Colaboración: García Lorca, el gay que amaba a las mujeres
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Por Sergio Berrocal
Uno de los más grandes poetas que parió España, Federico García Lorca, lleva “enterrado” 82 años en el parnaso que le destinaron los militares fascistas de la España en guerra civil, un cacho de cuneta de Granada, en el sur de España. Nadie lo ha encontrado o tal vez él nunca quiso que le hallaran.
Extraño destino el de este entrañable cantante del amor que compuso algunos de los versos más bellos a la mujer enamorada o simplemente seducida pese a ser él un homosexual que en aquellos años era un mirlo raro, detestado por los machos que gobernarían España con uniforme y pistola.
Sus versos podían haber sido una canción a la moda del siglo XXI. Es uno de los más bellos homenajes rendidos al amor entre hembra y varón por un hombre que se sentía más allá de toda convención amorosa y que, luego se descubriría, fue un homosexual sin vergüenza ni escondrijos.
Lean estos versos, lean, es lo más bello que la lengua castellana ha dado para magnificar la pasión de una pareja, en una época en la que no se llevaban destapes ni tremendismos. Él, poeta de Granada, los escribió con la mayor naturalidad:
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
En algún momento aclara que se dio cuenta de que su conquista era una mujer casada y no una mocita como él pensaba cuando se la llevó al río y la montó, dice, como una potra loca.
Pobre Europa mía. Patria de Romeo y Julieta, patria de Federico García Lorca, patria de todos los amores prohibidos cuando la Santa Inquisición te desmembraba en plaza pública para regodeo de los pobres que eran multitud y jugaban con la lepra de la pobreza.
Europa del amor, de todos los amores, los lícitos como los prohibidos, patria del delicioso y perverso Marqués de Sade, patria de Shakespeare que dejó la más bonita historia de amor con su Julieta menor, que hoy diríamos violada por un Romeo no mucho más viejo y se acabaría la leyenda de siglos.
Hoy, en los años dos mil de locura, Europa se ha vuelto majara, perversamente loca, a manos de una serie de machos cabríos que matan mujeres como en cualquier tango de más, que han dado al amor un tinte de sangre venenosa que cualquier día prohibirá el bolero como máxima expresión del amor entre un hombre y una mujer.
Los otros, los que siguen soñando con la mujer como la exquisitez de sus vidas, tienen que tener cuidado que no lo pillen con un piropo en la boca, con un gesto que no es necesariamente ofensivo. Imagino a las caribeñas con su eterno mi amor y cariño en la boca que ahora sonarían como una provocación.
Ya ni los albañiles españoles, aquellos que tradicionalmente soltaban un requiebro cuando pasaba delante del andamio donde ellos trabajaban una hembra pinturera, tienen derecho a manifestar su cariño y su admiración. Verboten. Lo dice la ley, al menos en Andalucía, sur de España.
Nos hemos vuelto locos. Hace ya unos años, en París, la ciudad del amor según Woody Allen y otros miles de escritores, pintores y hasta dibujantes de comics, un ministro fue sorprendido con una prostituta, que resultó ser menor. Ni se le ocurrió alegar que Julieta, la de Shakespeare, la que todo el mundo pone todavía como ejemplo del verbo amar, no tenía ni siquiera la edad legal para amar. Y se murió de amor, se envenenó de amar.
Ay, Federico García Lorca si hoy se te ocurriese confesar que un día, antes de que los fascistas iletrados del régimen de Franco te mataran de manera vil, como ellos solían matar a los homosexuales y a los poetas, te llevaste a una mujer al río creyendo que era mozuela. Te harían pedacitos ¿Te diste alguna vez cuenta de la inmoralidad de tu poema, de tu canto al amor, tú al que decían maricón de los de antes?:
En las últimas esquinas/toqué sus pechos dormidos,/ se me abrieron de pronto/como ramos de jacintos./El almidón de su enagua/me sonaba en el oído,/como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos/ Sin luz de plata en sus copas/ los árboles han crecido,/y un horizonte de perros /ladra muy lejos del río.
Es para preguntarse si este poema tuyo, probablemente de los más bellos que se han escrito sobre la unión de un hombre y una mujer, lo recitan en las escuelas unos labios que todavía entienden nada de amor.
Y, sobre todo, esos versos de 1928, con los bárbaros a punto de llegar, ¿podrán ser considerados en 2018 del mismo modo? ¿Como un himno al amor y no como un desafío a la moral?
Ay, Federico García Lorca, mejor que sigas escondido en la eternidad de tus sombras. Quién sabe las ocurrencias que tendrían los bárbaros modernos. Sigue componiendo en la sombra de tu muerte. Los bárbaros de hoy tampoco te merecen. Quién sabe si alguno no diría que fuiste grande, que fuiste el mejor, no por tu talento sino por tu condición, no la de poeta, sino la de maricón.
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Uno de los más grandes poetas que parió España, Federico García Lorca, lleva “enterrado” 82 años en el parnaso que le destinaron los militares fascistas de la España en guerra civil, un cacho de cuneta de Granada, en el sur de España. Nadie lo ha encontrado o tal vez él nunca quiso que le hallaran.
Extraño destino el de este entrañable cantante del amor que compuso algunos de los versos más bellos a la mujer enamorada o simplemente seducida pese a ser él un homosexual que en aquellos años era un mirlo raro, detestado por los machos que gobernarían España con uniforme y pistola.
Sus versos podían haber sido una canción a la moda del siglo XXI. Es uno de los más bellos homenajes rendidos al amor entre hembra y varón por un hombre que se sentía más allá de toda convención amorosa y que, luego se descubriría, fue un homosexual sin vergüenza ni escondrijos.
Lean estos versos, lean, es lo más bello que la lengua castellana ha dado para magnificar la pasión de una pareja, en una época en la que no se llevaban destapes ni tremendismos. Él, poeta de Granada, los escribió con la mayor naturalidad:
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
En algún momento aclara que se dio cuenta de que su conquista era una mujer casada y no una mocita como él pensaba cuando se la llevó al río y la montó, dice, como una potra loca.
Pobre Europa mía. Patria de Romeo y Julieta, patria de Federico García Lorca, patria de todos los amores prohibidos cuando la Santa Inquisición te desmembraba en plaza pública para regodeo de los pobres que eran multitud y jugaban con la lepra de la pobreza.
Europa del amor, de todos los amores, los lícitos como los prohibidos, patria del delicioso y perverso Marqués de Sade, patria de Shakespeare que dejó la más bonita historia de amor con su Julieta menor, que hoy diríamos violada por un Romeo no mucho más viejo y se acabaría la leyenda de siglos.
Hoy, en los años dos mil de locura, Europa se ha vuelto majara, perversamente loca, a manos de una serie de machos cabríos que matan mujeres como en cualquier tango de más, que han dado al amor un tinte de sangre venenosa que cualquier día prohibirá el bolero como máxima expresión del amor entre un hombre y una mujer.
Los otros, los que siguen soñando con la mujer como la exquisitez de sus vidas, tienen que tener cuidado que no lo pillen con un piropo en la boca, con un gesto que no es necesariamente ofensivo. Imagino a las caribeñas con su eterno mi amor y cariño en la boca que ahora sonarían como una provocación.
Ya ni los albañiles españoles, aquellos que tradicionalmente soltaban un requiebro cuando pasaba delante del andamio donde ellos trabajaban una hembra pinturera, tienen derecho a manifestar su cariño y su admiración. Verboten. Lo dice la ley, al menos en Andalucía, sur de España.
Nos hemos vuelto locos. Hace ya unos años, en París, la ciudad del amor según Woody Allen y otros miles de escritores, pintores y hasta dibujantes de comics, un ministro fue sorprendido con una prostituta, que resultó ser menor. Ni se le ocurrió alegar que Julieta, la de Shakespeare, la que todo el mundo pone todavía como ejemplo del verbo amar, no tenía ni siquiera la edad legal para amar. Y se murió de amor, se envenenó de amar.
Ay, Federico García Lorca si hoy se te ocurriese confesar que un día, antes de que los fascistas iletrados del régimen de Franco te mataran de manera vil, como ellos solían matar a los homosexuales y a los poetas, te llevaste a una mujer al río creyendo que era mozuela. Te harían pedacitos ¿Te diste alguna vez cuenta de la inmoralidad de tu poema, de tu canto al amor, tú al que decían maricón de los de antes?:
En las últimas esquinas/toqué sus pechos dormidos,/ se me abrieron de pronto/como ramos de jacintos./El almidón de su enagua/me sonaba en el oído,/como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos/ Sin luz de plata en sus copas/ los árboles han crecido,/y un horizonte de perros /ladra muy lejos del río.
Es para preguntarse si este poema tuyo, probablemente de los más bellos que se han escrito sobre la unión de un hombre y una mujer, lo recitan en las escuelas unos labios que todavía entienden nada de amor.
Y, sobre todo, esos versos de 1928, con los bárbaros a punto de llegar, ¿podrán ser considerados en 2018 del mismo modo? ¿Como un himno al amor y no como un desafío a la moral?
Ay, Federico García Lorca, mejor que sigas escondido en la eternidad de tus sombras. Quién sabe las ocurrencias que tendrían los bárbaros modernos. Sigue componiendo en la sombra de tu muerte. Los bárbaros de hoy tampoco te merecen. Quién sabe si alguno no diría que fuiste grande, que fuiste el mejor, no por tu talento sino por tu condición, no la de poeta, sino la de maricón.
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