Colaboración: Erase una vez españoles y latinos en la Agencia France Presse
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Por Sergio Berrocal
Creían haber nacido en cunas de oro y estaban seguros de que sus vidas serían como las hadas les habían contado mientras robustas nodrizas de pechos turgentes les amamantaban para que fueran niños saludables.
De mayorcitos estuvieron en escuelas de pago, en una época en que no existía la enseñanza para todos y tiro porque me toca, tuvieron educaciones exquisitas y fueron hombrecitos que prometían ser de provecho. Uno de ellos había nacido allá por Argentina y el otro en los confines de España con Marruecos.
Fueron a liceos, no a institutos, y a escuelas donde les prepararon como a los niños bien destinados a ser algo estupendo en la vida.
En los años sesenta, París era un centro donde convergían talentos del mundo entero, sobre todo en literatura. Allí se gestó el boom latinoamericano que parió a GGMárquez, Vargas Llosa y tantos otros.
Para entonces, la Agencia France Presse (AFP) se había propuesto revolucionar el mundo de la información en español y en 1960 montaba una redacción en esta lengua (denominada Desk Amsud) que habría de acabar con la supremacía que ejercía hasta entonces en la prensa y radios y televisiones de América Latina la agencia española EFE, para la que ese mercado era esencial ya que en plano mundial no tenía peso suficiente para atreverse con los franceses, la inglesa Reuters y las norteamericanas Associated Press y United Press International.
En París, el Desk Amsud acogió en sus primeros momentos a Vargas Llosa, quien acababa de desembarcar en la capital francesa con su esposa, Julia Urquidi, un bellezón del barrio limeño de Miraflores con la que tuvo sus más y sus menos para casarse, eran familiares bastante cercanos, decían que tía, con lo que el Vaticano, y menos en Perú, donde entonces los curas no tenían pinta de comulgar con la Teoría de la Liberación, veían eso como amistades muy peligrosas y yo diría que hasta pecaminosas. Doña Julia no vaciló en ponerse a trabajar de mecanógrafa en la AFP y Mario Vargas Llosa, que había estado dando clases de español en la universal Escuela Berlitz, pasó a formar parte del Desk Amsud de la primera época.
Al 13, Place la Bourse, sede de la AFP, acudieron a comienzos de 1960 muchos escribidores de lengua española que postulaban por un puesto de redactor del Desk Amsud, entonces dirigido por Rafael García, exiliado de la Guerra Civil de España (1936-1939), pluma exquisita en el mundo del fútbol y cronista ya muy apreciado en América Latina.
Los dirigentes políticos franceses sabían que el mundo no se conquista solamente con armas y tecnología y que hacía falta que la cultura francesa, en su versión en español, fuese introducida en toda América Latina. El canal más directo era la agencia de prensa que ofrecía a una prensa muy amplia (contando diarios, televisoras y radios). El servicio español de la AFP tenía que triunfar como una baza más de su diplomacia en tierras de América Latina.
No, no me he olvidado de mis dos periodistas en ciernes, uno argentino de pura cepa, con un padre director de periódico en Buenos Aires, y el otro hijo de un militar español de los vencedores de la Guerra Civil que desde las primeras estribaciones de África, donde llegaba la influencia política de España, quería ser periodista.
El argentino empezó a trotar mundo en cuanto pudo y tiró para Europa donde sabía o pensaba que estaba su porvenir.
El no se sabe qué nacido en la punta de África salió para Tánger, una ciudad que en aquellos entonces, años cincuenta, era más que de las mil y una noches. Dotada del estatuto de Ciudad Internacional, un título envidiable en un mundo que siempre tenía conflictos en un lugar u otro, se constituyó humanamente a base de refugiados llegados de todo el mundo pero en primer lugar de España, que estaba más cerca y desde donde todos los que pudieron cuando Franco ganó la guerra civil (1939) saltaron el estrecho de Gibraltar y se hicieron ciudadanos tangerinos.
Esa emigración se producía desde los años cuarenta pero ciudadanos también sin patria de otros muchos puntos del globo aterrizaron en aquel enclave donde por el momento podían sentirse a salvo.
A los refugiados se agregaron norteamericanos y otros paseantes del mundo que buscaban, como siempre, un lugar fuera del mundo tradicional, donde las reglas de vida eran muy distintas, suponiendo que las hubiese, y donde la libertad parecía tener otro perfume a orillas del Mediterráneo y en un lugar privilegiado por los encargados de repartir los buenos trozos de mundo.
(Allí hubo, por supuesto, personajes de primera magnitud como el escritor Paul Bowles (El cielo protector) o la multimillonaria y mujer de postín mundial Barbara Hutton, cuyo principal trofeo fue el play boy dominicano Porfirio Rubirosa.)
Pero sigamos con nuestro cuento. El hijo del coronel aterrizó en el semanario “Cosmópolis”, donde su propietario, un inglés de la vecina Gibraltar que tenía allí paz y negocios en paz, le dio el más entusiasta asilo, aunque el muchacho apenas llegaba a los 16 años. Y empezó a escribir en aquella publicación en español muy leída y apreciada. Era tal la cultura en Tánger, principalmente gracias a la presencia de judíos y españoles, que se editaban varios diarios y semanarios. Un paraíso para un aprendiz de escribidor.
Entretanto, como en los cuentos, el argentino se había formado con su padre en Buenos Aires y pronto le entraron ganas de conocer mundo. Consiguió una beca para la prestigiosa escuela de Periodismo de Lille (Francia) pero algo ocurrió en el camino –por el momento es secreto de sumario—cuando aterrizó no en Lille sino en Ibiza, isla soñada de España, donde nadie enseñaba periodismo pero sí tuvo una linda iniciación con los hipis que le duró hasta que quiso. Porque luego lo encontramos en Roma, ya con el periodismo a cuestas, de donde le contratan para trabajar en el Desk Amsud de París.
En 1957, el hijo del coronel tuvo que salir pintando de Tánger, y no me pregunten por qué aunque hay quien asegura que un policía le acompañó a tomar el siniestro carguero mixto que salía para Marsella.
Cuando el Desk Amsud hizo sus primeros pinitos fue uno de los primeros, sino el primero, en presentarse para las pruebas de admisión, en las cuales lo principal es haber ejercido el periodismo aunque fuese de forma primaria. Tuvo suerte, gracias a Rafael García, ya saben el jefe que escribía excelentes crónicas de fútbol, y se sentó en una mesa de la Redacción del tercer piso de la AFP, al lado de un tal Mario Vargas Llosa, Antonio Téllez y otros brujos de la escritura. Luego llegaría Xavier Domingo, Julio Ramón Ribeyro, enorme escritor, y otros muchos.
En 1988, el tiempo ha pasado, aunque el tango diga que veinte años no es nada, y el hijo del coronel es destinado a la AFP Madrid.
Y allí se produce el chispazo, la conexión con el argentino que después de andar vagando se había asentado en Barcelona, donde había sido nombrado corresponsal de la AFP.
El 23 de enero de 1989, el genial pintor español Salvador Dalí, agoniza y muere en tierras catalanas. Pero durante muchos días antes de esta fecha maldita que priva a la humanidad de uno de los más extraordinarios artistas, los periódicos del mundo han permanecido en vilo en espera del triste desenlace. Porque Dalí, que tan bien conocía el valor de mantener la tensión, no acababa de morir.
El argentino y el hijo del Coronel trabajan juntos en esta última carrerilla de Dalí, el primero metiéndose lo más cerca que puede de donde se va a producir el fatal desenlace, y el segundo coordinando desde Madrid y esperando el momento de mandar el fatídico FLASH, esa mención que es lo más y lo menos de la información.
Y por fin, como en todos los cuentos, los dos periodistas tienen la oportunidad de conocerse:
- Hola, soy Marcelo Aparicio
- Y yo Sergio Berrocal
Y este cuento se acabó.
Ah, olvidaba puntualizar que, hasta donde yo sé, la AFP es la única Agencia de prensa mundial que ha contado en sus filas un periodista que más tarde llegó a obtener el Premio Nobel de Literatura, Mario Vagas Llosa. Un detalle.
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Creían haber nacido en cunas de oro y estaban seguros de que sus vidas serían como las hadas les habían contado mientras robustas nodrizas de pechos turgentes les amamantaban para que fueran niños saludables.
De mayorcitos estuvieron en escuelas de pago, en una época en que no existía la enseñanza para todos y tiro porque me toca, tuvieron educaciones exquisitas y fueron hombrecitos que prometían ser de provecho. Uno de ellos había nacido allá por Argentina y el otro en los confines de España con Marruecos.
Fueron a liceos, no a institutos, y a escuelas donde les prepararon como a los niños bien destinados a ser algo estupendo en la vida.
En los años sesenta, París era un centro donde convergían talentos del mundo entero, sobre todo en literatura. Allí se gestó el boom latinoamericano que parió a GGMárquez, Vargas Llosa y tantos otros.
Para entonces, la Agencia France Presse (AFP) se había propuesto revolucionar el mundo de la información en español y en 1960 montaba una redacción en esta lengua (denominada Desk Amsud) que habría de acabar con la supremacía que ejercía hasta entonces en la prensa y radios y televisiones de América Latina la agencia española EFE, para la que ese mercado era esencial ya que en plano mundial no tenía peso suficiente para atreverse con los franceses, la inglesa Reuters y las norteamericanas Associated Press y United Press International.
En París, el Desk Amsud acogió en sus primeros momentos a Vargas Llosa, quien acababa de desembarcar en la capital francesa con su esposa, Julia Urquidi, un bellezón del barrio limeño de Miraflores con la que tuvo sus más y sus menos para casarse, eran familiares bastante cercanos, decían que tía, con lo que el Vaticano, y menos en Perú, donde entonces los curas no tenían pinta de comulgar con la Teoría de la Liberación, veían eso como amistades muy peligrosas y yo diría que hasta pecaminosas. Doña Julia no vaciló en ponerse a trabajar de mecanógrafa en la AFP y Mario Vargas Llosa, que había estado dando clases de español en la universal Escuela Berlitz, pasó a formar parte del Desk Amsud de la primera época.
Al 13, Place la Bourse, sede de la AFP, acudieron a comienzos de 1960 muchos escribidores de lengua española que postulaban por un puesto de redactor del Desk Amsud, entonces dirigido por Rafael García, exiliado de la Guerra Civil de España (1936-1939), pluma exquisita en el mundo del fútbol y cronista ya muy apreciado en América Latina.
Los dirigentes políticos franceses sabían que el mundo no se conquista solamente con armas y tecnología y que hacía falta que la cultura francesa, en su versión en español, fuese introducida en toda América Latina. El canal más directo era la agencia de prensa que ofrecía a una prensa muy amplia (contando diarios, televisoras y radios). El servicio español de la AFP tenía que triunfar como una baza más de su diplomacia en tierras de América Latina.
No, no me he olvidado de mis dos periodistas en ciernes, uno argentino de pura cepa, con un padre director de periódico en Buenos Aires, y el otro hijo de un militar español de los vencedores de la Guerra Civil que desde las primeras estribaciones de África, donde llegaba la influencia política de España, quería ser periodista.
El argentino empezó a trotar mundo en cuanto pudo y tiró para Europa donde sabía o pensaba que estaba su porvenir.
El no se sabe qué nacido en la punta de África salió para Tánger, una ciudad que en aquellos entonces, años cincuenta, era más que de las mil y una noches. Dotada del estatuto de Ciudad Internacional, un título envidiable en un mundo que siempre tenía conflictos en un lugar u otro, se constituyó humanamente a base de refugiados llegados de todo el mundo pero en primer lugar de España, que estaba más cerca y desde donde todos los que pudieron cuando Franco ganó la guerra civil (1939) saltaron el estrecho de Gibraltar y se hicieron ciudadanos tangerinos.
Esa emigración se producía desde los años cuarenta pero ciudadanos también sin patria de otros muchos puntos del globo aterrizaron en aquel enclave donde por el momento podían sentirse a salvo.
A los refugiados se agregaron norteamericanos y otros paseantes del mundo que buscaban, como siempre, un lugar fuera del mundo tradicional, donde las reglas de vida eran muy distintas, suponiendo que las hubiese, y donde la libertad parecía tener otro perfume a orillas del Mediterráneo y en un lugar privilegiado por los encargados de repartir los buenos trozos de mundo.
(Allí hubo, por supuesto, personajes de primera magnitud como el escritor Paul Bowles (El cielo protector) o la multimillonaria y mujer de postín mundial Barbara Hutton, cuyo principal trofeo fue el play boy dominicano Porfirio Rubirosa.)
Pero sigamos con nuestro cuento. El hijo del coronel aterrizó en el semanario “Cosmópolis”, donde su propietario, un inglés de la vecina Gibraltar que tenía allí paz y negocios en paz, le dio el más entusiasta asilo, aunque el muchacho apenas llegaba a los 16 años. Y empezó a escribir en aquella publicación en español muy leída y apreciada. Era tal la cultura en Tánger, principalmente gracias a la presencia de judíos y españoles, que se editaban varios diarios y semanarios. Un paraíso para un aprendiz de escribidor.
Entretanto, como en los cuentos, el argentino se había formado con su padre en Buenos Aires y pronto le entraron ganas de conocer mundo. Consiguió una beca para la prestigiosa escuela de Periodismo de Lille (Francia) pero algo ocurrió en el camino –por el momento es secreto de sumario—cuando aterrizó no en Lille sino en Ibiza, isla soñada de España, donde nadie enseñaba periodismo pero sí tuvo una linda iniciación con los hipis que le duró hasta que quiso. Porque luego lo encontramos en Roma, ya con el periodismo a cuestas, de donde le contratan para trabajar en el Desk Amsud de París.
En 1957, el hijo del coronel tuvo que salir pintando de Tánger, y no me pregunten por qué aunque hay quien asegura que un policía le acompañó a tomar el siniestro carguero mixto que salía para Marsella.
Cuando el Desk Amsud hizo sus primeros pinitos fue uno de los primeros, sino el primero, en presentarse para las pruebas de admisión, en las cuales lo principal es haber ejercido el periodismo aunque fuese de forma primaria. Tuvo suerte, gracias a Rafael García, ya saben el jefe que escribía excelentes crónicas de fútbol, y se sentó en una mesa de la Redacción del tercer piso de la AFP, al lado de un tal Mario Vargas Llosa, Antonio Téllez y otros brujos de la escritura. Luego llegaría Xavier Domingo, Julio Ramón Ribeyro, enorme escritor, y otros muchos.
En 1988, el tiempo ha pasado, aunque el tango diga que veinte años no es nada, y el hijo del coronel es destinado a la AFP Madrid.
Y allí se produce el chispazo, la conexión con el argentino que después de andar vagando se había asentado en Barcelona, donde había sido nombrado corresponsal de la AFP.
El 23 de enero de 1989, el genial pintor español Salvador Dalí, agoniza y muere en tierras catalanas. Pero durante muchos días antes de esta fecha maldita que priva a la humanidad de uno de los más extraordinarios artistas, los periódicos del mundo han permanecido en vilo en espera del triste desenlace. Porque Dalí, que tan bien conocía el valor de mantener la tensión, no acababa de morir.
El argentino y el hijo del Coronel trabajan juntos en esta última carrerilla de Dalí, el primero metiéndose lo más cerca que puede de donde se va a producir el fatal desenlace, y el segundo coordinando desde Madrid y esperando el momento de mandar el fatídico FLASH, esa mención que es lo más y lo menos de la información.
Y por fin, como en todos los cuentos, los dos periodistas tienen la oportunidad de conocerse:
- Hola, soy Marcelo Aparicio
- Y yo Sergio Berrocal
Y este cuento se acabó.
Ah, olvidaba puntualizar que, hasta donde yo sé, la AFP es la única Agencia de prensa mundial que ha contado en sus filas un periodista que más tarde llegó a obtener el Premio Nobel de Literatura, Mario Vagas Llosa. Un detalle.
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