José Luis Garci escribe sobre "Sangre de mayo"

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Garci, en el rodaje
Garci, en el rodaje

Por José Luis Garci *

 

De niño, mi asignatura favorita en el colegio, incluso antes de iniciar el bachillerato, fue siempre la de Geografía e Historia. Me apasionaba fisgonear en el Atlas (de la editorial Hernando), recorrer con el dedo el mapamundi o los mapas etnográficos o el planisferio celeste, hojear los libros con dibujos de la antigua Grecia o del Imperio romano.

 

Lo cierto es que aquello, claro, estaba muy cerca de las películas. El cine histórico (todos los westerns lo eran) ha ejercido gran poder de fascinación sobre mí. Adoraba los peplums (cuando aún no se llamaban así) y los cotilleos sobre Isabel y María Estuardo o sobre los tiempos de María Antonieta y la Revolución francesa. Entre mis favoritas: Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming y muchos más; Quo Vadis, de Mervin LeRoy; Las cruzadas, de Cecil B. DeMille; y qué decir de Espartaco (Kubrick); El Cid (Mann) o Cleopatra (Mankiewicz); o, ¡uf!, La Marsellesa (Renoir) o La prise de pouvoir par Louis XIV (Rossellini)…

De otra parte, tengo bien comprobado que ir de la mano de Galdós a cualquier parte es viajar en clase preferente. Para mí, don Benito es la plata indiscutible de nuestro medallero literario, tras el oro de Quevedo y precediendo el bronce de Baroja. Fortunata y Jacinta me parece la mejor novela escrita en nuestro idioma (tras el Quijote, desde luego), y atesora en su construcción más sabiduría que la de David Copperfield, de Dickens. Los Episodios nacionales, sobre todo los de la primera parte, no tienen menos aliento épico que Guerra y Paz, de Tolstói. Los Episodios es la obra de un escritor poderoso, de un novelista moderno, de un cronista ameno y meticuloso, de un periodista de investigación objetivo y responsable, más que de un historiador tradicional. En mi primera lectura de los Episodios, a los diecisiete años, no advertí que bajo la estructura novelesca de “historia vivida” había un claro propósito de, digamos, educación política y que, tanto como los personajes, a Galdós le atraía la “realidad social”. En esa mi primera vez, ya digo, me dejé arrastrar por los protagonistas y sus peripecias, por su fabulosa “ambientación”, por los tipos (los “extras”) y sus oficios, por la atmósfera (nunca he tenido esa impresión de estar ante un mundo tan rebosante de vida; Balzac, Simenon, también poseen parecida fuerza descriptiva), en fin, por ese reflejo tan certero de las clases medias, artistas diletantes, posaderos, mendigos, comerciantes, religiosos, bullendo en calles y plazas, lonjas y mesones, cuarteles o palacios, todos desbordados por los nuevos tiempos, por el tremendo final de una época. Con los Episodios me ocurre como con algunos poemas de Lorca o Antonio Machado, que siempre parecen nuevos, por más que los leas.

Pero sí, claro, “también” Galdós meditaba en cada página de su monumental obra ―otra Comedia humana de la Era moderna―, sobre el fracaso de un pueblo y un reino. Voy a entrecomillar unas palabras del maestro: “Por más que la generación actual se precie de vivir casi exclusivamente de sus propias ideas, la verdad es que no hay adelanto en nuestros días que no haya tenido su ensayo más o menos feliz, ni error al cual no se le encuentre fácilmente la veta a poco que se escarbe en la historia para buscarla”.

La película "Sangre de mayo" se inspira en los episodios La Corte de Carlos IV y El 19 de marzo y el 2 de mayo. Y ratifico lo de que “se inspira” porque, como cuando también Horacio Valcárcel y yo adaptamos El abuelo, nos hemos tomado muchas licencias con el texto, en el dibujo de los personajes y sus andanzas, en los diálogos o en la creación de nuevos caracteres y numerosos cambios argumentales. Aun así, la esencia del pensamiento galdosiano espero que haya sido respetada al máximo, como en El abuelo. Leer a Galdós es meterte en la auténtica máquina del tiempo, nada que ver con aquella de Rod Taylor, y asistir boquiabierto a los lugares donde se desarrolló parte de nuestra Historia reciente, sin sectarismos, sin la tentación de opinar y opinar, con piedad de la buena, con talento y transparencia.

En cuanto a mí, nunca había filmado batallas, cañonazos, cargas de caballería; ni en decorados enormes que reproducían calles de Madrid o estancias del monasterio de El Escorial, por no hablar de los cientos de figurantes que se movían por mercados, figones, lavaderos del Manzanares y aplaudían a Fernando VII (en mala hora) en la Puerta del Sol. Ha sido como si volviera a la infancia. Hace ya dos años y medio, la Comunidad de Madrid (que ya manejaba numerosos proyectos para conmemorar el Bicentenario del 2 de mayo de 1808) me ofreció la posibilidad de enfrentarme cinematográficamente a tan poliédrico hecho, una insurrección que desencadenaba un vacío de poder, primero, y la Guerra de la Independencia, después. Jamás se lo agradeceré suficientemente a Esperanza Aguirre. Porque ha sido como uno de aquellos regalos que recibí y no recibí de niño. Todo junto. Como el fuerte y la media docena de pieles rojas y de soldados del Séptimo de Custer, que me regalaron mis padres unas navidades, y como la bicicleta que nunca pudieron comprarme.

Por último, quisiera añadir que Galdós amaba la imagen, la ilustración de lo novelado. En su Prólogo al lector de la edición dibujada de los Episodios, de 1882, confiesa que “… el texto gráfico es, a mi juicio, condición casi intrínseca de los Episodios nacionales”. Ojalá que la “ilustración” de "Sangre de mayo" se parezca un poco a aquella de los Lizcano, Mélida, Ferriz y Pellicer. De haber vivido algo más, no me cabe duda de que Galdós habría sido un cinéfilo de alzada. Cuando murió don Benito, en 1920, el cine ya había dado, entre otras, películas tan extraordinarias como Le voyage dans la Lune (Mèliés, 1902), The great train robbery (Porter, 1903), Los vampiros (Feuillade, 1915), El nacimiento de una nación, 1915, Intolerancia, 1916, y Lirios rotos, 1919, las tres de Griffith; y Ana Bolena (Lubitsch, 1920).

¡Lo que me habría gustado charlar por los codos de cine con don Benito!

(*): Garci, uno de los más prolíficos cineastas españoles, ganador del Oscar por "Volver a empezar" estrena este viernes "Sangre de mayo", basada en los Episodios Nacionales de Pérez Galdos, y producida por la Comunidad de Madrid con motivo del 200 aniversario del Dos de Mayo, fecha del levantamiento popular en la capital española contras las tropas invasoras napoleónicas.