Crítica: "Silencio en la nieve", crímenes en zona de guerra

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Juan Diego Botto y Carmelo Gómez, en 'Silencio en la nieve'
Por José Daniel Díaz

La segunda película española "grande" de este año es el thriller "Silencio en la nieve" de Gerardo Herrero. La División Azul, grupo de voluntarios reales o supuestos que bajo el auspicio de la Falange acudió a luchar contra la Unión Soviética junto a los nazis, pocas veces retratada en el cine español, se convierte en el contexto donde se desarrolla esta historia de intriga y suspense que adapta el libro "El tiempo de los emperadores extraños" de Ignacio del Valle. Una producción "extraña" en el cine español, con una cuidada ambientación, que intenta buscar otras vías poco exploradas en nuestra filmografía.

Gerardo Herrero siempre ha destacado más por su labor de productor. "El secreto de sus ojos", "El hijo de la novia", "Los crímenes de Oxford", "Martín Hache" y "Mensaka" han sido algunas de las películas más destacadas en esa faceta. Como director, su carrera no ha sido tan exitosa. Destacaría la hermosa "Heroína", la incontrolable "Malena es un nombre de tango" y la oscura "El misterio Galíndez". Posiblemente "Silencio en la nieve", su decimoquinta película, esté entre sus mejores trabajos.

El cine español empieza a moverse, a hacer cosas distintas. Esta coproducción, de evidente mira internacional, se embarca en la compleja resolución de un asesinato dentro de la División Azul destinada a Rusia en 1943. Arturo Andrade (Juan Diego Botto) será  el militar asignado para resolver el caso, escudado por el Sargento Espinosa (Carmelo Gómez). Su labor se irá complicando cada vez más, en un círculo muy cerrado donde todos esconden algo y nadie se atreve a hablar.

El director, que comentaba en rueda de prensa que "antes no sabía nada y ahora sé muchísimo de la División Azul", no ha querido hacer una película "maniquea". Por tanto, se ciñe a unos acontecimientos que como indicaba el escritor de la novela, "son verídicos en un 90% de la historia".

Quizás lo más interesante de toda la trama sea la dicotomía, tal y como indicaba el actor Víctor Clavijo, entre los asesinatos que se investigan y las muertes que ocasiona una guerra por pura ideología. Es decir, resulta contradictorio que en un ambiente lleno de muertes sin sentido se busque el culpable de un crimen concreto.

El honor, como suele ser habitual en las tramas con componente militar, es otro de los grandes temas. Los personajes se comprenden a través de sus actos, de lo que son y lo que han sido. En ese sentido, echamos de menos las circunstancias de los protagonistas que en ningún momento son delatadas. Son, precisamente, los personajes secundarios los que más información nos aportan para entender sus comportamientos. El propio Juan Diego Botto comentaba que "nunca había tenido que interpretar un papel con tan poca información del personaje".

Si bien el enfoque principal está en el crimen, algunas subtramas se antojan innecesarias y reducen el ritmo del film. La historia de amor con la chica rusa despista al espectador y le saca del objetivo fundamental: la resolución del caso. Por contra, uno de los puntos fuertes y destacables es la dirección artística. No era tarea fácil recrear esa época tanto en localizaciones, como imagen y objetos. La labor, que supo reconocer Gerardo Herrero admitiendo que sin ese trabajo nada habría sido creíble, se ejecutó con mucha dificultad en Lituania.

Del trabajo actoral destacaría a un gran Carmelo Gómez, que construye un militar peculiar y entrañable que impregna de sinceridad toda la pantalla. Incluso su compañero, Juan Diego Botto, mejora en las escenas que comparte plano con él como si se transmitiera esa sensación. Comentaba Botto que "Carmelo y yo nunca habíamos trabajado juntos, pero en 5 minutos nos estábamos peleando".

Con sus defectos, podemos decir que es un proyecto que supera a la media, uno de los mejores trabajos de Gerardo Herrero. Un film sin pretensiones más allá de las evidentes, que no decepciona.

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