Crítica: "Carne de neón", sonrisas en el estercolero

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'Carne de neón'


Por Edurne Sarriegui

Dos años después de su estreno en España,  llega a la Argentina (donde se filmó) este jueves "Carne de Neón". Se trata del segundo largometraje del realizador y guionista español Paco Cabezas y está basada en su reconocido corto del mismo título. Se trata de una coproducción entre España, Argentina, Francia y Suecia.

Nos cuenta la historia de Ricky (Mario Casas), un joven de 23 años que nació literalmente en la calle, hijo de una prostituta, Pura, interpretada por Ángela Molina. Queda solo cuando su madre es encarcelada y él tiene 12 años. No conoce otra vida que la de la marginal, la prostitución, las drogas y la violencia y todos sus esfuerzos se centran en inaugurar un club nocturno, el Hiroshima Club, como regalo para su madre al salir ésta de la cárcel. En su estrecha visión del mundo es la única manera de mejorar sus vidas.

Para alcanzar ese objetivo, se asocia con Angelito (Vicente Romero), proxeneta de poca monta, y cuenta con la ayuda de El Niño (Luciano Cáceres) un matón con la edad mental de un niño como su sobrenombre indica.

En su recorrido para concretar su propósito nos lleva a través del oscuro mundo de la trata de personas, de la inmigración ilegal y de la industria de la pornografía. Y como no puede ser de otra manera sus intereses chocan con los  de un mafioso poderoso, El Chino (Darío Grandinetti), quien reclama su parte en el negocio. Para completar el cuadro de dificultades, descubre al salir su madre de la cárcel que ésta sufre un Alzheimer precoz que le impide reconocerle como su hijo.                  

La escena inicial, con una bala avanzando implacable hacia el rostro del protagonista, ya nos pone sobre aviso del tono del film. Y es que la violencia de todo tipo es una constante a lo largo de la cinta. Como contrapunto a esa violencia desatada y la vileza más extrema, aparece un código ético que pone límites a los actos de los protagonistas, rufianes sin ninguna duda pero que despiertan una cierta simpatía  por comparación con los peores.

Todo esto viene matizado por la comicidad provocada por una galería de personajes con logradas actuaciones y una serie de situaciones que arrancan carcajadas de los espectadores. Justamente es esta característica la que permite seguir el devenir de la historia a pesar de lo escabroso del tema.

La búsqueda por parte del hijo del reconocimiento de su madre y la culpa de la madre por el abandono al hijo hacen plenamente humanos a unos personajes que rozan la caricatura. Eso, unido a extraños giros del destino que ponen las cosas en el lugar en que debieran estar y la certeza de que hasta en el más abyecto de los mundos hay una gota de bondad y otra de compasión que pueden hacer la diferencia, nos llevan a la salida del cine con una sonrisa.