Colaboración: Innisfree y Calabuch

por © NOTICINE.com
Cartel de 'Calabuch'
Por Josep Maria Jolis

El cine tiene la capacidad de hacernos pasar un buen rato, hacernos pensar, emocionarnos, lograr evadirnos de los problemas diarios, darnos cuenta de cosas, soñar y algo muy importante: provocarnos sensaciones (y no me refiero a las películas que están entre la W y la Y). Para sensaciones inolvidables las provocadas por los ficticios pueblos de Innisfree y Calabuch.

Innisfree es el pueblecito irlandés al que llega el personaje de John Wayne en El hombre tranquilo. Wayne interpreta a un boxeador norteamericano que regresa a la Irlanda de sus padres con el objetivo de comprar la antigua casa familiar y establecerse allí para pasar el resto de sus días (enamorándose de la pelirroja del lugar).  El pueblo es pequeño, con casas humildes, vecinos simpáticos (y un poco borrachines) y la sensación de  que el tiempo pasa despacio para no perdernos nada.

En el levante español, mucho antes de que hubiera aeropuertos sin aviones, presidentes de diputación que les tocaba la lotería reiteradamente y presidentes de comunidad que eran no culpables por recibir trajes, mucho antes de todo eso existía Calabuch, un pueblo humilde, un poco caótico (berlanguiano) y surrealista pero siempre encantador y amable. Allí recalaba un sabio nuclear harto de que sus inventos se utilizaran para hacer el mal. Y descubría que el progreso no le hacía feliz y sí la vida de Calabuch. En cambio algunos habitantes autóctonos soñaban con irse de allí: cada uno quiere lo que no tiene.

Innisfree y Calabuch. Dos pueblecitos con sus costumbres, con sus peculiaridades, dos ficciones. Y dos lecciones para nuestras rutinarias vidas: las cosas verdaderamente importantes no cuestan dinero y hay que aprender a valorar la sencillez, los únicos caminos para la felicidad verdadera.

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