Crítica Huelva: "Aún es de noche en Caracas", Mariana Rondón y Marité Ugás y un país desguazado

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Natalia Reyes, en "Aún es de noche en Caracas"
Natalia Reyes, en "Aún es de noche en Caracas"
Por Miguel Castelo      


Aurora fallece con el telón de fondo de la controversia y la crisis social y política de Venezuela. Tras ocuparse de darle sepultura, su hija Adelaida no puede abandonar Caracas, como tenía previsto, y ha de refugiarse y sobrevivir en medio de la convulsión y el desorden que puebla las calles a la espera de una mejor oportunidad.

De este breve argumento parten sus autoras, la venezolana Mariana Rondón y la peruana Marité Ugás para la realización de "Aún es de noche en Caracas", coproducción entre sus respectivos países, con participación mexicana.

Concebido formalmente en acciones paralelas de carácter simultáneo y breve duración, el relato se sitúa en el presente de las jornadas de manifestaciones y desórdenes callejeros de aquellos días de 2017.

El film arranca con un plano cenital de gran amplitud que muestra una numerosa concentración de personas, seguido de un general a pie de calle, donde en los primeros términos caminan de derecha a izquierda, numerosas personas portando banderas y agitando los puños al tiempo que se escucha un notable griterío..., mientras al fondo una mujer joven vestida de negro permanece en pie observando.



Tras unos instantes, el plano comienza a cerrarse sobre su figura hasta que otra mujer se acerca y establecen un breve diálogo. La primera manifiesta que ha decidido permanecer en la ciudad para ocuparse del entierro de su madre. Se despiden con un abrazo.

Es a partir de aquí, cuando se establece narrativamente la relación entre presente y pasado, Una estructura narrativa que, con ligeras variantes temporales, se mantendrá hasta bien avanzada la narración. De este modo, el progreso de la situación presente camina en interacción principal con momentos de la infancia de la protagonista, tiempos retrospectivos a los que la joven regresa a través de la contemplación de una fotografía, así como de diversas asociaciones de ideas. Adelaida (Natalia Reyes) es, por tanto, la poseedora de la mirada y, en consecuencia, el personaje central que conduce la acción. Todo está visto a través de ella. Tal vez esta característica narrativa se deba a una fidelidad literal a la novela "La hija de la española", de Karina Sainz Borgo,  sobre la que se ha escrito el guión y, en todo caso, a la decisión de las autoras, entre las que figura la propia novelista.

De un modo u otro, esta opción unívoca de punto de vista reduce su lectura al sentimiento único de conmoverse ante la angustia y los padecimientos de la protagonista, con la cual no resulta difícil solidarizarse. Comprensible es su tristeza y estado de ánimo, su sentimiento de orfandad y su deseo de regresar al tiempo de la ausencia de responsabilidades y la presencia afectuosa y protectora de la madre, un pesar al que ahora se añade la adversa situación presente. Pero más allá de estos contrastes temporales, el mérito de la verosímil construcción de una realidad agitada y violenta (máxime si no ha sido apoyada por archivos documentales), de la condición de usurpadora usurpada de Adelaida y sus consecuencias, en las que no faltan la ambigüedad del personaje de Santiago y el no menos agitado momento liberador de tensión entre ambos..., la propuesta exige a quienes estamos a este otro lado de la pantalla un acto de fe.

Nadie duda de la veracidad histórica de los acontecimientos que se relatan. Pero nada se dice de las causas que los motivaron. De modo que el film no formula preguntas ni propone debate alguno. La "lectura" (valga la expresión) que cada cual haga estará en función de su particular manera de entender el mundo, de su ideología en definitiva. Y, como mucho, del nivel de crédito que conceda a los medios informativos. No perdiendo de vista, claro está, que la verdad no es única y absoluta.

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