Colaboración: La tía Julia y otro escribidor

por © P.L.-NOTICINE.com
'La tía Julia y el escribidor', en su versión cinematográfica norteamericana
'La tía Julia y el escribidor', en su versión cinematográfica norteamericana
Por Sergio Berrocal *

Casi siempre sonreía con ironía pero probablemente era lo que solemos llamar un hombre bueno. Lo que ignorábamos los redactores recién llegados para integrar el primer servicio en español de la Agencia France Presse hacia América Latina es que era lo que ha resultado ser, que tan poco cuadraba con nuestras esqueléticas biografías de niños recién salidos del cascarón.

Era un personaje de cine, de ese cine que ya empezábamos a cultivar unos cuantos, aunque sería incapaz de decir si a él le gustaban las cosas de la pantalla.

Pero, eso sí: con su vida podría haberse hecho una enorme película.

La primera vez que le vi, recién aterrizado yo en el servicio español, se encontraba en su despacho del segundo piso del viejo edificio de la AFP en la Place de la Bourse de París.

Era como un vagón de ferrocarril viejo, con todo el encanto de lo añejo que tenía al fondo una enorme ventana.

Estaba despachando con su secretaria, una bonita recién casada bizca que era un encanto para ojos juveniles.

Levantó encantado las gafas de un enorme periódico en español que ocupaba su mesa de despacho.

Me estuvo comentando algunos artículos de primera plana que versaban sobre la situación en España (Franco no moriría hasta 1975).

Para mí era chino cantonés. Yo llegaba de Tánger (Marruecos) y como una buena parte de los jóvenes de entonces era ignaro en esas materias tan serias.

Desde 1953, se jubiló en 1981, aquel hombre de pelo risueño era jefe del servicio Features en español de la AFP.

En el piso superior se armaba el primer contingente de periodistas noveles al que cupo la inmensa labor de llevar las informaciones del mundo a América Latina directamente en español y no en francés como se hacía hasta entonces.

Un poco tímidamente, entre máquinas de escribir recién engrasadas, empezamos a armar lo que se convertiría en la lanza que rompería las costillas a las otras dos agencias mundiales, Associated Press y Reuters aunque, si mal no recuerdo todavía existía una tercera, United Press International.

UPI era la leyenda viva del periodismo mundial. Contaban que había lanzado un lema entre sus redactores: una noticia falsa son dos noticias, la falsa y la corrección de la misma.

Usaba algunos métodos tremebundos a la hora de redactar y de transmitir sus informaciones que a nosotros, catequistas del primer día que todavía no disponíamos ni de un miserable libro de estilo, nos daban escalofríos.

Desde España, la agencia nacional EFE llevaba tiempo visando con mucho acierto y talento el mercado de periódicos latinoamericanos, por lo que se convertía en un peligroso enemigo para quienes pretendíamos, sin la menor experiencia, romper moldes y, digámoslo todo, robar clientes.

Entre los primeros redactores con los que compartí máquina de escribir estaba un periodista español directamente llegado de Madrid, un peruano (Mario Vargas Llosa), dos anarquistas españoles y un catalán que lo entendía todo de economía.

Nada extraño que a mí me llamasen durante un tiempo “señorito español” de una forma bastante despectiva y que en sus sarcasmos implicaba una relación por mi parte con el franquismo.

Por supuesto, ni lo uno ni lo otro.

Los que me escupían lo de señorito habrían quedado agradablemente sorprendidos si hubiesen sabido que hasta aquel día de enero de 1960 en que empezó el servicio de la AFP en español, yo había seguido la “dieta del Sena”, que yo me había inventado para justificar mis largos almuerzos con huevos duros, lo más barato que podía encontrarse en un café parisiense.

Al poco tiempo de llegar Mario a la Redacción, mis visitas se hicieron más asiduas al inquilino del segundo piso, aquel jefe del Features.

Acababa de recibir una nueva secretaria que nos tenía embobados. Poco o nada tenía que ver con la muchachita bizca.

Era una señora de armas tomar que mientras tecleaba ruidosamente cruzaba las piernas como Lana Turner y de vez en cuando lanzaba una radiante sonrisa a quien se encontrase a dos millas náuticas a su alrededor.

Wilebaldo Solano, el director de aquella prenda, el director del Features, vivió a partir de entonces días más que felices.

Los jovencitos redactores pasábamos nuestro tiempo de descanso pidiendo a Solano que nos explicara aquel periódico suyo que siempre hablaba del POUM, siglas que, llegamos a saber, significaban Partido Obrero Unificado Marxista y había sido uno de los elementos más combativos contra el franquismo.

Escuchábamos religiosamente las explicaciones sin dejar de mirar de reojo, y a veces descaradamente, a aquella secretaria.

Hasta que supimos que se llamaba Julia.

Muchos años después, Mario, ya convertido en Mario Vargas Llosa, escribiría un divertidísimo libro titulado "La tia Julia y el escribidor".

El entonces periodista de la AFP, titulo que él sigue recordando con mucho placer, había volcado en el libro su primera biografía: su enamoramiento de una tía carnal, con la que se casaría casi fugándose en un Perú bastante religioso y conservador.

Por supuesto, Julia, la secretaria, era ella, la tia Julia. Desde que lo supimos miramos con mucho respeto a Mario.

En cuanto a Wilebaldo Solano, sí, el jefe del Features, ¿lo recuerdan?, acabo de leer en el diario Le Monde que falleció hace poco.

La necrológica de casi una página que se le consagra me ha arrebolado las mejillas de pura vergüenza por desconocimiento.

Militante del POUM de que antes le hablé, abandonó sus estudios de Medicina en 1936 para iniciar una carrera política antifranquista. Dos años después le encarcelan y al año siguiente se fuga de la prisión.

Se marcha hacia la frontera y consigue meterse en Francia donde reconstituye el POUM.

Era un auténtico héroe hemingwayano, que hubiese tenido sitio en "Por quién doblan las campanas", el libro de Ernest Hemingway dedicó a la Guerra de España.

Y nosotros encadilados por las piernas de sus secretarias…

Desde el fondo de esta Costa del sol española me imagino las risotadas que soltaría el bueno de Solano ante nuestra petulancia de periodistas recién bautizados y todavía no confirmados.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).

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