Colaboración: Cuba, de la revolución al turismo
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Por Sergio Berrocal
Hasta la muerte de Fidel Castro, La Habana ha sido una ciudad adonde se iba en busca de algo que no se encontraba en ningún otro lugar del mundo. La Revolución no ha sido un mero episodio en la vida de este puerto, que posee un caché que no tiene ningún otro lugar del mundo. O tenía.
Pero desde que Obama visitó el país con sus propósitos de enmienda (21 de marzo de 2016), desde que Fidel fue enterrado, las cosas cambiaron rápida y radicalmente.
Más de un observador europeo se extraña de que a partir de esos dos momentos cruciales en las historia del país se haya producido un viraje comercial de altos vuelos de cara al exterior que probablemente muy pocos se esperaban. De pronto han empezado a surgir nuevos hoteles o proyectos de nuevos hoteles lujosísimos, difíciles de asumir para un turista europeo medio. Como si todos esos proyectos hubiesen estados cubiertos por una lona y bastase con destaparlos en el momento oportuno.
Es cierto que Estados Unidos ha abierto el grifo del turismo y que el gobierno cubano puede presumir de haber recibido en estos pasados años más turistas norteamericanos que nunca. Es decir, turistas con alto poder adquisitivo. Pero, ¿es seguro que se van a necesitar tantos hoteles de lujo como por lo visto hay en proyecto? Es como, si de pronto, la Cuba revolucionaria, a la que se viajaba para aprender o conocer lo que ha sido una de las revoluciones más largas y emocionantes de la historia, frente al enemigo de siempre, Estados Unidos, hubiese encontrado una nueva vocación, la de convertirse en plataforma turística. Una especie de nuevo Hawai 5-0 donde todo esté enfocado hacia el turista pudiente ¿Y qué pasa con las misiones internacionalistas, con la asistencia a países “hermanos”, con la divulgación de ideales de los que solo se presumía en Cuba?
¿Se acabó la Revolución? ¿El Comandante mandó parar? ¿Y el Imperio ya no es el Imperio del mal?
Del otro lado del mar, la oposición anticastrista ya se ha encargado de pregonar que con los hoteles de lujo se van a enmascarar las deficiencias arquitectónicas de que sufre La Habana desde que el embargo le impidió disponer de material para reparar. Hace cuarenta años, un personaje oficial me comentaba durante mi primera visita a La Habana que había que elegir entre reparar los edificios o dar comida a la gente. Pero esos son cositas sin mayor importancia.
En 2002, unos jueces franceses decidieron en París que el nombre de La Habana, La Havana, no podría ser utilizado a la ligera en operaciones comerciales. “Considerando que la elección por la sociedad ARAMIS del término HAVANA para promover un perfume destinado a los hombres no es una pura casualidad sino que traduce la voluntad deliberada de la sociedad de vehicular… la imagen prestigiosa, voluptuosa y de buen gusto que tienen los puros HAVANA y se desprende de sus espirales de humo…” Teniendo en cuenta estas consideraciones, el tribunal decide que “al utilizar la denominación HAVANA para designar perfumes y cosméticos, las sociedades ARAMIS Y ESTEE LAUDER atentan contra la apelación de origen HABANA”.
Es decir, el nombre de la capital cubana hay que preservarlo y defenderlo.
Defenderlo, se entiende por lo visto, de cualquier utilización mercantil, parece bastante claro.
Uno de los grandes atractivos de La Habana en el plano cultural ha sido siempre el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que se quedó coloquialmente en Festival de La Habana o Festival de cine habanero.
Puedo asegurar que la existencia es esta manifestación, en la que en los buenos años se veía a Fernandi Birri y a todos los que habían contribuido a dar a América Latina un cine nuevo, personal, reflejo de su existencia misma, de su manera de vivir, ha sido importantísima para la apertura de Cuba hacia el exterior.
Fidel Castro lo sabía perfectamente y lo proclamaba. El 16 de diciembre de 1985, el Presidente de Cuba clausuraba el séptimo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en el Teatro Carlos Marx diciendo con cierto orgullo más que razonable que en este festival habían participado “alrededor de 800 delegados extranjeros, más de 100 periodistas, alrededor de 125 –tengo entendido-- de las principales revistas de cine, de muchos de los más valiosos órganos críticos de todo el mundo. Recuerdo que ésa fue otra cosa de la que se habló aquella noche, porque no hacíamos nada con tener un gran Festival y que el mundo no se enterara de qué se había exhibido en aquel Festival… Creo que esta vez no será así. He tenido oportunidad de leer algunos cables internacionales y, a decir verdad, he visto muchos cables objetivos de las agencias internacionales, que han expresado su reconocimiento por la calidad de este evento. Por cierto, hubo una agencia europea, cuyo reportero dijo: el Festival de Cannes se ha quedado pequeño al lado del Festival del Nuevo Cine de La Habana. Es decir, empieza a surgir ya un reconocimiento general en el mundo de la calidad del Festival, pero fundamentalmente de la calidad de las personas que participan en el evento y del material que se exhibe en el mismo”.
Esa comparación entre Cannes y La Habana la había hecho yo, que acudía a la capital cubana por primera vez como enviado especial de la Agencia France Presse. Y el Presidente había tenido la gentileza aquella noche misma de agradecérmelo personalmente, en un corto pero sustancioso encuentro.
Ni a mí ni en su discurso del Carlos Marx, el Comandante había dicho en ningún momento por ejemplo que este conocimiento del Festival en el extranjero serviría para atraer turistas y cosas parecidas. Él se refería estrictamente al aspecto cultural, político e internacionalista de la situación.
Al parecer, en aquel momento Fidel Castro no tenía en la cabeza una operación comercial. Hablaba de cultura y de proseguir el conocimiento de los cines latinoamericanos a través del Festival.
Lo malo es que ahora las cosas han cambiado bastante. Hace ya tiempo que Hollywood ha sabido apreciar el talento de algunos cineastas latinoamericano y a veces hasta la locura, como el mexicano Guillermo del Toro al que llenaron de Oscars, muy merecidos, por su magnífica película “La forma del agua”. Y en Europa acaban de elevar a los altares a otro mexicano, Alfonso Cuarón, al que han concedido el máximo galardón del Festival de Venecia, el León de Oro, por su película “Roma”.
¿Dónde queda ahora ese Festival de La Habana que durante años fue el escaparate soñado por toda América Latina?
Hay más. En esta edición de Venecia, ha sido premiado igualmente un documental de Emir Kusturica sobre el expresidente de Uruguay José Mújica, “Pepe, una vida suprema”.
Personalmente recuerdo una película parecida por su temática, “Mi hijo el Che”, de Fernando Birri, que tuve que ver en La Habana. Porque ese tipo de películas no se encontraba en otra parte del mundo. Y ahora ya están hasta en Venecia, un festival de guirigay capitalista. Es una pena.
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