Colaboración: La cera de Fidel

por © NOTICINE.com
Fidel Castro
Por Sergio Berrocal   

Para todos los que hemos vivido el fidelismo de cerca, de lejos o por correspondencia, se nos hace muy cuesta arriba que Fidel Castro se haya convertido solamente en un recuerdo. Nada más que un recuerdo y un símbolo.

Y después de más de cincuenta años en los que su voz, sus actitudes y sus acciones hicieron temblar o pensar al mundo, a menudo, por la forma de hacerlo, como un son sabrosón tocado por los instrumentos de viento del Salón Rojo, allá por 1985, hace la friolera de treinta y tres años, los que tenía Jesús cuando le subieron a la cruz… Asomaste tu cabeza de recién llegado por las puertas de ese local y pensaste que aquellos comunistas o socialistas caribeños o como diablo se llamaran eran la perdición de un alma europea y temerosa de Dios.

Cuando en un jardincillo de la Rampa una muchacha cuya belleza desgarbada y cuyos ojos encendidos como luciérnagas te dejaron sin voz, a ti, extranjero recién llegado a La Habana, pese a la oscuridad de los apagones pudiste oír su voz melosa que te prometía el cielo y el infierno por un puñado de dólares. Huiste horrorizado porque era tu primera vez en La Habana y ya se sabe que las primeras veces son casi siempre indecisas y desconfiadas.

Amigos cubanos me dicen, insisten en que esta nueva época que empieza en este mes de abril de 2018, con la elección de un nuevo Presidente, Miguel Díaz-Canel, un señor joven en relación con lo demás, es la antesala de otra época. Nada que ver con todo lo pasado, esperan ellos. Inocentemente pregunto: ¿Y cómo harán ustedes para apañárselas con el medio siglo de consejos, órdenes, imprecaciones al imperio, lecciones para no dejarse llevar por la tentación del maligno del Norte, ahora que el Comandante ya no está?

En algunos lugares de Andalucía, Spain, todos los años, por la misma fecha, se despliegan brigadas de obreros especializados que armados de sopletes de agua y otros utensilios intentan, y en general lo consiguen, despegar y anular toda la cera que ha caído al suelo desde los miles de cirios que acompañan en señal de respeto y amor durante la Semana Santa a los pasos con las figuras sagradas de esos días de duelo en los que se escenifica la muerte y resurrección de Jesús: la Virgen, su madre, algunos apóstoles, los romanos y otros personajes, recuerdos todos ellos de los días y noches que vivió el hombre que convirtió la cruz de su castigo en un símbolo universal que más de dos mil años después domina el mundo.

La acción de los especialistas en despegue es una manera de intentar evitar estropicios por resbalones inducidos por la cera caída a las aceras y a la calzada y que podría llevar a los ayuntamientos a pagar indemnizaciones a las víctimas.

Afortunadamente nada de eso ocurrirá en Cuba, donde a nadie se le ocurrirá intentar limpiar la cera dejada por el Comandante en las tribunas, en la Plaza de la Revolución o en el Teatro Karl Marx, donde a veces aleccionaba a los cineastas latinoamericanos sobre lo que él consideraba un peligro del cine y otros productos de entretenimiento de consumo supuestamente cultural llegados del Norte e inventados, por supuesto, por los norteamericanos.

Yo no sé. Imposible borrar aquella voz inconfundible que parecía salir sola y manejarse sin más instrucciones, aquella voz quebrada de aquella noche del 16 de diciembre de 1985 cuando daba una lección magistral: “Recuerdo que aquella madrugada algunos cineastas latinoamericanos expresaban que la situación del dominio de las transnacionales norteamericanas era tal que en la propia Inglaterra se hacían al año unas 50 películas y, de ellas, 46, 47 o 48 eran realizadas por transnacionales norteamericanas. El cine de Europa estaba sufriendo competencia y problemas parecidos; así nosotros nos percatábamos aquí de que hace 15, 20 años todavía surgían muy buenas películas en Europa y, sin embargo, veíamos la decadencia, cada vez menos buenas películas en el área de Europa Occidental.

“Al lado de eso, un fenómeno que era totalmente lo opuesto: los cineastas latinoamericanos, a pesar de ese bloqueo de su producción, de esa escasez de recursos y reflejando realidades –sobre todo reflejando realidades--, cumpliendo así aquel principio esgrimido por Fernando Birri de que había que documentar críticamente la realidad…”.

¿Qué será de aquellas reflexiones suyas publicadas regularmente en la prensa que a veces hasta en el extranjero tenían un sentido más que apreciable fueras o no revolucionario, creyeras o no en lo que estabas leyendo? Ya no volverá a sorprendernos hablando de esto, de aquello o de lo de más allá.

Porque la personalidad de un Fidel Castro que copó más de medio siglo de la historia de América Latina y un poquito del mundo, con todas sus luces y sombras, no cabrán en los homenajes callados y fotográficos que la prensa oficial cubana le rinde todas las mañanas en sus cabeceras.

Por supuesto que no quiero decir que a alguien se le ocurriese limpiar la cera que se cayó al suelo mientras Fidel hablaba, aconsejaba, ordenaba. A nadie se le ocurriría. Pero entramos en otra época. Cuba seguirá fiel a la Revolución, como afirmó el nuevo primer mandatario pero, evidentemente, ya no será lo mismo.

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