Crítica San Sebastián: "Maspalomas", tabú sobre tabú hasta la liberación

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"Maspalomas"
"Maspalomas"
Por Carolina G.Guerrero        

"Maspalomas", el nuevo trabajo del colectivo vasco Moriarti, arranca con un golpe de imagen que puede incomodar a algunos espectadores. La cámara se adentra en las dunas canarias y muestra, sin rodeos, cuerpos masculinos en pleno acto sexual. Entre ellos está Vicente, un jubilado de 76 años al que da vida Jose Ramon Soroiz, que ha dejado atrás una vida convencional en Donosti—mujer, hija, una familia marcada por la distancia—para refugiarse en ese enclave de libertad. Maspalomas es su escondite y, a la vez, el lugar donde por fin puede ser él mismo.

La película, dirigida por Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi, arranca con un ritmo vibrante, entre la intimidad de los matorrales y el frenesí de la discoteca. Pero ese torrente de energía se interrumpe de golpe cuando Vicente sufre un ictus. El título aparece en pantalla y la narración cambia de tono.

La segunda mitad se desarrolla en una residencia de ancianos en San Sebastián, en los inicios de la pandemia. El color y el movimiento dan paso a una puesta en escena más sobria, centrada en diálogos y miradas. La vitalidad inicial de Vicente se desvanece en un entorno que lo obliga a adaptarse a normas rígidas y a convivir con desconocidos, una metáfora de una sociedad donde la vejez y la diferencia rara vez encuentran espacio seguro.

Es ahí donde la película despliega su mayor ambición: hablar de la homosexualidad en la tercera edad, un doble tabú. La falta de intimidad se vuelve un eje central—un simple gesto como ver porno en la cama se convierte en algo comprometido. Kandido Uranga aporta un contrapunto energético, interpretando a un personaje vitalista y caótico que conecta con Vicente en una relación a medio camino entre la comedia y el drama.

El guion de Goenaga retrata con precisión psicológica la paradoja de salir del armario para verse obligado a volver a él. La secuencia más significativa llega en la consulta de la psicóloga: el consejo de “no incomodar a los demás” evidencia la hipocresía institucional, una actualización del viejo “no preguntes, no cuentes”. Frente a ello, la película reivindica el derecho a nombrar la propia identidad sin disimulo.

El desenlace regresa al recuerdo luminoso de Maspalomas. Los colores, el mar y la música de Franco Battiato cierran con una frase que funciona como manifiesto: “Los deseos no envejecen casi nunca con la edad”. "Maspalomas" no elige el camino cómodo. A pesar de cierta irregularidad en la trama familiar de Vicente, mantiene una coherencia narrativa que la sostiene hasta el final. Es una obra que pone en primer plano la dignidad y la resistencia, y que obliga a mirar de frente lo que habitualmente se prefiere ignorar.

Hasta el momento esta cinta de Jose Mari Goenaga y Aitor Arregui, es una de las primeras favoritas a optar a la Concha a mejor película en un festival que ya lleva jornadas de andadura. En especial, la interpretación de su protagonista, Jose Ramón Sorroiz, está de premio...

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