Colaboración: Vázquez y yo
- por © Alta Films-NOTICINE.com
Por Oscar Aibar *
Empecé en esto de escribir como guionista de cómics, trabajando para varias revistas en la última gran edad de oro de los tebeos en España. Durante muchos años, en el transcurso de cenas, entregas de premios, mesas redondas y tapeos, escuché cientos de anécdotas sobre un dibujante absolutamente único: Vázquez.
De hecho, en esas reuniones parecía que no se hablara de otra cosa. Quizás porque la vida de este peculiar ser humano destacase sobre las aburridas y poco épicas existencias de los otros creadores o quizás porque, como una especie de mito homérico o artúrico, su historia fuera creciendo y reinventándose a fuerza de ser contada una y mil veces.
Conocí además a Manuel Vázquez en sus últimos años, lejos ya de su época de esplendor en la mítica Editorial Bruguera, cuando ambos trabajábamos para Makoki, una de los últimas publicaciones underground. Durante un tiempo tuve ocasión de acercarme al mito y de vivir sus hazañas de primera mano, y puedo decir que conocerle no me decepcionó en absoluto. Como el joven aprendiz que era, recorrí junto al maestro calles, bares y bingos, y ni un solo día dejé de admirarme de cómo aquella vieja leyenda del humor se enfrentaba a la vida, conservando aún aquella chispa y aquel desparpajo que le otorgaban la victoria en su lucha cotidiana contra acreedores, caseros, sastres, ex mujeres, editores o inspectores de hacienda.
Además, puedo decir con la cabeza muy alta que nunca fui víctima de ninguno de sus legendarios sablazos, muy probablemente porque entonces no había nada que rascar.
Sea como fuese, intuyendo el enorme potencial de esta historia, ya entonces empecé a recopilar las narraciones de sus famosos timos, engaños y aventuras para algún día compartirlas con el mundo. En los últimos dos años, además, he podido entrevistarme con familiares, compañeros y víctimas que le sobrevivieron. Con todo este material me he enfrentado por fin a la película.
El ser humano en cuestión
El BOE del 2 de febrero de 1956 publicaba esta orden que regulaba el contenido de las publicaciones infantiles prohibiendo “Toda desviación del humorismo hacia la ridiculización de la autoridad de los padres, de la santidad de la familia y del hogar, del respeto a las personas que ejercen la autoridad, del amor a la Patria y de la obediencia a las Leyes”. Resulta milagroso que, en este contexto, existiera y trabajara Manuel Vázquez.
Genio indiscutible de la historieta española, Vázquez diseñó un estilo gráfico que influiría a varias generaciones de dibujantes y creó a toda una galería de personajes que han pasado a formar parte de la iconografía popular: Anacleto, Tío Vázquez, Hermanas Gilda, Familia Cebolleta, Angelito, Familia Churumbel, Abuelita Paz… Pero, sorprendentemente, su vida ha superado a su obra en la mítica de los cómics. Ese Tío Vázquez siempre acosado por sus acreedores, o el moroso incorregible del ático de la Rue 13 del Percebe (que él también creó pero que desarrolló el archiexitoso Ibáñez), estaban inspirados en sus peripecias, y ayudarían a perpetuar su leyenda.
De aquel florecimiento artístico, de todo aquel mundo de brillantes creadores trabajando a destajo en pupitres de colegio para los millones de niños (los hijos del baby boom de los sesenta) que cada semana les leían, puede que hoy sólo se recuerde la figura de Francisco Ibáñez, el popular creador de Mortadelo y Filemón. Pero hubo una gran cantidad de historias detrás. Ése es precisamente el paisaje de fondo de "El Gran Vázquez".
“Bruguera Way Of Life”
Los tebeos de aquella época conformaron un estilo propio, muy reconocible e intemporal. Nacen de tradiciones populares como el sainete o la picaresca y aún perviven en el imaginario de la sociedad española del siglo XXI. Un ejemplo de ello son las teleseries que se han emitido recientemente (Aquí no hay quien viva, Manos a la obra, Los hombres de Paco) o el cine joven (Torrente, El milagro de P. Tinto, La Comunidad), que no sólo han recogido los arquetipos desarrollados con los personajes de Bruguera, sino también un estilo de vida en que el estropicio, el malentendido y la catástrofe final reinan en los argumentos. Algunos estudiosos han querido bautizar a esta manera de contar historias como la “Bruguera Way Of Life”, en la que reconocemos a unos antihéroes que quieren salvar el mundo y sólo provocan cataclismos, unas familias unidas sólo por el desastre, o unos trabajadores chapuceros más peligrosos que una bomba atómica.
Producto de la casualidad o del mimetismo, la vida de Vázquez fue de alguna manera una extensión de este universo de papel a la realidad.
Vidas para nada ejemplares
Por buscar antecedentes, podría decir que "El Gran Vázquez" entra a formar parte de ese tipo de biopics sobre personas desconocidas para el gran público pero cuya más que peculiar historia justifica sobradamente su existencia. Casi nadie conocía a James J. Braddock antes de ver "Cinderella man", a Oscar Schindler antes de "La lista de Schindler", a Erin Brocovich antes de "Erin Brocovich", a Frank W. Abagnale antes de "Atrápame si puedes", etcétera.
Sin utilizar como reclamo la popularidad de las personas biografiadas, en estas películas se usa el sello de realidad como un atractivo más, a veces muy importante, de una historia que podría parecer inventada. Si Manuel Vázquez no hubiese existido, habría merecido la pena inventarlo.
"El Gran Vázquez" se puede englobar también en ese otro gran grupo de biopics producidas en los últimos años que ofrecen un nuevo tratamiento del protagonista. La pretensión de mostrar la vida de una persona o su obra como ejemplo e inspiración para el espectador ha quedado atrás para hacer más bien todo lo contrario: mostrar un comportamiento alternativo, desastroso (en el caso de Ed Wood, incluso una obra desastrosa) y poco recomendable. La vida del protagonista se nos ofrece ahora como un reflejo deformado de las nuestras, y nos hace reír e incluso reflexionar sobre ellas mediante la inevitable comparación.
Al enfrentarme a esta historia, no he podido evitar inspirarme también en otro tipo de “biografías no ejemplares” muy anteriores a los hermanos Lumière y tan nuestras como la tortilla de patatas: la picaresca. Ese culto a la supervivencia del más listo frente al más honrado o bondadoso es, nos guste o no, muy propio de nuestro carácter. El pícaro es un antihéroe que provoca la simpatía del lector engañando a quien le quiere engañar, siendo más listo que él. El pícaro es también un inadaptado social que lleva una vida diferente a la de sus contemporáneos, una vida más peligrosa y esforzada pero también más divertida. El pícaro es, ante todo, más libre que los demás.
Vázquez fue un pícaro, quizás el último. Y Vázquez no sólo mantuvo esta forma de vida, sino que incluso hizo apología de ella en sus historietas.
(*): Oscar Aibar no ha tenido hasta ahora mucha suerte en taquillas con sus largometrajes a pesar de sus intentos por hacer un cine original y a la vez de vocación comercial. La crítica sobre todo apoyó "Atolladero", y en menor medida "Platillos volantes", pero ninguna de las dos cuajó. Ahora ataca de nuevo con "El Gran Vázquez", cinta que hizo reir días atrás en el Festival de San Sebastián.
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Empecé en esto de escribir como guionista de cómics, trabajando para varias revistas en la última gran edad de oro de los tebeos en España. Durante muchos años, en el transcurso de cenas, entregas de premios, mesas redondas y tapeos, escuché cientos de anécdotas sobre un dibujante absolutamente único: Vázquez.
De hecho, en esas reuniones parecía que no se hablara de otra cosa. Quizás porque la vida de este peculiar ser humano destacase sobre las aburridas y poco épicas existencias de los otros creadores o quizás porque, como una especie de mito homérico o artúrico, su historia fuera creciendo y reinventándose a fuerza de ser contada una y mil veces.
Conocí además a Manuel Vázquez en sus últimos años, lejos ya de su época de esplendor en la mítica Editorial Bruguera, cuando ambos trabajábamos para Makoki, una de los últimas publicaciones underground. Durante un tiempo tuve ocasión de acercarme al mito y de vivir sus hazañas de primera mano, y puedo decir que conocerle no me decepcionó en absoluto. Como el joven aprendiz que era, recorrí junto al maestro calles, bares y bingos, y ni un solo día dejé de admirarme de cómo aquella vieja leyenda del humor se enfrentaba a la vida, conservando aún aquella chispa y aquel desparpajo que le otorgaban la victoria en su lucha cotidiana contra acreedores, caseros, sastres, ex mujeres, editores o inspectores de hacienda.
Además, puedo decir con la cabeza muy alta que nunca fui víctima de ninguno de sus legendarios sablazos, muy probablemente porque entonces no había nada que rascar.
Sea como fuese, intuyendo el enorme potencial de esta historia, ya entonces empecé a recopilar las narraciones de sus famosos timos, engaños y aventuras para algún día compartirlas con el mundo. En los últimos dos años, además, he podido entrevistarme con familiares, compañeros y víctimas que le sobrevivieron. Con todo este material me he enfrentado por fin a la película.
El ser humano en cuestión
El BOE del 2 de febrero de 1956 publicaba esta orden que regulaba el contenido de las publicaciones infantiles prohibiendo “Toda desviación del humorismo hacia la ridiculización de la autoridad de los padres, de la santidad de la familia y del hogar, del respeto a las personas que ejercen la autoridad, del amor a la Patria y de la obediencia a las Leyes”. Resulta milagroso que, en este contexto, existiera y trabajara Manuel Vázquez.
Genio indiscutible de la historieta española, Vázquez diseñó un estilo gráfico que influiría a varias generaciones de dibujantes y creó a toda una galería de personajes que han pasado a formar parte de la iconografía popular: Anacleto, Tío Vázquez, Hermanas Gilda, Familia Cebolleta, Angelito, Familia Churumbel, Abuelita Paz… Pero, sorprendentemente, su vida ha superado a su obra en la mítica de los cómics. Ese Tío Vázquez siempre acosado por sus acreedores, o el moroso incorregible del ático de la Rue 13 del Percebe (que él también creó pero que desarrolló el archiexitoso Ibáñez), estaban inspirados en sus peripecias, y ayudarían a perpetuar su leyenda.
De aquel florecimiento artístico, de todo aquel mundo de brillantes creadores trabajando a destajo en pupitres de colegio para los millones de niños (los hijos del baby boom de los sesenta) que cada semana les leían, puede que hoy sólo se recuerde la figura de Francisco Ibáñez, el popular creador de Mortadelo y Filemón. Pero hubo una gran cantidad de historias detrás. Ése es precisamente el paisaje de fondo de "El Gran Vázquez".
“Bruguera Way Of Life”
Los tebeos de aquella época conformaron un estilo propio, muy reconocible e intemporal. Nacen de tradiciones populares como el sainete o la picaresca y aún perviven en el imaginario de la sociedad española del siglo XXI. Un ejemplo de ello son las teleseries que se han emitido recientemente (Aquí no hay quien viva, Manos a la obra, Los hombres de Paco) o el cine joven (Torrente, El milagro de P. Tinto, La Comunidad), que no sólo han recogido los arquetipos desarrollados con los personajes de Bruguera, sino también un estilo de vida en que el estropicio, el malentendido y la catástrofe final reinan en los argumentos. Algunos estudiosos han querido bautizar a esta manera de contar historias como la “Bruguera Way Of Life”, en la que reconocemos a unos antihéroes que quieren salvar el mundo y sólo provocan cataclismos, unas familias unidas sólo por el desastre, o unos trabajadores chapuceros más peligrosos que una bomba atómica.
Producto de la casualidad o del mimetismo, la vida de Vázquez fue de alguna manera una extensión de este universo de papel a la realidad.
Vidas para nada ejemplares
Por buscar antecedentes, podría decir que "El Gran Vázquez" entra a formar parte de ese tipo de biopics sobre personas desconocidas para el gran público pero cuya más que peculiar historia justifica sobradamente su existencia. Casi nadie conocía a James J. Braddock antes de ver "Cinderella man", a Oscar Schindler antes de "La lista de Schindler", a Erin Brocovich antes de "Erin Brocovich", a Frank W. Abagnale antes de "Atrápame si puedes", etcétera.
Sin utilizar como reclamo la popularidad de las personas biografiadas, en estas películas se usa el sello de realidad como un atractivo más, a veces muy importante, de una historia que podría parecer inventada. Si Manuel Vázquez no hubiese existido, habría merecido la pena inventarlo.
"El Gran Vázquez" se puede englobar también en ese otro gran grupo de biopics producidas en los últimos años que ofrecen un nuevo tratamiento del protagonista. La pretensión de mostrar la vida de una persona o su obra como ejemplo e inspiración para el espectador ha quedado atrás para hacer más bien todo lo contrario: mostrar un comportamiento alternativo, desastroso (en el caso de Ed Wood, incluso una obra desastrosa) y poco recomendable. La vida del protagonista se nos ofrece ahora como un reflejo deformado de las nuestras, y nos hace reír e incluso reflexionar sobre ellas mediante la inevitable comparación.
Al enfrentarme a esta historia, no he podido evitar inspirarme también en otro tipo de “biografías no ejemplares” muy anteriores a los hermanos Lumière y tan nuestras como la tortilla de patatas: la picaresca. Ese culto a la supervivencia del más listo frente al más honrado o bondadoso es, nos guste o no, muy propio de nuestro carácter. El pícaro es un antihéroe que provoca la simpatía del lector engañando a quien le quiere engañar, siendo más listo que él. El pícaro es también un inadaptado social que lleva una vida diferente a la de sus contemporáneos, una vida más peligrosa y esforzada pero también más divertida. El pícaro es, ante todo, más libre que los demás.
Vázquez fue un pícaro, quizás el último. Y Vázquez no sólo mantuvo esta forma de vida, sino que incluso hizo apología de ella en sus historietas.
(*): Oscar Aibar no ha tenido hasta ahora mucha suerte en taquillas con sus largometrajes a pesar de sus intentos por hacer un cine original y a la vez de vocación comercial. La crítica sobre todo apoyó "Atolladero", y en menor medida "Platillos volantes", pero ninguna de las dos cuajó. Ahora ataca de nuevo con "El Gran Vázquez", cinta que hizo reir días atrás en el Festival de San Sebastián.
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