Colaboración: El cine, según Fidel Castro

por © NOTICINE.com
Castro, entre Santiago Alvarez y Alfredo Guevara
Por Sergio Berrocal *

Aquella noche del VII Festival de Cine Latinoamericano de La Habana (1985), Fidel Castro iba a arremeter una vez más contra el poderío de la industria cinematográfica norteamericana en el mundo y aunque sus motivaciones eran puramente ideológicas y " caseras " se adelantaba al propio presidente francés François Mitterrand quien en los años noventa recogería ese mismo lema para exigir que Estados Unidos dejase espacio de cultura propia a Europa en general y a Francia en particular.

" ¿Y dónde se produce la mayor parte de lo que nosotros vemos (en el cine), lo que nosotros presenciamos, lo que nosotros disfrutamos o tratamos de disfrutar? --dijo--. No se produce precisamente en nuestros países, no se produce en América Latina. No sólo los aviones que debemos adquirir para visitar sobre los océanos, o a largas distancias, no sólo las computadoras, no sólo infinidad de equipos, de mercancías y productos industriales, que son muchas veces artículos lujosos de esas sociedades de consumo sino nuestro cine, nuestra cultura o nuestra falsa cultura, la estamos importando. Y así resulta muy doloroso, cuando algunos sociólogos han hecho investigaciones de lo que saben los jóvenes, o lo que saben los niños de América Latina, y se encuentran con el hecho horripilante de que un 70 por ciento o un 80 por ciento de los niños saben quién es Superman, o cualquier otro personaje de las tiras esas que nos envían en masa, y no saben quiénes fueron los héroes que hicieron posible la independencia de sus patrias. Esas son las consecuencias, ¿y cómo podemos hablar de libertad, cómo podemos hablar en esas condiciones de liberación, cómo podemos hablar de independencia económica, social, política, técnica, cultural? ¿Si los medios masivos están en manos de los que nos dominan, de los que nos oprimen, de los que nos explotan, qué podemos esperar, si ellos trazan la forma de pensar y hasta, incluso, la forma de vivir en nuestros pueblos? Tal ha llegado a ser el dominio de las transnacionales, que recuerdo que aquella madrugada (se refiere a una charla con realizadores de América Latina) algunos cineastas latinoamericanos expresaban que la situación del dominio de las transnacionales norteamericanas era tal que en la propia Inglaterra se hacían al año unas 50 películas y de ellas 45, 46 o 47 eran realizadas por transnacionales norteamericanas...

"El cine de Europa estaba sufriendo competencias y problemas parecidos; así, nosotros nos percatábamos aquí de que hace 15 o 20 años todavía surgían muy buenas películas en Europa y, sin embargo, veíamos la decadencia, cada vez menos buenas películas en el área de Europa Occidental...

" ... Cuando los directores de cine o los directores de televisión tienen que salir a cualquier parte del mundo occidental a buscar documentales o buscar filmes, ¿qué se encuentran? Basura, como regla general, veneno, como regla general. No hay suficiente material bueno para llenar todos los espacios de los cines y de la televisión todos los días, todos los años. A nosotros nos pasa eso en el esfuerzo por escoger lo mejor del cine en todas partes; en los países socialistas, en los países occidentales. Incluso, tratamos de adquirirlo de alguna forma cuando en Estados Unidos se produce una película; como ustedes saben, está prohibido el suministro a Cuba de películas norteamericanas. A ustedes les prohíben los yankis ver cine latinoamericano y a nosotros nos prohíben los yankis ver cine norteamericano; a todos nos prohíben algo; a nosotros, como castigo y a ustedes, ¡vaya usted a saber por qué les prohíben ver cine latinoamericano!. Tal vez para que no haya necesidad de castigarlos en el futuro como a Cuba ".

El entusiasmo de Fidel Castro por el cine no tiene nada de anecdótico y los hechos, aun cuando son vistos por sus más fieles seguidores, permiten pensar que se debía más a un frío cálculo político que a un prurito intelectual.

En esa noche del fin del festival, entre inmensos langostinos y botellas de ron, el uniforme verde olivo del propietario de la casa se confunde por momentos en largos parlamentos con la camisa blanca de alguno de los cineastas que todos los años acuden puntuales a la cita de La Habana, la única en la que, también es preciso reconocerlo, pueden ver todo el cine latinoamericano que se ha producido en el año, el hecho en su país y en casa de los vecinos. De otra forma tendrían que ir a unos de los festivales europeos (Biarritz, Arcachon, San Sebastián) donde todavía hoy se da cobijo a esa producción.

Dicen que a Fidel no le gusta que le contradigan. Lo seguro es que a él sí que le gusta dar lecciones incluso en el dominio del cine. Lo mismo que se mete en la necesidad de plantar o no plantar tampoco le hace ascos a la hora de lanzarse en discusiones con profesionales del Séptimo Arte.

En una clausura de un festival habanero pilló con la guardia baja a más de un cineasta que en la sala del Teatro Carlos Marx tuvieron que aguantar la lección magistral que el Comandante les dictaba desde el escenario. Durante un buen rato—parece que para él no pasa el tiempo cuando toma la palabra-- les enseñó el arte y la manera de lo que él entendía por hacer cine, elogió lo que le pareció bien en el quehacer de los presentes y no tuvo remilgos la hora de criticar técnicas e incluso algunos puntos precisos relativos a la mismísima organización del festival recién celebrado.

Siete de la mañana. Una habitación del Hotel Capri de La Habana.

Es el primer viaje (1985) del periodista "centroeuropeo".

El timbre del teléfono le arranca a duras penas de sus sueños. Mira su reloj de pulsera y descuelga. Al otro lado del hilo, una voz se presenta como director de Granma. Entienden que le piden permiso para publicar en el diario una crónica suya enviada a su agencia de prensa al llegar a La Habana en la que mostraba su lógica sorpresa ante el gigantismo del Festival de La Habana.

Cuando llega a la delegación de su agencia son apenas las nueve y media. Una de las empleadas le trae un " buchito ", una taza de un magnífico café cubano que quita el sueño. El director local anda liado con el teléfono. Le dicen que están averiguando por qué no ha salido todavía " Granma ". Normalmente, cuando se retrasa la edición del diario oficial del PC cubano es porque se está preparando algo que normal y fatalmente va a interesar a la prensa extranjera.

Media hora más tarde llega la explicación. El retraso ha sido para poder publicar el artículo del que le había hablado por teléfono el director del diario. Efectivamente, la crónica aparece en el diario que por fin llega a dos columnas y con recuadro de destaque.

Por la tarde, un compañero de la prensa nacional cuenta que el artículo había sido leído la noche anterior por Fidel Castro, que acostumbra a seguir la actualidad internacional directamente a través de los despachos de las agencias noticiosas mundiales. El mismo informante agrega con sorna que después de leerlo, había preguntado a sus asesores por qué no lo había visto en las páginas de " Granma ", que está suscrito a esa agencia. Finalmente, siguen contando, el director del principal medio de comunicación de la isla tuvo que escuchar a altas horas de la noche algunas observaciones del propio Fidel, lo que le llevó a sacar de la cama sin contemplaciones al autor de la crónica, al que al día siguiente daría personalmente las gracias invitándole a una charla informal en los locales del periódico, cosa poco habitual, al menos en aquellos tiempos.

(*): Tomado del libro "Cuba, Revolución y dólares", de Sergio Berrocal, 2002)

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