Colaboración: La "utopía" cubana

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Tánger, La Habana y Brasilia
Por Sergio Berrocal   

Dos veces he creído nadar en plena utopía, en esa isla imaginaria descrita por Tomás Moro en 1516, según la definición de la Real Academia de la Lengua, o en esa “representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”. Pero les digo todo esto sin la menor base científica, simplemente llevado por la impresión de haber vivido dos veces en un lugar donde la gente podía ser más feliz que en otro sitio y donde hubiera parecido que era un mundo con otros propósitos que no son meramente la satisfacción material.

El Tánger de los años cincuenta quizá se asemejaba no digo ya al ideal que da su sentido a la palabra Utopía pero sí a una sociedad, que por vivir quizá en un sistema descrito como ciudad internacional, gobernada por turnos por varios países, podía parecer al ideal de libertad.

Era un lugar donde el clima y la situación geográfica se aliaban para encontrar el lugar ideal donde vivir, sin contar las condiciones económicas que podían dar de comer a todos los refugiados que desde los años cuarenta en adelante acudieron allí.

En Brasilia volvió a renacer la utopía. El hombre que mandó construir esta ciudad en plena sabana, el presidente Juscelino Kubitschek, político de talento considerado de izquierdas, lo hizo, dicen, pensando en apartar a los políticos de las tentaciones de Río de Janeiro. Otra utopía. Prostitutas, ladrones y embaucadores no necesitan estar a unos mil kilómetros de Río para desaparecer.

Brasilía sigue ahí pero nadie sabría decir que puede llamársele Utopía.

En los años sesenta y siguientes creí que Utopía existía y que era Cuba, donde acababa de instalarse un régimen de guerrilleros barbudos y muy cinematográficos que prometían todo lo bueno que todos podemos pedir para nosotros mismos y para los nuestros.

Medio siglo después ya podía decirse sin riesgo de equivocarse que la isla de Cuba no era la de Tomás Moro, aunque hasta hace poco, hasta la muerte de Fidel Castro, el impulsor de este simulacro de utopía, millones de personas en el mundo creyeron que por fin se había encontrado una república que podría prefigurar lo ideal.

La Revolución cubana pasó por todas las crisis de la niñez y de la juventud que puedan imaginarse. Los cubanos, a menos una parte de ellos, creyeron probablemente al principio, quizá en la euforia de los primeros momentos, cuando Batista salió corriendo de La Habana y el poder se llamó revolucionario.

Había que darle tiempo al tiempo, como en todo.

Cuando Tánger, por una triquiñuela viciosa de los hombres políticos de todos los países que buscaban únicamente su conveniencia y la manera de engañar a los vecinos, tomó el rimbombante estatuto de Internacional, el mundo creyó que por fin habíamos llegado a esa misteriosa Utopía que nadie había visto nunca de cerca.

Tánger fue el lugar elegido por los poderosos para exiliar su aburrimiento, y hubo allí de todo, desde multimillonarios aburridos como Barbara Hutton que daba unas fiestas grandiosas en su palacio de la casbah, hasta escritores como Paul Bowles que encontraron entre la amabilidad del clima y su situación geográfica razones para creer en los milagros.

Tánger se convirtió también en un cuartel general con balcón al Mediterráneo para los actores más famosos y todos aquellos que tenían dinero suficiente para limpiarse el alma con el reflejo del mar.

Pero es cierto que también acogió, y sobre todo, a miles y miles de refugiados de guerras como la que enfrentó desde 1936 a 1939 a los españoles y que ganó el general Franco. Siguieron otros sin papeles, otros pasaportes Nansen, otros desesperados de la vida que huían de regímenes viciosos como el nazi y tantos otros.

Y la vida era agradable.

Como lo fue en Cuba para los extranjeros mientras los cubanos tenían que enfrentar todo tipo de estrellamientos, como el alimenticio, la libertad y otras bromas dichas en tono revolucionario.

Claro que Cuba pudo ser Utopía, pero al otro lado del mar estaban los norteamericanos que entienden poco de filosofía y menos de bondad. Primero, con Batista, la usaron al servicio de sus numerosos mafiosos de todo tipo que se limpiaron en sus burdeles y sus casinos las privaciones que la moralidad exacerbada yanqui les hacía padecer.

Y cuando dejaron que Cuba pudiese manejarse sola, los Estados Unidos de América, liberadores de los siete mares, le pusieron un candado llamado embargo que tiene hipotecada a Cuba incluso ahora que debería gozar y hacer gozar a sus ciudadanos de condiciones óptimas.

Tánger volvió a caer en manos de Marruecos, país del que forma parte territorialmente y cuyos monarcas nunca entendieron que tenían allí la joya de la corona. Y volvieron a tomar las riendas del poder. Se acabó Tánger Internacional.

Brasilia nos ilusionó y hasta es posible que todavía ilusiones a alguien. Pero ya tiene más de cincuenta años, los suficientes para ver si el modelo místico que tanto hemos pregonado los periodistas era viable.

Si utopía ha habido alguna, la de Cuba, el tiempo y los hombres se han encargado de hacerla pedazos, de destruirla. Hoy Cuba no piensa en impartir al mundo la teoría de la liberación ni cualquier otra que estuvo de moda con Fidel Castro.

Tánger sueña con ser convertida en una potencia turística en el norte de África.

Brasilia está demasiado lejos y es probable que tenga que volver a ser descubierta por alguna expedición dentro de trescientos o cuatrocientos años.

En cuanto a Cuba, adiós mi querida utopía. Ella también sueña con los dólares de la prostitución turística de la que se arrepienten muchos países europeos que hoy ya no saben cómo arreglar las cosas. Ahora parece que La Habana tenga vocación de dejar de ser la ciudad misteriosa y entrañable que fue para convertirse en una capital más del Turismo, con t mayúscula.

Se acabó. Todo no fue más que una ilusión. Dejad que los turistas se acerquen a mí…

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