Crítica Netflix: "Stranger Things 5", ¡Cariño, he agrandado a los niños!
- por © NOTICINE.com
Por Santiago Echeverría
La quinta y última temporada de "Stranger Things" aterriza después de una espera prolongada, y su regreso plantea inmediatamente la cuestión central que marca esta entrega: la edad de sus protagonistas. La serie, que se construyó sobre la nostalgia de las películas de los años 80 donde los niños valientes enfrentaban amenazas apocalípticas en sus bicicletas BMX, ahora presenta a un elenco visiblemente adulto. Esta transición forzada por el tiempo socava la esencia misma de la premisa, pues la gracia residía en ver a niños resolver misterios que superaban la capacidad de los adultos y las fuerzas militares. Ya no resultan del todo convincentes cuando, por su apariencia, podrían tener sus propios apartamentos y manejar inversiones bursátiles.
El equipo creativo ha optado por una estrategia clara para abordar esta dificultad: encerrar la acción. La narrativa se concentra casi exclusivamente en el pueblo de Hawkins y su dimensión espejo, el Mundo del Revés. El universo se reduce al laboratorio gubernamental, ahora militarizado, y al círculo íntimo de protagonistas, dejando de lado a padres, profesores y a la población general, que solo aparecen cuando son estrictamente necesarios. Esta focalización extrema convierte los primeros cuatro episodios, liberados a modo de volumen inicial, en una única y lujosamente extendida película de acción, comedia y terror que supera las cinco horas de duración.
A pesar de las limitaciones de la edad, la serie se reafirma en lo que siempre ha funcionado: la dinámica del grupo. La camaradería entre los personajes principales se mantiene intacta, con cada miembro –Dustin, Robin, Eleven y Mike, entre otros– atascado en sus características esenciales, lo que les permite seguir improvisando soluciones ingeniosas a situaciones imposibles. La química del reparto, que trabaja mejor cuando está unido, es un pilar fundamental y evidente en el ritmo sostenido y urgente de este primer volumen, especialmente después de que la temporada anterior separara tanto al grupo.
El clímax de esta primera mitad se encuentra en el cuarto episodio, un espectáculo sólido y explosivo. Con un presupuesto de efectos aparentemente ilimitado, esta secuencia de acción y terror de larga duración logra emocionar a los fanáticos, culminando en giros impactantes que dejan la anticipación por el final en su punto máximo. En lo técnico, la serie está a la altura de las expectativas que genera un gigante televisivo de este calibre.
Sin embargo, el mismo éxito y la necesidad de elevar constantemente las apuestas actúan en contra de "Stranger Things". Si bien la base de la ficción sigue siendo el vínculo entre los amigos y su madurez emocional, la trama a gran escala se enfrenta a problemas de repetición y ejecución.La búsqueda para derrotar al gran antagonista, Vecna, se asemeja demasiado a la de la temporada anterior, y el diseño de criaturas como los Demogorgons ya no sorprende ni asusta. Además, la tendencia de la serie a depender de las referencias nostálgicas y las invocaciones a películas clásicas, aunque a menudo bienvenidas, a veces resulta excesiva o mal ejecutada, llevando a que las escenas de acción más ambiciosas se perciban como poco convincentes.
En el plano más personal, la temporada realiza un esfuerzo por la evolución de personajes, siendo la subtrama de Will Byers y su viaje de autodescubrimiento (que incluye su sexualidad latente y su conexión traumática con Vecna) la más elogiada por su sensibilidad y profundidad. Esta vuelta a los orígenes del personaje más afectado desde el primer episodio es vista como el arco emocional más conmovedor que la serie ofrece en su despedida.
La temporada final de "Stranger Things" es un mastodonte televisivo que, si bien se siente obligado a ser más grande y grandilocuente que nunca, navega entre la tensión de la nostalgia por la infancia perdida de sus actores y la obligación de ofrecer una conclusión épica. El resultado es un inicio de temporada que es absorbente, urgente y fiel a su fórmula, pero que evidencia las dificultades de sostener una épica juvenil cuando los jóvenes ya han crecido. Es una despedida que los fanáticos disfrutarán intensamente, aunque algunos espectadores podrían encontrar en los defectos de ejecución y la fatiga de las criaturas un precio demasiado alto a pagar por la escala cinematográfica.
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La quinta y última temporada de "Stranger Things" aterriza después de una espera prolongada, y su regreso plantea inmediatamente la cuestión central que marca esta entrega: la edad de sus protagonistas. La serie, que se construyó sobre la nostalgia de las películas de los años 80 donde los niños valientes enfrentaban amenazas apocalípticas en sus bicicletas BMX, ahora presenta a un elenco visiblemente adulto. Esta transición forzada por el tiempo socava la esencia misma de la premisa, pues la gracia residía en ver a niños resolver misterios que superaban la capacidad de los adultos y las fuerzas militares. Ya no resultan del todo convincentes cuando, por su apariencia, podrían tener sus propios apartamentos y manejar inversiones bursátiles.
El equipo creativo ha optado por una estrategia clara para abordar esta dificultad: encerrar la acción. La narrativa se concentra casi exclusivamente en el pueblo de Hawkins y su dimensión espejo, el Mundo del Revés. El universo se reduce al laboratorio gubernamental, ahora militarizado, y al círculo íntimo de protagonistas, dejando de lado a padres, profesores y a la población general, que solo aparecen cuando son estrictamente necesarios. Esta focalización extrema convierte los primeros cuatro episodios, liberados a modo de volumen inicial, en una única y lujosamente extendida película de acción, comedia y terror que supera las cinco horas de duración.
A pesar de las limitaciones de la edad, la serie se reafirma en lo que siempre ha funcionado: la dinámica del grupo. La camaradería entre los personajes principales se mantiene intacta, con cada miembro –Dustin, Robin, Eleven y Mike, entre otros– atascado en sus características esenciales, lo que les permite seguir improvisando soluciones ingeniosas a situaciones imposibles. La química del reparto, que trabaja mejor cuando está unido, es un pilar fundamental y evidente en el ritmo sostenido y urgente de este primer volumen, especialmente después de que la temporada anterior separara tanto al grupo.
El clímax de esta primera mitad se encuentra en el cuarto episodio, un espectáculo sólido y explosivo. Con un presupuesto de efectos aparentemente ilimitado, esta secuencia de acción y terror de larga duración logra emocionar a los fanáticos, culminando en giros impactantes que dejan la anticipación por el final en su punto máximo. En lo técnico, la serie está a la altura de las expectativas que genera un gigante televisivo de este calibre.
Sin embargo, el mismo éxito y la necesidad de elevar constantemente las apuestas actúan en contra de "Stranger Things". Si bien la base de la ficción sigue siendo el vínculo entre los amigos y su madurez emocional, la trama a gran escala se enfrenta a problemas de repetición y ejecución.La búsqueda para derrotar al gran antagonista, Vecna, se asemeja demasiado a la de la temporada anterior, y el diseño de criaturas como los Demogorgons ya no sorprende ni asusta. Además, la tendencia de la serie a depender de las referencias nostálgicas y las invocaciones a películas clásicas, aunque a menudo bienvenidas, a veces resulta excesiva o mal ejecutada, llevando a que las escenas de acción más ambiciosas se perciban como poco convincentes.
En el plano más personal, la temporada realiza un esfuerzo por la evolución de personajes, siendo la subtrama de Will Byers y su viaje de autodescubrimiento (que incluye su sexualidad latente y su conexión traumática con Vecna) la más elogiada por su sensibilidad y profundidad. Esta vuelta a los orígenes del personaje más afectado desde el primer episodio es vista como el arco emocional más conmovedor que la serie ofrece en su despedida.
La temporada final de "Stranger Things" es un mastodonte televisivo que, si bien se siente obligado a ser más grande y grandilocuente que nunca, navega entre la tensión de la nostalgia por la infancia perdida de sus actores y la obligación de ofrecer una conclusión épica. El resultado es un inicio de temporada que es absorbente, urgente y fiel a su fórmula, pero que evidencia las dificultades de sostener una épica juvenil cuando los jóvenes ya han crecido. Es una despedida que los fanáticos disfrutarán intensamente, aunque algunos espectadores podrían encontrar en los defectos de ejecución y la fatiga de las criaturas un precio demasiado alto a pagar por la escala cinematográfica.
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