Colaboración: "Todo sobre mi padre" en el Cine Club "Diferente"

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Cartel de 'Todo sobre mi padre'
Cartel de 'Todo sobre mi padre'
Por Antón Vélez Bichkov

La más reciente propuesta del habanero Cine Club "Diferente", "Todo sobre mi padre" (Noruega, 2002), no sólo juega con el título de otro film también explosivo y poco convencional, sino que pone a prueba nuestra apertura mental y nuestro potencial de respeto y aceptación de lo que aún sin ser plenamente comprensible, es válido, por el mero hecho de existir y ser fruto de una vocación genuina y sin implicaciones destructivas para sí o para terceros.   

Diversidad sexual y polémica son hermanas siamesas. Quizás la metáfora sea demasiado cruda, grotesca incluso, pero por momentos da la impresión que de amputarse una, la otra ¿sin remedio? moriría, o al menos, para no ser tan drásticos, comprometería todo su mundo previo, que para bien o para mal, se ha construido sobre el fatalismo de su contrastante y forzosa interacción.

Todavía hay tela por dónde cortar. Todavía hay prejuicios que podar. Prender las luces… Borrar las sombras… Y es justamente a eso que se dedica el Cineclub Diferente, bajo la conducción y guía – siempre atinadas – del crítico y escritor Frank Padrón Nodarse, A partir de las luces y las sombras del proyector de cine, el espacio busca amenizar las oscuridades que en el alma humana (aún) provoca el sexo y sus meandros.

En "Todo sobre mi padre", Esben es un noruego, en apariencia común y corriente. Vive en una pequeña localidad, de la cual es médico. En sus bien conservados 50, parece que lo tiene todo: una buena casa, una familia, es agraciado. Nada para sobresaltarse. Un ojo aguzado puede reparar en su virilidad, más afable que de costumbre, pero en un primer instante esto no sugiere mucho más. Cualquier ‘sospecha’ acerca de su ‘particularidad’ sería injustificada, pues Esben sería de acuerdo al canon preestablecido un hombre ‘normal’. Sin embargo, algo hay. Y es que Esben no se enmarca en ninguno de los estereotipos que como buitres se enseñorean sobre el mundo del sexo: él es heterosexual, pero le gusta vestirse de mujer...

Complejo sin dudas, sobre todo, porque el universo de los transgénero comúnmente se asocia con la homosexualidad en sus variadas proyecciones. Pero este no es el caso. Más bien Esben vive una curiosa dicotomía, que lo hace como aquella mítica deidad yoruba (Logún Edé) ser un tiempo hombre y otro mujer. Y lo mejor, que es sin el más mínimo conflicto de identidad.

¿De dónde nace el impulso? Probablemente ni él mismo lo sepa. Quizás ese sueño repetitivo de la adolescencia en que se veía huyendo de lo inexorable en uno de los pasillos del Titanic tenga la clave. Recordemos las prioridades de los salvavidas: mujeres y niños. Los hombres – mueren. Esa necesidad de Salvación inconsciente que nos asalta a todos y que se canaliza por diversas vías puede ser una lejana, pero certera respuesta. La de él, fue devenir mujer, para realizar esas dos polaridades que todos, dicen, tenemos implícitas.   

El documental es como una flor en primavera: poco a poco se nos va abriendo, mostrando, de un lado, la naturalidad del tránsito de una condición a otra. La transformación de la oruga a mariposa. Del otro lado las nada sencillas reacciones/relaciones de sus familiares, que aunque en un principio nos parecen racionales y ‘civilizadas’, luego vamos descubriendo, gracias a la depurada técnica narrativa de su director, el joven Even Benestad, que tiene también sus partes sinuosas y áreas sin ventilar.

Vemos aquí esbozadas las implicaciones éticas, el nivel de compromiso, de obligación que se establece entre padres e hijos. Sabemos que esa es una ‘transacción’ que se apropia de una tajada de nuestra intimidad y si antes nuestras vidas tenían la libertad que da la ausencia de fronteras – sólo el horizonte por delante – al procrear, en mucho, dejamos de pertenecernos para volvernos rehenes de nuestros herederos.

Estos a su vez sólo tendrán control absoluto de sus destinos hasta que, en esa eterna espiral que es la existencia humana, den un nuevo fruto al universo. Claro, siempre y cuando ellos mismos no decidan cortar de un tajo ese cordón umbilical invisible y eterno que ata a la criatura a su creador.

Benestad no nos da una respuesta prefabricada o lapidaria, pues ni él mismo la tiene. Si su ‘única’ función fuera estar detrás de las cámaras; si sólo fuera ese testigo mudo y objetivo, que se vuelven algunos documentalistas, quizás podría aventurarse a inventarnos un epilogo con dos o tres consideraciones doctorales o frutos de su imparcialidad creativa. Pero es que un creador, si es creador, siempre se involucra con su obra. Y aquí más, pues Even es hijo de Esben y aunque ha tratado de entender a su padre, no las tiene todas claras.

Da la impresión que además de un estreno en el mundo del cine (antes el realizador se había especializado en documentales de televisión) este trabajo es como esa madeja existencial que el joven va desvendándose para sí mismo, al tiempo que trata de hilvanar con coherencia a partir de los rollos de celuloide y no sólo…la historia de una vida.  

Lo que más llama la atención es la comunicación que se establece entre casi todos los miembros de la familia. La comunicación hoy en día escasea y nos atreveríamos a asegurar que es fuente de buena parte de las adversidades del mundo moderno. Aquí, sin embargo, el padre, sus hijos, su ex mujer y su actual esposa, pueden expresar sin ambages lo que al respecto sienten, sin que necesariamente hieran la sensibilidad del otro.

Todos tienen alguna espinita clavada en la planta del pie... Los hijos no saben hasta qué punto cuando Esben se transforma en Ester, su alter ego femenino, pueden considerar que están ante la misma persona, ante su padre. Esben no ve mayores complicaciones y en general no piensa que para devenir mujer haya que tener necesariamente un cuerpo femenino. Aún así, no dispensa las prótesis mamarias… pues una mujer, no sólo se construye con vestidos y maquillaje. Su primera esposa, todavía no rebasó el dolor de descubrir las aficiones de su marido y cómo a pesar de sus esfuerzos por conservar la familia, no superó el desafío.

La segunda, calzada con su experiencia profesional (es terapeuta), pudo manejar la cuestión con mejor tino, aunque en el fondo ve con preocupación que Ester ocupa cada vez con más frecuencia el espacio que antes le tocaba a Esben. Al fin y al cabo, ella se declara totalmente heterosexual y amante de las características del sexo contrario, pues fueron justamente ellas las que en su momento la atrajeron hacia el protagonista del filme. De cualquier modo sorprende la lucidez y la racionalidad con que proyecta su discurso, impregnado de amor y comprensión.

La platea tampoco fue ajena a esta diversidad de enfoques. Como ya se ha hecho costumbre, el debate se caracterizó por opiniones fundadas y marcadas por la variedad. Especialmente interesantes resultaron los testimonios de Mariela Castro Espín, directora del Centro de Educación Sexual de Cuba y una colega de profesión, pues ambas tuvieron la oportunidad de conocer en persona a Esben/Ester Benestad, una prueba viva de los que sucede cuando el alma se divide en dos...