Cine francés en Cuba: un escritor fantasma, una farsa contra la intolerancia y poco más
- por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
Sigue el flujo del más diverso público a las más diversas (y a veces distantes) salas donde se exhibe reciente cine francés dentro de un festival que es tradición y continuidad, suma y multiplicación en La Habana y el resto de la Mayor de las Antillas. Difícil resultó alcanzar luneta en la exhibición de la cinta de suspenso “El escritor” (2010), lo último del polaco-francés reclamado por la Justicia norteamericana Roman Polanski, por lo cual –al menos en el multicine Infanta— muchos colmaron los pasillos.
No sólo influía el prestigio del maldito realizador polaco, en esta coproducción que cocinaron Francia, Alemania y hasta esos Estados Unidos donde la justicia no quiere verlo ni en pintura, al menos físicamente, por viejos líos con una adolescente que, bien se sabe, tantos dolores de cabeza le ha traído. También ha pesado la gran alharaca mediática en torno al propio film sobre todo después del Oso de Plata al mejor director en la Berlinale de este año.
El guión en el que Polanski colaboró con Robert Harris (basado en su novela “The ghost writer”) sigue a un exitoso escritor fantasma, quien acepta completar las memorias del antiguo primer ministro británico Adam Lang, pero este tentador proyecto de colaboración parece estar condenado desde el principio ya que el colega que lo antecedió, y brazo derecho de Lang, murió en un misterioso accidente.
A estas alturas, quién va a reprocharle al célebre director de clásicos como “Chinatown” (1974) o cintas tan estimadas y premiadas como “El pianista” (2002), problemas de realización o concretamente, de narración. Su nueva obra es un "thriller" con toda las de la ley, con un ritmo que desde el inicio nos toma de la garganta y nos sitúa un nudo que no baja hasta que aparece en la pantalla el The end.
Sin embargo, y justamente porque es Polanski quién está detrás, al menos el crítico esperaba un poco más; digamos, del desarrollo de personajes; no sólo que los sórdidos manejos de Lang con la CÏA, su nexo con ciertos seres que pasan tangencialmente por la pantalla, o la mal desarrollada y bastante forzada rivalidad entre la esposa y la asistente ¿amante?, queden como en el tintero, sino –y sobre todo—la propia personalidad y evolución del protagonista: los dilemas éticos entre solvencia material y “escrúpulos” profesionales, digamos, o la relación entre biografiado y “biografiante” más allá del trabajo, se quedan en la epidermis.
Y eso que Ewan McGregor (“Chicago”) y sus compañeros de casting (Pierce Brosnan, Kim Cattrall…) aparecen bien centrados en sus roles, pero es esto: una notable película “norteamericana” dentro de un festival francés.
Para disfrutar en sus deliciosos 97 minutos, a pesar de que lo tratado es bien grave, aparece “Rosa y negro”( 2009) del actor Gérard Jugnot (“El coro”) quien es aquí un diseñador de vestuario venido a menos en pleno siglo XVI, quien recibe del rey la encomienda de marchar a España a hacer un vestido para la boda conveniada entre uno de sus sobrinos y la hija de un político importante allí. De los aires liberales y libertinos de la “Ciudad Luz”, el modisto y su séquito, integrado por otros "gays" del giro, un árabe disfrazado y una especie de edecán protestante, aterrizan en una España atrasada e intolerante, aterrorizada por aquella Inquisición siempre dispuesta a organizar grandes parrilladas con elementos como los que justamente llegan en misión.
Dueño de un humor a veces grueso y francamente sainetero, Jugnot erige, sin embargo, una sátira saludablemente iconoclasta, corrosiva y sobre todo divertida, que una vez más pone más de un dedo en las llagas de la intolerancia, el pensamiento único y el monolito, los cuales, bien sabemos, siguen haciendo daño, cuando tan lejanas parecieran las llamas inquisitoriales y otras tantas cacerías de brujas en pleno siglo XXI (Y la efectiva imagen final, que desmiente la alusión a Estados Unidos como “tierra de libertades”, así lo confirma).
Mucho menos feliz es “Lol” (2008), de Lisa Azuelos; aunque hay aquí un sugerente retrato de las peculiaridades en adolescentes y jóvenes parisinos de hoy mismo (frivolidad, fiebre por Internet y el baile, ligereza en el amor, desinterés por los estudios, desencuentros con los padres…), las violentadas simetrías entre ellos y los adultos (algo que la narrativa subraya con bastante chapucería) y la también superficial exposición, ausente de análisis, convierten el film tan sólo en una pasable comedia, si acaso con algunos desempeños meritorios (Sophie Marceau y Christa Theret, nominada al premio Cesar en la categoría de actriz revelación por ejemplo).
Se anuncia en varias salas una larga tanda de animados (sobre todo, para adultos), de los que también daremos fe, por supuesto.
No sólo influía el prestigio del maldito realizador polaco, en esta coproducción que cocinaron Francia, Alemania y hasta esos Estados Unidos donde la justicia no quiere verlo ni en pintura, al menos físicamente, por viejos líos con una adolescente que, bien se sabe, tantos dolores de cabeza le ha traído. También ha pesado la gran alharaca mediática en torno al propio film sobre todo después del Oso de Plata al mejor director en la Berlinale de este año.
El guión en el que Polanski colaboró con Robert Harris (basado en su novela “The ghost writer”) sigue a un exitoso escritor fantasma, quien acepta completar las memorias del antiguo primer ministro británico Adam Lang, pero este tentador proyecto de colaboración parece estar condenado desde el principio ya que el colega que lo antecedió, y brazo derecho de Lang, murió en un misterioso accidente.
A estas alturas, quién va a reprocharle al célebre director de clásicos como “Chinatown” (1974) o cintas tan estimadas y premiadas como “El pianista” (2002), problemas de realización o concretamente, de narración. Su nueva obra es un "thriller" con toda las de la ley, con un ritmo que desde el inicio nos toma de la garganta y nos sitúa un nudo que no baja hasta que aparece en la pantalla el The end.
Sin embargo, y justamente porque es Polanski quién está detrás, al menos el crítico esperaba un poco más; digamos, del desarrollo de personajes; no sólo que los sórdidos manejos de Lang con la CÏA, su nexo con ciertos seres que pasan tangencialmente por la pantalla, o la mal desarrollada y bastante forzada rivalidad entre la esposa y la asistente ¿amante?, queden como en el tintero, sino –y sobre todo—la propia personalidad y evolución del protagonista: los dilemas éticos entre solvencia material y “escrúpulos” profesionales, digamos, o la relación entre biografiado y “biografiante” más allá del trabajo, se quedan en la epidermis.
Y eso que Ewan McGregor (“Chicago”) y sus compañeros de casting (Pierce Brosnan, Kim Cattrall…) aparecen bien centrados en sus roles, pero es esto: una notable película “norteamericana” dentro de un festival francés.
Para disfrutar en sus deliciosos 97 minutos, a pesar de que lo tratado es bien grave, aparece “Rosa y negro”( 2009) del actor Gérard Jugnot (“El coro”) quien es aquí un diseñador de vestuario venido a menos en pleno siglo XVI, quien recibe del rey la encomienda de marchar a España a hacer un vestido para la boda conveniada entre uno de sus sobrinos y la hija de un político importante allí. De los aires liberales y libertinos de la “Ciudad Luz”, el modisto y su séquito, integrado por otros "gays" del giro, un árabe disfrazado y una especie de edecán protestante, aterrizan en una España atrasada e intolerante, aterrorizada por aquella Inquisición siempre dispuesta a organizar grandes parrilladas con elementos como los que justamente llegan en misión.
Dueño de un humor a veces grueso y francamente sainetero, Jugnot erige, sin embargo, una sátira saludablemente iconoclasta, corrosiva y sobre todo divertida, que una vez más pone más de un dedo en las llagas de la intolerancia, el pensamiento único y el monolito, los cuales, bien sabemos, siguen haciendo daño, cuando tan lejanas parecieran las llamas inquisitoriales y otras tantas cacerías de brujas en pleno siglo XXI (Y la efectiva imagen final, que desmiente la alusión a Estados Unidos como “tierra de libertades”, así lo confirma).
Mucho menos feliz es “Lol” (2008), de Lisa Azuelos; aunque hay aquí un sugerente retrato de las peculiaridades en adolescentes y jóvenes parisinos de hoy mismo (frivolidad, fiebre por Internet y el baile, ligereza en el amor, desinterés por los estudios, desencuentros con los padres…), las violentadas simetrías entre ellos y los adultos (algo que la narrativa subraya con bastante chapucería) y la también superficial exposición, ausente de análisis, convierten el film tan sólo en una pasable comedia, si acaso con algunos desempeños meritorios (Sophie Marceau y Christa Theret, nominada al premio Cesar en la categoría de actriz revelación por ejemplo).
Se anuncia en varias salas una larga tanda de animados (sobre todo, para adultos), de los que también daremos fe, por supuesto.