Colaboración: Roles y géneros en el Cine Club habanero "Diferente"

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'Belleza del escenario'
'Belleza del escenario'
Por Frank Padrón

Etiquetas como "lo masculino" o "lo femenino" pierden por día terreno en tanto modelos férreos de comportamiento y patrones no sólo sexuales sino, más ampliamente, sociales. Claro que siempre habrá peculiaridades, pero las características de la vida moderna se encaminan con fuerza arrolladora a la apertura, la hibridación y la amalgama que los propios desafíos socioeconómicos y culturales de estos tiempos significan.

La aparición reciente de un fenómeno como el "metrosexualismo" (hombres que, al margen de sus orientación erótica, cultivan especialmente su imagen, la cual desean refinada y exquisita) o de una apariencia andrógina sobre todo para la mujer (a tono con las dinámicas de la sociedad contemporánea, los imperativos de la moda sobre todo en países tropicales y la pluralidad e incorporación de oficios y profesiones hace un tiempo confinadas al otro género) han contribuido a la reasignación de roles y  a la quiebra de valores demasiado ortodoxos respecto a los mismos, lo cual incluye la cama: el descubrimiento y exploración de zonas erógenas otrora tabúes o simplemente insospechadas tanto para uno como otro miembros de la pareja (sobre todo heterosexual, como se sabe más abocada a las divisiones tradicionales), ha trazado nuevas y creativas alternativas en/para la intimidad conyugal.

Hubo etapas en el arte y la cultura, sin embargo, en que este asunto contempló aristas oficiales; repasando la Historia europea, por ejemplo, nos encontramos con fenómenos como un "obligatorio" travestismo para el teatro: en el siglo XVII a las féminas se les prohibía subir a la escena, de modo que eran sus colegas con pantalones quienes debían asumir tales personajes, hasta que un buen día el rey Carlos II, de Inglaterra, tuvo a bien poner "las cosas en su sitio", abriendo desde entonces la puerta a la equivalencia de roles con sus respectivos géneros: fue sin dudas un indudable triunfo para el reconocimiento de las potencialidades femeninas en sus proyecciones estética, profesional y social; sin embargo, constituyó un verdadero derrumbe para muchos actores que se habían "especializado" en representar mujeres en las tablas.

De este suceso parte el film anglo-norteamericano de 2004 "Stage Beauty" (Belleza prohibida/  Belleza del escenario), realizado por Richard Eyre (Iris), que ocupara la más reciente edición del Cine Club "Diferente", proyecto auspiciado por el CENESEX y el ICAIC. Para el film el dramaturgo Jeffrey Hatcher adaptó su propia pieza teatral: el mundo del aplaudido actor Ned Kynaston se viene abajo cuando se hace efectiva la disposición real que lo saca de escena para entronizar en la misma, y convertir en toda una estrella a María, quien fuera su asistente de camerino, aficionada a actriz quien repetía de memoria entre bambalinas los parlamentos de las grandes damas interpretadas por el astro ahora venido a menos: las shakesperianas Desdémona (mujer de Otelo en la tragedia homónima) u Ofelia (la enamorada de Hamlet que perdió la razón y después la vida cuando aquel da muerte a su hermano).

En  la obra se discursa mucho sobre arte, concretamente teatral, y se mueven ideas estéticas de diverso signo que conforman polémicas aún vigentes, mas nada tan motivador como las tesis que lanza en torno a los géneros y los roles, comenzando por las motivaciones artísticas del protagonista: un homosexual que no abraza el transformismo femenino en la escena como señal de su tendencia erótica, sino a partir de una convicción ontológica muy superior: para él nadie como la mujer puede expresar la grandeza humana a través de la entrega a la muerte, sea por manos propias o ajenas, de ahí su obsesión por personajes de Shakespeare como los referidos; también resulta interesante la reacción de su amante en la vida real cuando aquel ha caído en desgracia y ha dejado de interpretar esas gloriosas mujeres: cuando le  comunica que lo ha dejado por una persona del sexo opuesto le confiesa a la vez que su motivación erótica estaba dada por la representación, no por el ser humano (en este caso, el hombre) que emprendía la puesta: cuando hacían el amor él poseía a esas míticas heroínas, por tanto, ya no le motivaba. Pero no deja de ser curiosa la búsqueda de la verdad dentro de los laberintos de género por parte de la sustituta: la vestuarista devenida primera actriz, quien desplazó radicalmente al actor-travesti en la preferencia del público tras la imposición real,  quiere saber, en un fugaz encuentro erótico, quién es quien en los papeles sexuales, iniciándose una sensual y graciosa escaramuza lúdicra que como sabemos está en cualquier tipo de lance amoroso al margen de su signo y tendencia.

Es entonces donde la cinta juega sus mejores cartas al apostar por una definitiva, lo cual complementa en su desenlace: cuando Ned decide retornar a las tablas ahora haciendo coincidir género y personaje (encarna a Otelo) se da cuenta de que también los grandes sentimientos y las más profundas pasiones trascienden al hombre o la mujer, o sea, también estos últimos pueden amar, morir o matar pero sobre todo vivir a plenitud y trasladar esa fuerza a la escena; cuando él y María se besan al final, y ella le pregunta qué rol juega entonces, si femenino o masculino, él no sabe qué responder, y es que la respuesta nos la ofrece el film durante toda su bien encaminada puesta en pantalla, y en esos minutos finales lo confirma: es lo humano lo verdaderamente importante, trascendente, el impulso para crear, para hacer arte, para que ello redunde en más altas cotas de espiritualidad y madurez, al margen o más allá de géneros y roles.

La colega valenciana Tonia Pallejá, en su columna de la revista digital La Butaca, no pudo expresarlo mejor refiriéndose a las bondades del film, para ella infinitamente superior (criterio que comparto) al mucho mejor afortunado a niveles de premios, "fama y aplausos", "Shakespeare enamorado", con varios Oscares de la Academia:

En "Belleza del escenario", escribe ella, "Diálogos chispeantes e incisivos, personajes con carisma llenos de matices, un manojo de subtramas cohesionadas con agilidad y un desacostumbrado atrevimiento en sus contenidos son las grandes bazas de un film que transita con tino del humor a la tragedia, de lo picante a lo agridulce, manteniéndose siempre a una prudente equidistancia de la charlotada y el blandengue sentimentalismo, para desgranar temas que van desde las envidias y rivalidades profesionales, la popularidad, el arribismo o la imagen pública hasta el travestismo, la bisexualidad, la identidad sexual o la guerra de sexos, pasando por el teatro como arte, negocio y espectáculo sometido al juicio de la crítica, la volubilidad del respetable y los caprichos de las autoridades. Hombres que fingen ser mujeres que fingen ser hombres, hombres que son deseados como mujeres por otros hombres, mujeres que se visten de hombres o que se enamoran de hombres a los que no les gustan las mujeres... Vida dentro del teatro y teatro dentro de la vida, para una película donde las dualidades masculino/femenino y los niveles de representación realidad/ficción mantienen una conversación constante".  

Conversación en la cual, sólo agregaría, el verdadero interlocutor fue el público, quien al final de la jornada seguramente no dio nunca más demasiado crédito acerca de costumbres, actitudes y comportamientos tradicionalmente atribuidos indistintamente a hombres y/o mujeres.

Como siempre, tras el film hubo un debate plural, respetuoso de la opinión ajena y enriquecedor, dentro del cual descolló el resumen que efectuara la doctora Mariela Castro Espín, directora del CENESEX y gestora de este proyecto.