Cuba y Estados Unidos: ¿Un nuevo camino con el cine por medio? (y III)

por © NOTICINE.com
Pastor Vega
Por Sergio Berrocal *

En diciembre de 1993, el Festival de La Habana recibía una de las visitas más sorprendentes que nadie podía imaginarse. Días después de iniciarse la muestra aterrizaba en el aeropuerto José Martí el actor Arnold Schwarzenneger, conocido por su conservadurismo en compañía de su esposa, Maria Schriver, reputada periodista y sobrina del fallecido presidente John F. Kennnedy. Visita tanto más sorprendente cuanto que se sabía que para poder realizarla el protagonista de "Terminator" había tenido que abandonar por unos días un filme que rodaba en Miami y capear el furor de la poderosa comunidad cubana de esa ciudad norteamericana que le había amenazado con boicotear sus películas si iba a Cuba.

Aunque sería una estancia muy corta —llegaron un viernes por la mañana a las 09.00 hora local y a las 16.30 regresaban en su avión privado— la expectación fue enorme y justificada.

La pareja había salido del aeropuerto José Martí sin decir una palabra y en un Mercedes con chófer puesto a su disposición por el servicio de protocolo del ministerio de Relaciones Exteriores, recorrió La Habana vieja a paso de carga.

Los periodistas que les siguieron atravesando La Habana a más de 80 km/h comprendieron pronto que si había tanta prisa era porque el conductor había recibido la orden de despistarlos. Una hora después, tras una rápida visita a una galería de pintura cubana, el actor y la periodista se presentaban en la sede del ICAIC y con el pico cerrado subían al despacho del presidente de este organismo, el mismo Alfredo Guevara que días antes compartía mojitos con amigos en una suite del Hotel Nacional para festejar "Fresa y chocolate".

Nunca se supo lo que se dijeron pero al rato el Mercedes del protocolo conducía a la pareja a una residencia puesta igualmente a su disposición por el ministerio de Relaciones Exteriores en la exclusiva zona de las afueras de La Habana donde el Gobierno cubano tiene sus casas de huéspedes, bonitas villas perdidas en un mar de verdura y discretamente custodiadas.

Los periodistas que les seguían pensaron que estaban descansando y se dispusieron a esperar. No había pasado mucho tiempo cuando por la avenida cubierta de gigantescos árboles se perfiló la silueta de un desvencijado coche Lada, herencia de los tiempos de hermandad con el bloque comunista europeo. Un fotógrafo empezó a correr mientras un periodista de un canal de TV anglosajón ponía en marcha su cámara. El visitante era nada menos que Roberto Robaina, el joven ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, quien puso gesto de desagrado al percatarse de la presencia de los reporteros. La puerta de la casa se cerró tras él y el cuento se acabó. O casi. Porque después de permanecer un par de horas juntos, la pareja norteamericana fue conducida lo más discretamente posible al aeropuerto. Cosa más que sospechosa, que los corresponsales en La Habana interpretaron adecuadamente, al día siguiente el diario oficial del PC cubano, "Granma", auténtico termómetro de la vida nacional más por lo que no dice que por lo que cuenta, reseñaba  la visita relámpago de Schwarzenneger aunque olvidándose totalmente de aquella extraña visita que le hiciera Robaina. Y hasta la no menos secreta visita a Alfredo Guevara.

En los últimos años, los Festivales de La Habana han sido el marco de una serie de reuniones paralelas, que sin duda tienen algo que ver con "la diplomacia del cine". Dejando aparte las entrevistas que regularmente mantienen los actores y directores de Estados Unidos que viajan a Cuba en el mes de diciembre, a veces desafiando consignas más que serias del Departamento de Estado, hay toda una serie de encuentros que en el fárrago de la inmensa actividad festivalera pasan totalmente desapercibidas para la mayoría de la gente. En 1993, las reuniones profesionales tenían en el bando norteamericano a Harry Belafonte, el realizador independiente John Sales y el actor Elie Wallach, este último conocido en otros tiempos por películas como "Baby Doll" y "The Misfits".

Estos representantes de la industria cinematográfica norteamericana también tomarían parte en actos que poco tenían que ver con el Séptimo Arte aunque se organizasen en una sala de cine de La Habana. Combativo a más no poder pese a sus muchos años, Elie Wallach tuvo así la oportunidad de apoyar la acción de de asociaciones privadas de los Estados Unidos que abogan abiertamente por el fin del bloqueo. Y Harry Belafonte pudo lanzar, una vez más, el mensaje que contra el "imperialismo" estadounidense no se cansaba de repetir, en inglés y en la capital cubana, desde hace un montón de años.

Ese mismo año, algún periodista curioso pudo comprobar la coincidencia del Festival con la presencia en La Habana de un representante de la comunidad judía cubana de Miami que había atravesado los casi 150 kilómetros que separan a ambas ciudades con el pretexto de ofrecer medicamentos al Gobierno. Lo curioso—en esta historia de la cinediplomacia todo o casi todo es cuando menos extraño--  es que el personaje en cuestión fue conducido hasta el Palacio de la Revolución, donde le esperaban, en un auto Lada del ICAIC...

Pastor Vega fue uno de los grandes del cine cubano que además de romperse la piel por preparar y sacar adelante sus propias obras pregona porque siempre haya un mejor cine cubano y, lo que es más, "que haya un nuevo cine cubano todos los días".

Cuenta las cosas raras del cine nacional sacando del bolsillo del chaleco un ejemplo que pueda aclarar al poco preparado periodista a la hora de bucear en el mundo de la abstracción mezclada de buñuelismo en dosis mortales y de locura mágica de postre que es Cuba.

En diciembre de 1994, enjuiciaba una serie de casos y cosas. Y matizaba el gran éxito del cine cubano: "Fresa y chocolate se está beneficiando de una larga historia... El aperturismo (en el cine cubano) no viene con "Fresa y chocolate". El aperturismo viene con la confrontación que provocó "Alicia en el país de las maravillas", de lo cual se beneficia "Fresa y chocolate". Un gran poeta de este país, Lezama Lima, decía que todo existe primero en su potencia y después se realiza. Por supuesto, nada existe en la nada, viene de alguna parte. "Fresa y chocolate" es la culminación, el iceberg. Además, yo pienso que no es la mejor película de Titón, quien ha hecho cinco obras maestras, pero esta es la más oportuna, la que ha puesto el punto donde había que ponerlo. Es que vivimos de paradojas. La película que no es la mejor del mejor cineasta es la más importante..."

Sobre el personaje más enigmático de la cultura cubana: "Tú sabes que Alfredo fue el fundador del cine Cubano, protagonizó las polémicas más importantes que en el terreno de la cultura ha habido en este país. En determinado momento lo sacaron del ICAIC. Una noche, mi esposa (Daisy Granados) y yo coincidimos con Fidel en una fiesta de fin de año a la que también asistía Alfredo. Entonces, ella se acercó a Fidel y le dijo en tono fuerte: "¡Y por qué sacaste a Alfredo del ICAIC!. ¡Por qué nos has hecho eso!". Entonces, Fidel abrazó a Alfredo y le contestó a Daisy: "Lo he hecho porque Alfredo es mío. Yo se lo presté, ya se lo devolveré más adelante. Porque este señor que está aquí fue mi maestro, yo no era marxista. Cuando yo llegué a la universidad yo no sabía lo que era el comunismo ni lo que era Marx. Y el señor Guevara me lo enseñó todo. Así, ahora me lo llevo y luego se los devuelvo"...

"Si el cine (cubano) existe es por eso (la amistad entre Castro y Guevara), porque este país no tenía por qué tener cine, que es un lujo para un paisito de mierda subdesarrollado. Es un lujo que (Cuba) tenga una cinematografía como la que tiene. Se debe a esa relacion de padre e hijo o amigo o lo que sea (entre Fidel Castro y Alfredo Guevara)... En el veinte aniversario del cine cubano escribí un artículo que se llamaba "El voluntarismo y el cine cubano" que nadie me publicó porque entonces no se podía hablar de voluntarismo. Luego lo publiqué en Italia... Creo que las grandes virtudes y los grandes errores de este país están ligados al voluntarismo y el cine cubano es un voluntarismo de ese señor que está ahí (Alfredo Guevara)".

"Puedo trabajar fuera de Cuba pero tengo que vivir en Cuba, porque éste es mi espacio, el ICAIC es de nosotros y no lo vamos a disolver, lo vamos a transformar en una corporación, tal vez jesuita, por supuesto que todo tiene que ser jesuita, ¿o es que existe otra forma?.  Yo creo que (los cineastas) hemos contribuido al cambio de la sociedad cubana de alguna manera y que seguimos contribuyendo, cada uno con sus películas, a veces con una película completa, a veces una sola secuencia... Yo pienso que cada obra de arte, cada película, va abriendo el espacio y el espacio es cada día más ancho. Eso para cualquier país del mundo y más en Cuba porque Cuba es más sensible. Entonces hemos ido abriendo espacio. Hace cuatro años el ICAIC estaba disuelto y ahora está más vivo que nunca. Yo creo que la voluntad es la gente que hace cine".

"Yo soy miembro del Comite Nacional del Sindicato de la Cultura. Un día estábamos reunidos y vino un compañero de una posición superior políticamente a decirnos que el sindicato había que cambiarlo porque los artista no creían en ese sindicato, que había que ir a los barrios y a no se dónde, que hacer esto y aquello... Yo le dije: Mire, perdone, yo pienso que usted está hablando el lenguaje viejo. Si queremos un sindicato, hay que hablar un lenguaje de los artistas, yo estoy de acuerdo con hacer la extensión cultural que usted está pidiendo, que haya un cine móvil, un teatro comunitario, que la orquesta sinfonica toque un día en la sierra Maestra. Todo eso me parece muy bien, pero eso no fortalece la cultura. Eso es difusión de la cultura. Pero si usted quiere que los artistas creen un sindicato, usted tiene que meterse en el lenguaje de los artistas y meterse en problemas de la creación de la imaginación. Pero usted está diciendo cosas que ya pasaron y que no sirvieron, que han fracasado muchas veces. Por lo tanto, para un sindicato nuevo hace falta gente nueva y un pensamiento más renovador. Yo creo que eso está pasando en todas partes. De alguna manera porque yo soy de los que piensan que eso no existió nunca, jamas ha existido en el mundo... Le voy a decir una cosa: yo creo que el primer revisionista se llama Lenin. El marxismo lo hizo Marx y Lenin fue un revisionista que en mi opinión hizo muy bien porque era la oportunidad de poner en práctica una nueva forma de organización social fuera o no fuera marxista y adelantar la historia con voluntarismo. Lo que pasa es que el voluntarismo se paga. Yo quiero decir que por eso debemos de la historia existe este país.

Si este país existe es país es porque Lenin se equivocó... Yo tengo una hija ilegítima, no es una hija de mi esposa, es ilegítima, está fuera de la ley. Entonces, ¿qué sucede?. Que ella me reclama por ser hija ilegitima. Le dije: ser ilegítima es tu única opción y si estás viva es porque eres ilegítima, estás hecha contra la ley, contra natura. Por tanto, no me reclames. De haber sido así tú no existirías, no estarías ahí sentada. Y yo creo que Cuba es una hija ilegítima y me alegro muchísimo de que lo haya sido, porque de ese modo se convirtió en país, pobre—todos los errores que tú quieras los reconocemos—pero existe...".

Estas series de reflexiones, hechas por el cincuentón Pastor Vega en la intimidad del jardín casi mágico de una casa casi de Macondo perdida en una de las partes más esotéricas del barrio habanero de Miramar saltan ahora de la grabación efectuada entre güisqui y cantos de pájaros en un patio encantado.

Fidel Castro entendió rápidamente que era esencial no solamente tener una prensa sometida y una radio y una TV que estuvieran a sus órdenes sino disponer de un cine que llevase su palabra a los lugares más recónditos del país. Fue probablemente en Sierra Maestra, cuando Batista le perseguía, donde pudo medir el impacto de la comunicación. Porque si él no hubiese contado con los medios de comunicación norteamericanos que le convirtieron en un héroe barbudo no es nada seguro que su destino hubiese sido el mismo. Santiago Alvárez, considerado por los cubanos como el documentalista por excelencia, recordaba aquellos tiempos en una entrevista a la revista Cuba Internacional de septiembre de 1989: "...El noticiero ICAIC nació por una necesidad política y ética, para salirle al paso a los otros noticieros que había en ese momento y que estaban en manos de los reaccionarios". Y acto seguido cita una de sus obras, muy en consonancia con esa primitiva vocación del cine cubano: "..."De América soy hijo y a ella me debo", sobre el viaje de Fidel a Chile en 1971, es la más larga película documental que se ha hecho en Cuba. Dura más de tres horas. Eran 80.000 pies de película de 35 milímetros...".

Otro ejemplo sacado de la misma entrevista de Santiago Alvárez a propósito de otra de sus realizaciones, "Mi hermano Fidel":… Lo que hicimos fue recoger la conversación de él con el campesino de Baracoa, allá en las montañas de Oriente, Salustiano Leyva. Es una entrevista muy íntima y el viejito sufrió tremenda emoción cuando se dio cuenta de quién era la persona que lo entrevistaba. "Usted es Fidel", dice y tiembla de emoción. A mí también me emociona recordar esos momentos en que hice la película. Tenía al principio mis prejuicios de que el documental no se comunicara con gente de otros países y en cambio muchos amigos extranjeros me han dicho que lloraron al verla".

Existía, pues, desde el inicio de la Revolución, una realidad subjetiva que conduce a Fidel Castro a interesarse por el cine. Los documentales, noticieros y dibujos animados de los primeros años sirvieron para transportar su palabra, sus ideas e igualmente para realizar una labor educativa basada, por supuesto, en los postulados revolucionarios.  Era tanto el interés que en, en los momentos más duros del control gubernamental, cuando Cabrera Infante y Herberto Padilla preconizan pluralidad en la opinión, Fidel Castro pronunció una frase que quedó en la historia: "Dentro de la Revolución, todos; contra la revolución, ninguno". Padilla fue a parar a la cárcel y Cabrera Infante optó por el exilio en Londres. A París iría a parar muchos años después el mismísimo Alfredo Guevara, quien tuvo que pasar una temporada en la capital francesa—desde el 15 de marzo de 1983 al 22 de septiembre de 1992-- como embajador en la UNESCO al parecer por divergencias con quienes no les gustaba su gestión de la cultura cubana.
Pero el tiempo y los acontecimientos hicieron que Castro tuviese que aflojar su control sobre el cine. En la clausura del VII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el jefe del Estado cubano subía al escenario del teatro Carlos Marx para puntualizar sobre el tema.

Aquella noche iba a arremeter una vez más contra el poderío de la industria cinematográfica norteamericana en el mundo y aunque sus motivaciones eran puramente ideológicas y "caseras" se adelantaba al propio presidente francés François Mitterrand quien en los años noventa recogería ese mismo lema para exigir que Estados Unidos dejase espacio de cultura propia a Europa en general y a Francia en particular.

"¿Y dónde se produce la mayor parte de lo que nosotros vemos (en el cine), lo que nosotros presenciamos, lo que nosotros disfrutamos o tratamos de disfrutar? --dijo--. No se produce precisamente en nuestros países, no se produce en América Latina. No sólo los aviones que debemos adquirir para visitar sobre los océanos, o a largas distancias, no sólo las computadoras, no sólo infinidad de equipos, de mercancías y productos industriales, que son muchas veces artículos lujosos de esas sociedades de consumo sino nuestro cine, nuestra cultura o nuestra falsa cultura, la estamos importando. Y así resulta muy doloroso, cuando algunos sociólogos han hecho investigaciones de lo que saben los jóvenes, o lo que saben los niños de América Latina, y se encuentran con el hecho horripilante de que un 70 por ciento o un 80 por ciento de los niños saben quién es Superman, o cualquier otro personaje de las tiras esas que nos envían en masa, y no saben quiénes fueron los héroes que hicieron posible la independencia de sus patrias. Esas son las consecuencias, ¿y cómo podemos hablar de libertad, cómo podemos hablar en esas condiciones de liberación, cómo podemos hablar de independencia económica, social, política, técnica, cultural?. ¿Si los medios masivos están en manos de de los que nos dominan, de los que nos oprimen, de los que nos explotan, qué podemos esperar, si ellos trazan la forma de pensar y hasta, incluso, la forma de vivir en nuestros pueblos?. Tal ha llegado a ser el dominio de las transnacionales, que recuerdo que aquella madrugada (se refiere a una charla con realizadores de América Latina) algunos cineastas latinoamericanos expresaban que la situación del dominio de las transnacionales norteamericanas era tal que en la propia Inglaterra se hacían al año unas 50 películas y de ellas 45, 46 o 47 eran realizadas por transnacionales norteamericanas...

El cine de Europa estaba sufriendo competencias y problemas parecidos; así, nosotros nos percatábamos aquí de que hace 15 o 20 años todavía surgían muy buenas películas en Europa y, sin embargo, veíamos la decadencia, cada vez menos buenas películas en el área de Europa Occidental...

"... Cuando los directores de cine o los directores de televisión tienen que salir a cualquier parte del mundo occidental a buscar documentales o buscar filmes, ¿qué se encuentran?. Basura, como regla general, veneno, como regla general. No hay suficiente material bueno para llenar todos los espacios de los cines y de la televisión todos los días, todos los años. A nosostros nos pasa eso en el esfuerzo por escoger lo mejor del cine en todas partes; en los países socialistas, en los paíss occidentales. Incluso, tratamos de adquirirlo de alguna forma cuando en Estados Unidos se produce una película; como ustedes saben, está prohibido el suministro a Cuba de películas norteamericanas. A ustedes les prohíben los yankis ver cine latinoamericano y a nosostros nos prohiben los yankis ver cine norteamericano; a todos nos prohíben algo; a nosotros, como castigo y a ustedes, ¡vaya usted a saber por qué les prohiben ver cine latinoamericano!. Tal vez para que no haya necesidad de castigarlos en el futuro como a Cuba".

Poco a poco, el cine cubano iba a escapar al control marxista y el ICAIC se constituiría en un centro intelectual más bien rebelde, nada acorde con los viejos demonios del pasado que un grupo de personas en el poder querían mantener a toda costa, dentro de la ortodoxia de un marxismo trasnochado, muy lejos de la difícil realidad que los cubanos viven en los años ochenta.

Pastor Vega tiene razón cuando afirma que "Fresa y chocolate" no es más que la coronación de una situación. Los años ochenta fueron más bien agitados. En 1988, en el ICAIC se operan cambios con la creación de los llamados grupos de creación, cuyo propósito era, según las mismas fuentes cubanas, "descentralizar el conjunto de la producción, favorecer la variedad de estilos y tendencias y estimular un clima de más aliento para la labor artística... Esos grupos expresaban una impostergable necesidad de autonomía de los cineastas, que a partir de ahora tendrían un control sobre los medios de producción y un poder de decisión sin precedentes... En términos prácticos significó que las ideas de proyectos, una vez aprobados por el jefe de grupo u el viceministro-presidente de la cinematografía, avanzaban a las siguientes fases sin la asesoría y evaluación de la dirección del organismo, la cuál sólo volvía a intervenir cuando se terminaba la mezcla final de imagen y sonido" (Cien años de cine latinoamericano, Editado por el ICAIC).

Hasta que Fidel Castro lo "reinventó", el cine cubano tuvo una producción propia sumamente modesta. Algunos historiadores resumen la época del cine mudo en ese país con "algunas docenas" de títulos, salidos de productoras de nacimiento y muerte más o menos espontánea.

(*): Texto extraído del libro del crítico y periodista Sergio Berrocal "Cuba, Revolución y dólares".

Lea aquí la primera parte y la segunda parte.

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