberoamericano este año, tras "The Birthday Party", que dirigió el español Miguel Ángel Jiménez y se presentó en Locarno. En "The Souffleur", el director argentino afincado en Europa Gastón Solnicki teje alrededor de su protagonista un tapiz de nostalgia y resistencia frente al cambio inevitable.
La película se desarrolla como un poema visual fragmentado, donde la trama convencional cede ante la fuerza de las imágenes y las atmósferas. La cámara de Rui Poças captura Viena con una belleza serena y melancólica, desde los parques urbanos hasta las máquinas steampunk del sótano del hotel. Estos cuadros visuales, aunque deslumbrantes, a veces parecen acumularse sin una dirección clara, creando una experiencia que privilegia la sensación sobre la narrativa.
El soufflé del título funciona como metáfora central: algo delicado, efímero y difícil de ejecutar perfectamente. Así es también la película misma: una construcción aireada que requiere paciencia para apreciarse pero que puede desinflarse ante el menor examen crítico. La metáfora culinaria, aunque sugerente en su intención, en la práctica resulta algo forzada y demasiado evidente en su simplicidad.
Donde la película realmente encuentra su pulso es en los momentos de humor seco y observación precisa. Las digresiones absurdas, como la aparición inexplicable de jirafas o los partidos de tenis interminables, aportan una cualidad onírica que complementa la premisa central. Dafoe, con su registro único que mezcla lo teatral con lo naturalista, navega estos tonos cambiantes con maestría, entregando una interpretación que es a la vez conmovedora y cómica.
El problema surge cuando la película intenta trascender su naturaleza fragmentaria. Los personajes secundarios, incluida la hija de Lucius (Lilly Lindner) y el nuevo propietario argentino (interpretado por el mismo Solnicki), se sienten esbozos más que personas completas. Sus motivaciones permanecen nebulosas y sus interacciones carecen del desarrollo necesario para generar verdadero impacto dramático.
Con sus 78 minutos, "The Souffleur" parece simultáneamente demasiado larga en su ambición conceptual y demasiado corta en su desarrollo de personajes. La película evita deliberadamente los momentos dramáticos convencionales, optando por un tono elegíaco y contemplativo que, si bien sería coherente con su tema, puede resultar frustrante para quienes busquen una resolución más satisfactoria.
La película funciona mejor como meditación sobre la obsolescencia y la pérdida que como drama de personajes. La resistencia de Lucius ante el cambio corporativo que amenaza su mundo se convierte en un microcosmos de luchas más amplias: la preservación versus el progreso, la tradición versus la modernización, la identidad personal vinculada al espacio físico.
"The Souffleur" es, por tanto, una experiencia cinematográfica que se disfruta más en sus partes que como un todo cohesivo. Sus momentos de genialidad visual y sólidas actuaciones se ven contrarrestadas por una narrativa que se resiste a profundizar en sus propias premisas. Como el postre que le da nombre, es una creación admirable en su artesanía pero que puede dejar al espectador con la sensación de haber probado algo delicioso pero insustancial.
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