Cine mexicano llora a Felipe Cazals, autor de "Canoa" o "Los motivos de luz"

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Felipe Cazals y cuatro de sus cintas
Felipe Cazals y cuatro de sus cintas
El cineasta mexicano y maestro de cineastas Felipe Cazals murió el sábado, a los 84 años, sin que haya trascendido el motivo. Deja una herencia de una cuarentena de títulos adornados por numerosos premios, y sobre todo un prestigio atesorado por la calidad de sus trabajos y la lucidez de sus análisis. El autor de "Canoa", "las poquianchis", "El apando", "Los motivos de luz" o "Su alteza serenísima" dejó meses atrás sus reflexiones -poco optimistas- sobre el futuro del cine, diciendo que "la voluntad del creador ya no existe" y que más temprano que tarde las películas no comerciales "Serán piezas de museo, quizás ya lo es, pero con el tiempo mucho más".

Su personalidad correspondía plenamente con lo que ha distinguido a su cine, enérgico, provocador e inconformista. Estas cualidades ubicaron a Felipe Cazals como uno de los cineastas más destacados y prolíficos de su generación. Comenzó a filmar en los años sesenta, cuando ya el cine mexicano entraba en declive y las clases medias se alejaban de él. Pero este cineasta, nacido en Francia en 1937 y criado desde niño en México, siempre hizo las cosas a contracorriente, tal vez como fruto de la formación que recibió de sus padres, ambos franceses que emigraron a México para dejar atrás el horror de la II Guerra Mundial. Cazals fue educado en colegios religiosos y militarizados, y eso le dejó, como hizo saber, una huella indeleble que incluso traspasó a sus películas y a sus personajes.  

Fue la cinefilia lo que lo animó a estudiar cine en el Institut d’Hautes Etudes Cinematographiques de París, que abandonó antes de terminar, pero ya con toda su vocación echada a andar. A ésta también contribuyó su vínculo con el auge cineclubero de los años sesentas en México, que aportaría una influencia determinante a su carrera mediante el descubrimiento de las corrientes fílmicas de vanguardia, como la "Nouvelle Vague" francesa. Su nombre suele asociarse al grupo de Cine Independiente de México, junto a sus colegas Arturo Ripstein, Rafael Castanedo y Pedro F. Miret, cuyo objetivo era realizar un cine alternativo frente a la estancada cinematografía mexicana de la época.

Bajo este esquema, dirigió sus dos primeros largometrajes, "La manzana de la discordia" (1968) y "Familiaridades" (1969), si bien anteriormente ya había filmado unos cortometrajes para el programa televisivo "La hora de bellas artes". Su paso al cine industrial ocurrió en condiciones favorables, gracias a la película "Emiliano Zapata" (1970), producida y protagonizada por Antonio Aguilar, con grandes recursos, en su primer contacto con el cine histórico-biográfico.

Fue también en ese periodo que los cineastas de su camada recibieron un apoyo decidido por parte de las autoridades fílmicas oficiales, en buena medida gracias a la política impulsada por Rodolfo Echeverría, director del Banco de Cinematografía y hermano del presidente en turno. Así se abrió una momento propicio para que Cazals desarrollara y experimentara un cine de búsqueda personal, como se evidencia en "El jardín de la tía Isabel" (1971), y "Aquellos años" (1972), dos films de época situados, respectivamente, en el siglo XVI y en la época de la intervención francesa.

Además, hizo lo propio en el género documental, en "Los que viven donde sopla el viento suave" (1973), acerca de las condiciones de vida de la etnia seri, en Sonora. Esta etapa le permitió asentar sus definiciones temáticas y su estilo sobrio y descarnado, que ya se vislumbraban desde sus primeros trabajos.

Armado con más experiencia, realizó su célebre trilogía de la violencia: "Canoa" (1975); "El Apando" (1975) y "Las Poquianchis" (1976), donde se asoma con toda su crudeza al universo de los personajes que transitan entre la crueldad y el dolor, en ambientes sórdidos y opresivos que revelan una de las realidades escondidas tradicionalmente en México. No obstante la carga de violencia que marca esta trilogía y una buena parte de su obra, Cazals es un hábil narrador que le gusta apelar a la inteligencia del espectador.

"A mí me acusan de cruel y de violento muchas veces –comentó el cineasta—, pero el acto de violencia no está en la pantalla; está en lo que precede o en la conclusión, pero no se ve. Es el espectador, su imaginación y su sentimiento lo que complementa esa secuencia".

Algunos de sus films posteriores, tienen claros vínculos con esta propuesta. Así por ejemplo, en "Bajo la metralla" (1982), revisa el tema de las guerrillas urbanas y muestra una vez más el cariz politico de su cine, preocupado por la descomposición social del México contemporáneo. En "Los motivos de Luz" (1985) trata el caso de una mujer acusada de asesinar a sus hijos, pero con el trasfondo de la miseria y la marginalidad. En "Digna... hasta el ultimo aliento" (2004), recrea la vida, la lucha y la misteriosa muerte de la defensora de derechos humanos Digna Ochoa.

Pero, además, su interés por experimentar con distintos géneros y ambientes, le han hecho visitar con frecuencia al cine histórico, como en "La güera Rodríguez" (1977), sobre una famosa cortesana del siglo XIX; "Kino: la leyenda del padre negro" (1993), acerca de la vida de este misionero jesuita en el norte de México, y "Su alteza serenísima" (2000), sobre Antonio López de Santa Ana.

A lo largo de su dilatada carrera, Cazals recibió decenas de reconocimientos importantes en los Festivales de Mar del Plata, Berlín, Moscú y Guadalajara, y fue galardonado con varios Arieles y con la medalla Salvador Toscano.

Tampoco puede soslayarse que en su filmografía existen algunos largometrajes de poco interés, de las llamadas películas alimentarias, hechas al servicio de fines netamente comerciales, como "Rigo es amor" (1980), con el cantante Rigo Tovar, o "Desvestidas y alborotadas" (1991), con Lorena Herrera y Lina Santos.   

En aquellas películas donde mostró sus definiciones personales —la mayoría de ellas— se distingue su punto de vista crítico, incondescendiente, que incomoda y confronta y que se clava punzante en la conciencia de aquel que se expone a sus disertaciones que viajan encapsuladas en las imágenes.

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