Colaboración: La mariposa enamorada
- por © P.L./-NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal *
Hay tanta amargura en "El cuerno de la abundancia", (J.C. Tabío, 2008), comedia cubana vista sin malas intenciones en un televisor, como la que se me quedó anclada para siempre en una casita perdida en el recuerdo de La Habana. Debe de ser el puñetero efecto mariposa ese.
Cuando en aquella casa caía el telón sobre una vida misteriosa y llena de todo lo que se necesita para ser grande, en la Costa del Sol española, a ocho o nueve mil kilómetros, se desencadenaba una singular temporada de lluvias con la intensidad humana de aquel título mítico que luego no daba para tanto "Vinieron las lluvias" (1939, con Mirna Loy y Tyrone Power).
(Gaviotas rojas sacan los ojos de niños al límite que con sus madres visitaban el interior de un armario abandonado en la playa de los Boliches, sur profundo de una España que no es la misma que cuando no pedían más que los pordioseros.
Mientras los caníbales bichos vuelan con los ojitos azules abiertos como babosas ostras de Bretaña, la mamá se lanza por bulerías y los muertos vivos, auténticos vivales de esta derrota de crisis económica mundial, prometen que si las gaviotas paran de berrear y de defecar sobre los tejados grises cobalto les venderán un timón sacado del cajón del armario de popa.
Pero la madre, herida por la perdida de los ojos de sus hijos, nacidos de padres diversos pero todos amados hasta la locura del mejor tango con olor a bolero, pregunta implorante que para qué quiere ella el timón. Ulises se lo apropia y empieza soplar en las velas de su parapente que debería llevarlo de vuelta a Ítaca).
El efecto mariposa, sin duda. Cada cual se consuela como le da la gana que no como puede, porque poder casi nunca se puede.
Lo bueno que tiene la mayoría de las comedias peliculeras cubanas es ese desenfado amoroso y vital de personajes que resuman indecente feliz indolencia.
La multimillonaria herencia que los cortos habitantes de un pueblecito están esperando es tremendamente sensual. El aire huele a semen fresco. Las mujeres, todas, tienen el encanto de la alegría de procrear en el columpio amoroso y en medio de las vociferaciones apenas reprimidas por educación del placer compartido.
Están hechas para el amor. Son felices amando. En Europa se gimotea por el placer y en el Caribe el placer arranca gritos triunfales de la mismísima Aida.
Los personajes de ese cuerno de todas las promesas no corren en pos de los dólares prometidos por un notario de Miami sino de una comodidad mayor que les permita seguir fornicando en la paz de todos los santeros y de todos los curas de la isla.
Desde 1959, decía el periodista Alfredo Muñoz Unsain, Chango, decano de los corresponsales en Cuba y el único cubano de corazón por mí conocido que mantenía contra huracanes y tsunamis su nacionalidad argentina, "la sociedad cubana –toda, el conjunto, la civil, la militar, la residente y la emigrada—es anónima para gran parte del resto del mundo, que apenas ha llegado a enterarse de que en esta isla del Caribe ya no se baila tanto mambo".
Es verdad que Patricia ya no baila el cha cha cha, que son tiempos de reflexión y de mirar al frente, como el Perugorría que no sabe sin quedarse con la más bonita, con la más ardiente o correr detrás de la fortuna que quizá nunca llegue.
Porque es posible que todo sea una ilusión. Y que "El cuerno de la abundancia" resulte una alegoría más de esas que el cine cubano ha estado dándonos desde que Fidel Castro, por razones y objetivos políticos propios, decidió que tenía que existir.
Cuando en la entrevista que tengo a mano le preguntaron a Chango qué opinión le merecía Cuba y los cubanos, fue igual a sí mismo: "Es mi elección opinar sobre Cuba y sobre los cubanos sólo en el patio, en el comedor o la cocina de mi vivienda".
La vivienda era esa casa de Macondo y el patio existía.
Cada vez que pasaba por La Habana, largos retazos de mis noches quedaban en ese patio habitado por duendes bienhechores.
Un cachito del Todo Cuba que contaba estaba siempre arrellanado en las sillas de hierro teñidas de blanco de las que se escapaban olorosos humos de puros habanos.
Presidía el honorable Chango, enigmático hasta el final. En cuarenta años de amistad nunca me dio ninguna de las claves que él tan bien conocía y que yo tanto anhelaba.
La sonrisa enigmática a lo Richard Widmark en busca del virus que va a asesinar a toda una ciudad era la respuesta que prefería.
(El vecino del piso 18 A le dice al tabernero de la esquina: "Si el vino perjudica a tus negocios, deja los negocios". Y el otro le contesta: "Abrimos cuando llegamos, cerramos cuando nos vamos y si vienes y no estamos es que no coincidimos".
El muchacho, que ha abandonado su carrera de Ingeniero Nuclear para ser camarero de base y servir alubias con salsa a los ingleses matutinos, filosofea: "Hace tiempo, todas las noches preparaba mi programa del día siguiente. Ahora el cuerpo ya no me da más que para preparar la lista de la compra y a condición de que no sea demasiado larga".
En esta Costa del sol española, donde la luz del sol habría vuelto más loco de lo que estaba al Van Gogh desgraciado de la vida, apabullado por el amor de las mujeres que le consideraban poco menos que como una viruta en la comida de un perro de lujo, hay un bar extranjero que desde que estoy aquí nadando en un Mediterráneo que te promete siempre llevarte al continente negro, me tiene muy intrigado. Una camarera rubia como una finlandesa recién llegada de tierras heladas refulge como la luna llena delante de un cartel que sin complejos proclama: "Café fresco / Naturalmente / Comida sana / Comida fresca / Lista para comer"
Que el café esté fresco siempre me ha parecido una evidencia, pero desde que rozó todos los días este anuncio dudo de la realidad de las cosas. Y desde que George Clooney promociona café en píldoras con una máquina feísima del diablo, alucino por una tubería que atravesaría el estrecho de Gibraltar en medio de barracudas y pateras llenas de negros subsaharianos.
Lo de Naturalmente / Cocina sana me deja patitieso. ¿Qué es lo sano, la cocina sana o naturalmente, de naturaleza, de bosques frescos con Caperucitas de largas trenzas rubias?
Que te den comida sana y comida fresca lista para comer en un universo de hamburguesas retrógradas con patatas fritas coléricas de colesterol y de tuberculosis..)
Al morir, el efecto mariposa, Chango dejó un librito titulado "Cuba, Sociedad Anónima" que editó en España una editorial on-line.
Curioso efecto mariposa. El director y propietario de esa pequeña editorial desapareció hace un par de años. Nunca más se le ha visto el pelo. Se lo tragó la tierra. Ahora desaparece Chango. Y su libro sigue colgado en el infinito de Internet.
Amanece y da miedo.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).
Hay tanta amargura en "El cuerno de la abundancia", (J.C. Tabío, 2008), comedia cubana vista sin malas intenciones en un televisor, como la que se me quedó anclada para siempre en una casita perdida en el recuerdo de La Habana. Debe de ser el puñetero efecto mariposa ese.
Cuando en aquella casa caía el telón sobre una vida misteriosa y llena de todo lo que se necesita para ser grande, en la Costa del Sol española, a ocho o nueve mil kilómetros, se desencadenaba una singular temporada de lluvias con la intensidad humana de aquel título mítico que luego no daba para tanto "Vinieron las lluvias" (1939, con Mirna Loy y Tyrone Power).
(Gaviotas rojas sacan los ojos de niños al límite que con sus madres visitaban el interior de un armario abandonado en la playa de los Boliches, sur profundo de una España que no es la misma que cuando no pedían más que los pordioseros.
Mientras los caníbales bichos vuelan con los ojitos azules abiertos como babosas ostras de Bretaña, la mamá se lanza por bulerías y los muertos vivos, auténticos vivales de esta derrota de crisis económica mundial, prometen que si las gaviotas paran de berrear y de defecar sobre los tejados grises cobalto les venderán un timón sacado del cajón del armario de popa.
Pero la madre, herida por la perdida de los ojos de sus hijos, nacidos de padres diversos pero todos amados hasta la locura del mejor tango con olor a bolero, pregunta implorante que para qué quiere ella el timón. Ulises se lo apropia y empieza soplar en las velas de su parapente que debería llevarlo de vuelta a Ítaca).
El efecto mariposa, sin duda. Cada cual se consuela como le da la gana que no como puede, porque poder casi nunca se puede.
Lo bueno que tiene la mayoría de las comedias peliculeras cubanas es ese desenfado amoroso y vital de personajes que resuman indecente feliz indolencia.
La multimillonaria herencia que los cortos habitantes de un pueblecito están esperando es tremendamente sensual. El aire huele a semen fresco. Las mujeres, todas, tienen el encanto de la alegría de procrear en el columpio amoroso y en medio de las vociferaciones apenas reprimidas por educación del placer compartido.
Están hechas para el amor. Son felices amando. En Europa se gimotea por el placer y en el Caribe el placer arranca gritos triunfales de la mismísima Aida.
Los personajes de ese cuerno de todas las promesas no corren en pos de los dólares prometidos por un notario de Miami sino de una comodidad mayor que les permita seguir fornicando en la paz de todos los santeros y de todos los curas de la isla.
Desde 1959, decía el periodista Alfredo Muñoz Unsain, Chango, decano de los corresponsales en Cuba y el único cubano de corazón por mí conocido que mantenía contra huracanes y tsunamis su nacionalidad argentina, "la sociedad cubana –toda, el conjunto, la civil, la militar, la residente y la emigrada—es anónima para gran parte del resto del mundo, que apenas ha llegado a enterarse de que en esta isla del Caribe ya no se baila tanto mambo".
Es verdad que Patricia ya no baila el cha cha cha, que son tiempos de reflexión y de mirar al frente, como el Perugorría que no sabe sin quedarse con la más bonita, con la más ardiente o correr detrás de la fortuna que quizá nunca llegue.
Porque es posible que todo sea una ilusión. Y que "El cuerno de la abundancia" resulte una alegoría más de esas que el cine cubano ha estado dándonos desde que Fidel Castro, por razones y objetivos políticos propios, decidió que tenía que existir.
Cuando en la entrevista que tengo a mano le preguntaron a Chango qué opinión le merecía Cuba y los cubanos, fue igual a sí mismo: "Es mi elección opinar sobre Cuba y sobre los cubanos sólo en el patio, en el comedor o la cocina de mi vivienda".
La vivienda era esa casa de Macondo y el patio existía.
Cada vez que pasaba por La Habana, largos retazos de mis noches quedaban en ese patio habitado por duendes bienhechores.
Un cachito del Todo Cuba que contaba estaba siempre arrellanado en las sillas de hierro teñidas de blanco de las que se escapaban olorosos humos de puros habanos.
Presidía el honorable Chango, enigmático hasta el final. En cuarenta años de amistad nunca me dio ninguna de las claves que él tan bien conocía y que yo tanto anhelaba.
La sonrisa enigmática a lo Richard Widmark en busca del virus que va a asesinar a toda una ciudad era la respuesta que prefería.
(El vecino del piso 18 A le dice al tabernero de la esquina: "Si el vino perjudica a tus negocios, deja los negocios". Y el otro le contesta: "Abrimos cuando llegamos, cerramos cuando nos vamos y si vienes y no estamos es que no coincidimos".
El muchacho, que ha abandonado su carrera de Ingeniero Nuclear para ser camarero de base y servir alubias con salsa a los ingleses matutinos, filosofea: "Hace tiempo, todas las noches preparaba mi programa del día siguiente. Ahora el cuerpo ya no me da más que para preparar la lista de la compra y a condición de que no sea demasiado larga".
En esta Costa del sol española, donde la luz del sol habría vuelto más loco de lo que estaba al Van Gogh desgraciado de la vida, apabullado por el amor de las mujeres que le consideraban poco menos que como una viruta en la comida de un perro de lujo, hay un bar extranjero que desde que estoy aquí nadando en un Mediterráneo que te promete siempre llevarte al continente negro, me tiene muy intrigado. Una camarera rubia como una finlandesa recién llegada de tierras heladas refulge como la luna llena delante de un cartel que sin complejos proclama: "Café fresco / Naturalmente / Comida sana / Comida fresca / Lista para comer"
Que el café esté fresco siempre me ha parecido una evidencia, pero desde que rozó todos los días este anuncio dudo de la realidad de las cosas. Y desde que George Clooney promociona café en píldoras con una máquina feísima del diablo, alucino por una tubería que atravesaría el estrecho de Gibraltar en medio de barracudas y pateras llenas de negros subsaharianos.
Lo de Naturalmente / Cocina sana me deja patitieso. ¿Qué es lo sano, la cocina sana o naturalmente, de naturaleza, de bosques frescos con Caperucitas de largas trenzas rubias?
Que te den comida sana y comida fresca lista para comer en un universo de hamburguesas retrógradas con patatas fritas coléricas de colesterol y de tuberculosis..)
Al morir, el efecto mariposa, Chango dejó un librito titulado "Cuba, Sociedad Anónima" que editó en España una editorial on-line.
Curioso efecto mariposa. El director y propietario de esa pequeña editorial desapareció hace un par de años. Nunca más se le ha visto el pelo. Se lo tragó la tierra. Ahora desaparece Chango. Y su libro sigue colgado en el infinito de Internet.
Amanece y da miedo.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).