Colaboración: Chocolate con fresa
- por © P.L.-NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal*
"¡Pero qué grande es esta Revolución! ¡Ahora hasta las putas son críticos de arte!".
Era una noche de diciembre de 1993, que esta tarde de desabrido invierno sureño he resucitado volviendo a disfrutar una de las mejores películas que se rodaron en el siglo veinte, "Fresa y chocolate". Por primera vez, en Cuba se reivindicaba públicamente el derecho a la homosexualidad, el derecho a la diferencia en una sociedad donde no ser macho constituía hasta entonces un estigma social y político.
Con una valentía que diecisiete años después, toda una vida, sorprende y reconforta, el director Tomás Gutiérrez Alea, ayudado por Juan Carlos Tabío, daba vida a la más sorprendente crítica que jamás nadie hubiese podido imaginar en una sociedad como la cubana del año de gracia de 1993.
La historia del joven fotógrafo y homosexual Diego (Jorge Perugorría) y del machito universitario comunista David (Vladimir Cruz), que en un the end maravilloso se funden en un abrazo fraternal, con La Habana a sus pies, quedará enmarcada en cuadro religioso dentro de la historia del cine.
Tuve la suerte de asistir a aquella noche de triunfo de la verdad en un cine lleno hasta la bandera, donde los aplausos provocaban torceduras de muñecas y a la larga tendinitis. Nunca jamás se vio tamaño entusiasmo en el Festival de Cine de La Habana, que desde entonces tuvo un antes y un después.
En medio de las celebraciones de aquella noche interminable de calima cubana con sabroso ron esparcido por rocas transparentes del beber pensé, lo recuerdo ahora, cuando la memoria se apacigua, que habíamos asistido a un acto tan revolucionario como la liberación de París en manos de las tropas nazis.
Me sentí persona, héroe, y agarrado a las nubes del ascensor del Hotel Nacional creí que el mundo había cambiado.
Ni el mismísimo Ernesto Hemingway pudo ser tan delicadamente feliz cuando yendo contra todas las órdenes "liberó" el parisiense Hotel Ritz y saqueó su mejor champán.
Yo solo tenía en la mano un vaso de ron pero el Hotel Nacional bien valía el Ritz de París.
He vuelto a ver al homo Diego ofrecerle té de la India a un David imbuido de consignas revolucionarias en las que el sexo entre dos hombres era premiado con cárcel o deportación.
La verdad es que podía haberme encontrado en aquel simpático pisito de la Habana vieja. Unos días antes de la proyección, un muchacho bello como las rosas de Ecuador se me acercó en la Rampa y me ofreció tomar el té con él y unos amigos.
Con mi imbecilidad de macho europeo le repliqué irónicamente que cómo diablos podía tomarse té en La Habana con más de treinta grados a la sombra. El muchacho sonrió tristemente y siguió su camino.
Y eso que Diego me había advertido desde la pantalla que se caía de tanto aplauso: "Lo mejor es no asombrarse de nada y probarlo todo".
Los días que me quedaron antes de volver a París, porque entonces siempre volvíamos a París los Rick de medio pelo, los pasé atiborrándome de helados de fresa y chocolate en el Copelia donde se habían encontrado el machito revolucionario y el homosexual desorejado.
Para mí, comer aquel delicioso helado era como un santo y seña que algunos de mis amigos cubanos, la verdad, nada más que la verdad, porque es muy temprano para mentir, tomaron con esas sonrisas de compromiso que todos tenemos en los bolsillos.
Me había convertido en un auténtico resistente. Y eso que estábamos lejos del tugurio de Humphrey Bogart en "Casablanca".
Ahora, a millones de años luz del ascensor terriblemente norteamericano y maravillosamente kitch del Nacional, cada vez que alguien tiene la suerte de que le ofrezca una gota de mi güisqui le digo como decía Diego: "No temas que tenga algún efecto ideológico".
Casualidades de la vida, el güisqui que bebían los dos amigos sin futuro era el mío, Johnnie Walker.
Y también tengo ganas de gritar antes de que se acabe mi propia película: "¡Viva el comunismo democrático!… ¡El comunismo es donde los maricones vamos a ser felices!" Ya sé que es espantosamente retro creer en las casualidades…
¿Se acordarán los cubanos de aquella noche del 93, que para muchos de nosotros fue como un verano del 42?
Tengo todavía in mente a un alto cargo de la entonces cultura oficial cubana que paró en seco mi entusiasmo por "Fresa y chocolate", cuando yo se la recomendaba con todas mis fuerzas para un premio más, diciéndome algo que hoy traduciría escuetamente "Eso es una mariconada".
De aquellas noches de luna llena me he encontrado entre mis libros el guión de la película que alguien me regaló, probablemente entre piso y piso del Nacional.
Es una edición mimeografiada en un espantoso papel que se tiró a doscientos ejemplares.
La portada se abre con una especie de cáliz y un Adán y Eva del mismo sexo a punto de comerse la manzanita de todas las desgracias.
1. LA HABANA. EXT DIA.
Free cinema. La Habana, ciudad donde el macho es rey, un mundo donde lo débil y lo afeminado no tienen lugar.
Es el comienzo del guión de "Fresa y chocolate" escrito por Senel Paz...
La pena, mi pena, ahora que la realidad se ha hundido en el pozo de lo imposible, es darme cuenta de que siempre, desde el primer momento, desde el primer viaje, he sentido Cuba como si estuviese metido en una de esas películas que me han permitido vivir. Estoy seguro de que mis amigos cubanos sabrán perdonarme y hasta comprenderme.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).