"Shortbus", un canto a la diversidad en el cubano Cine Club Diferente
- por © Antón Vélez Bichkov (Cuba)-NOTICINE.com
Parafraseando un clásico: "el mundo es ancho y ajeno" y no hay necesidad de preocuparse tanto con los marcos o definiciones. A esa conclusión arribó el director del explosivo film "Shortbus" (2006) que la pasada semana fue estrenado en La Habana, en ya tradicional Cine Club Diferente, que auspiciado por el Cenesex de Cuba, acoge una vez al mes la temática del cine GLS.
Lleno como pocas veces el Cine 23 y 12 fue testigo mudo de las reacciones del variado público congregado para disfrutar de esta cinta, precedida por no poca propaganda positiva y no tanto. Muchos, incluso – me atrevo a decir – vinieron, justamente, seducidos por esa fama de cuasi-pornográfico que le endilgaron algunos críticos y analistas demasiado puritanos y que días antes se encargaron de aguzar a través de informales boletines electrónicos algunos activistas gay (sin cartera).
Sin duda alguna, lo explícito en el sexo todavía es una de las manzanas ‘más prohibidas’ de la Humanidad. Y como si nada de esto la gente lo hiciera entre cuatro paredes, la gente corre a ver con un toque de morbo (vamos, no lo nieguen, yo también me siento así) cualquier obra cinematográfica que prometa generosas dosis de actos carnales en pantalla.
Sin embargo y he aquí uno de los grandes puntos fuertes del film, lejos de la pornografía – para muchos vulgar y chocante – que el derroche de cuerpos desnudos, penes y vulvas [descarnadamente] expuestos, eyaculaciones acrobáticas, besos y orgías, está en absoluto servicio del discurso narrativo de su director John Cameron Mitchell que buscó retratar el contraste que existe entre un organismo saturado de lujuria y una alma, muchas veces, vacía o en camino hacia al abismo.
Ya la propia palabra ‘lujuria’ tiene toda una carga negativa y más la uso por una cuestión estilística, que por haberlo notado en la intensión del director, que por el contrario, no se sobresalta con ninguna de sus escenas y menos aún las hace con el [malsano] instinto de alterar y rellenar las salas oscuras a partir de preceptos sórdidos y poco edificantes.
Cameron asume con meridiana naturalidad el hecho sensual y lo presenta a discusión y debate. En eso también la película es feliz, pues a partir de la sugerencia sutil, busca moldear, o al menos matizar, la comprensión que el público tiene de estas temáticas. Y lo hace a partir de la ya mencionada TQ, que según definición de la siempre socorrida y popularmente explícita Wikipedia "rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales como "homosexual", "heterosexual", "hombre" o "mujer", sosteniendo que éstas esconden un número enorme de variaciones culturales, ninguna de las cuales sería más fundamental o natural que las otras.
Todo su film se construye a partir de ese precepto, de ahí que necesite mostrar sin muchos tapujos la riqueza de este universo del Sexo con mayúsculas, que no respeta ni sí mismo. También se construye a partir de la irreverencia e ironía y más que comedia ‘neoyorquina’ como él mismo la califica, este es un tratado soledad, la frustración y la fragilidad del alma humana. A algunos de los espectadores les molestó la relajación e incluso la aparente poca seriedad de ciertos momentos del filme y aunque creo que es sabio distender las tensiones – sobre todo cuando de audiovisuales se trata – aquí más que una fórmula o un recurso hábil del director para no agobiarnos, siento que todo es parte de esa mirada casi sardónica que sobre el asunto echa Cameron.
El debate – una vez más – estuvo bastante menos concurrido que la proyección, aunque un poco optimistas los anfitriones vieran más personas que de costumbre. Lo que si no faltó, como siempre, fue la riqueza de reflexiones y opiniones. Y aunque se sintiera la ausencia de su conductor habitual Frank Padrón (de viaje por compromisos de trabajo), su sustituto Alberto Roque Guerra (médico y activista del Cenesex), supo enrumbar las disquisiciones.
Carismática y comunicativa, Mariela Castro Espín, directora del mencionado Centro no escondió que, por momentos, fue tomada de la sorpresa (prefiere siempre ver el material fílmico, junto a los demás), pero asumió con naturalidad ese mundo continuo y fluido de la sexualidad sin límites que nos plantea "Shortbus". Para la sexóloga Dra. Alicia González – otra de las habituales del Espacio – una sola proyección no basta para decodificar la naturaleza inquietante de la película, que si al menos logró matizar un poco la mente de los presentes hacia el respeto y la tolerancia ya estaba cumpliendo con su cometido.
Y a mí cabeza vino entonces una frase cacofónica y algo hueca – a primera vista – pero intensa, justamente, por su sencillez y su sin sentido: "Amen que amar es amarse". La repetía mucho el locutor Franco Carbón en el programa "Así" de Radio Rebelde y aunque suene absurdo, la idea es esa: no se compliquen, ni traten de entender. Apenas vivan el amor en todo su incongruente e infinito esplendor sin mirar si al lado está una mujer, un hombre… o una flor. Vivan el amor...
Lleno como pocas veces el Cine 23 y 12 fue testigo mudo de las reacciones del variado público congregado para disfrutar de esta cinta, precedida por no poca propaganda positiva y no tanto. Muchos, incluso – me atrevo a decir – vinieron, justamente, seducidos por esa fama de cuasi-pornográfico que le endilgaron algunos críticos y analistas demasiado puritanos y que días antes se encargaron de aguzar a través de informales boletines electrónicos algunos activistas gay (sin cartera).
Sin duda alguna, lo explícito en el sexo todavía es una de las manzanas ‘más prohibidas’ de la Humanidad. Y como si nada de esto la gente lo hiciera entre cuatro paredes, la gente corre a ver con un toque de morbo (vamos, no lo nieguen, yo también me siento así) cualquier obra cinematográfica que prometa generosas dosis de actos carnales en pantalla.
Sin embargo y he aquí uno de los grandes puntos fuertes del film, lejos de la pornografía – para muchos vulgar y chocante – que el derroche de cuerpos desnudos, penes y vulvas [descarnadamente] expuestos, eyaculaciones acrobáticas, besos y orgías, está en absoluto servicio del discurso narrativo de su director John Cameron Mitchell que buscó retratar el contraste que existe entre un organismo saturado de lujuria y una alma, muchas veces, vacía o en camino hacia al abismo.
Ya la propia palabra ‘lujuria’ tiene toda una carga negativa y más la uso por una cuestión estilística, que por haberlo notado en la intensión del director, que por el contrario, no se sobresalta con ninguna de sus escenas y menos aún las hace con el [malsano] instinto de alterar y rellenar las salas oscuras a partir de preceptos sórdidos y poco edificantes.
Cameron asume con meridiana naturalidad el hecho sensual y lo presenta a discusión y debate. En eso también la película es feliz, pues a partir de la sugerencia sutil, busca moldear, o al menos matizar, la comprensión que el público tiene de estas temáticas. Y lo hace a partir de la ya mencionada TQ, que según definición de la siempre socorrida y popularmente explícita Wikipedia "rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales como "homosexual", "heterosexual", "hombre" o "mujer", sosteniendo que éstas esconden un número enorme de variaciones culturales, ninguna de las cuales sería más fundamental o natural que las otras.
Todo su film se construye a partir de ese precepto, de ahí que necesite mostrar sin muchos tapujos la riqueza de este universo del Sexo con mayúsculas, que no respeta ni sí mismo. También se construye a partir de la irreverencia e ironía y más que comedia ‘neoyorquina’ como él mismo la califica, este es un tratado soledad, la frustración y la fragilidad del alma humana. A algunos de los espectadores les molestó la relajación e incluso la aparente poca seriedad de ciertos momentos del filme y aunque creo que es sabio distender las tensiones – sobre todo cuando de audiovisuales se trata – aquí más que una fórmula o un recurso hábil del director para no agobiarnos, siento que todo es parte de esa mirada casi sardónica que sobre el asunto echa Cameron.
El debate – una vez más – estuvo bastante menos concurrido que la proyección, aunque un poco optimistas los anfitriones vieran más personas que de costumbre. Lo que si no faltó, como siempre, fue la riqueza de reflexiones y opiniones. Y aunque se sintiera la ausencia de su conductor habitual Frank Padrón (de viaje por compromisos de trabajo), su sustituto Alberto Roque Guerra (médico y activista del Cenesex), supo enrumbar las disquisiciones.
Carismática y comunicativa, Mariela Castro Espín, directora del mencionado Centro no escondió que, por momentos, fue tomada de la sorpresa (prefiere siempre ver el material fílmico, junto a los demás), pero asumió con naturalidad ese mundo continuo y fluido de la sexualidad sin límites que nos plantea "Shortbus". Para la sexóloga Dra. Alicia González – otra de las habituales del Espacio – una sola proyección no basta para decodificar la naturaleza inquietante de la película, que si al menos logró matizar un poco la mente de los presentes hacia el respeto y la tolerancia ya estaba cumpliendo con su cometido.
Y a mí cabeza vino entonces una frase cacofónica y algo hueca – a primera vista – pero intensa, justamente, por su sencillez y su sin sentido: "Amen que amar es amarse". La repetía mucho el locutor Franco Carbón en el programa "Así" de Radio Rebelde y aunque suene absurdo, la idea es esa: no se compliquen, ni traten de entender. Apenas vivan el amor en todo su incongruente e infinito esplendor sin mirar si al lado está una mujer, un hombre… o una flor. Vivan el amor...