Siempre Habana y Galicia, final para la semana de cine gallego en Cuba

por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
La promesa
La promesa
Mia SarahLa promesa1-V-07

El lunes, en la tanda de las 8:00 p.m. finalizó en la Sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba, la Semana de Cine Gallego (inserta en el Primer Encuentro Audiovisual Galicia-Cuba y La Huella de España) que desde el 23 se desarrollaba allí, para hacerlo ahora en treinta salas del resto del país. Fue un cálido contacto de siete días con el cine procedente de esa zona de la geografía española, tan vinculada a la cultura y la nacionalidad cubanas.

Como habíamos comentado en una nota anterior, la premiere (“Un franco, 14 pesetas”, de Carlos Iglesias) descorrió dignamente las cortinas de un evento que mantuvo todo el tiempo el entusiasmo del público, el cual llenó casi todas las tandas en la céntrica sala de 23 y 12, a pesar de que en las mismas se hallaron sorpresas gratas y otras que no lo fueron tanto.

“León y Olvido” es una de las que entra de lleno en ese primer grupo; esta cinta de Xavier Bermúdez, reconocida en Atenas, Karlovy Vary, Málaga y la propia Galicia, sigue la especial relación entre una joven y su hermano Down: se trata de uno de esos films que un tipo de espectador “educado” en la narrativa hollywoodiense calificaría de ausente de acción, donde “no pasa nada”, sin embargo, mucho ocurre en las vidas de esos hermanos que se complemente, se necesitan, se aman aunque a veces, aparenten lo contrario. Los vínculos que se establecen entre ellos y los otros, nos recuerda lo mucho que une al ser humano pese a sus aparentes o reales diferencias. Cálida, ajena a sensiblerías y efectismos, con el tempo deliberadamente lento que una diégesis así requiere (nunca aburrida o desangelada), “León y Olvido” entrega además los desempeños inmejorables de los protagonistas, Guillén Jiménez y Marta Larralde.

No puede decirse lo mismo de otro título que, lamentablemente, nos incluye. Se trata de “Siempre Habana”, de Angel Peláez, sobre guión que el director coescribió con el célebre dramaturgo cubano Héctor Quintero (“Contigo pan y cebolla”). Comedia que aparente pulverizar tabúes y estereotipos sobre las relaciones actuales entre ambos pueblos, realmente aterriza en otros, peores diría yo, para conformar una comedia banal y barata, pésimamente escrita, actuada y dirigida, a la que sólo falta el tortazo en la cara.

“Mía Sarah”, por el contrario, es una fina indagación en enveses de la realidad: comedia que mueve sus resortes expresivos entre el esoterismo y la galantería, a veces da más de un giro reiterado y por tanto, innecesario, pero la puesta en pantalla de Gustavo Ron incorpora las sutilezas del guión que realizara junto con Edmon Roch y donde, a más de los desempeños conseguidos de Daniel Guzmán, Verónica Sánchez y el veterano Fernando Fernán Gómez, sobresale una distinguida banda sonora y un estilizado trabajo de iluminación y fotografía.

Entre esos títulos polémicos, de esos que se odian o se aman de un tirón, estuvo “La promesa”, de Héctor Carré, pero todos, de una tendencia u otra, coincidieron en un punto realmente indiscutible: la excelencia interpretativa de Carmen Maura, que hace de personaje y película, una experiencia disfrutable. Entre Hitchcock, Buñuel y Saura, Celia es una beata que oye voces, las cuales le envían de justiciera sobre seres indefensos...sólo que su “espada” cae a veces equivocadamente. La cinta pudiera ser una sátira a ciertos tópicos del cine de terror y suspense, o puede tomarse muy en serio; de cualquier modo, la ambientación, el decursar del sujeto, la caracterización de personajes, la fotografía y el montaje delatan una mano directriz precisa y segura, aunque dividida (y divertida) con la ambigüedad de la historia que, por supuesto, regala varias lecturas. Cualquiera de ellas, repito, implica una experiencia sugerente.

La semana ofreció también varios documentales, un largo animado y varios cortos, entre los cuales encontramos una joyita, una pequeña obra maestra llamada “El castigo”, con guión y dirección de Isabel Ayguavives; en 17 minutos asistimos a una historia emparentada con el “teatro del absurdo”, donde vemos pasar el tiempo con sus huellas, sus mudanzas en los seres y la historia que transcurren con una movilidad y una dinámica admirable gracias a la pericia del montajista (José Manuel Jiménez) y el cuidado del director de arte (Oscar Sempere) y donde la narración “in off” resulta por sí mismo, buena literatura, mas devenida cine con mayúscula, aún tratándose, como hemos dicho, de un corto.

El resto, en tal parcela, se dividió entre otras bien ambientadas experiencias familiares (“Los colores del frío”, de Anxo Cendal, aunque sin el alcance del anterior), la manera en que una medida social saludable puede afectar a una mujer desvalida (“El botellón”, de Tomás Silberman), un animado con certeros trazos y notable poder de síntesis sobre la “cuadratura” del pensamiento humano (“Encerrados”, de Diego Gómez e Irene Formoso) y un aburrido pujo existencialista (”Retrato de un hombre pensativo”, de Javier Alonso), donde por suerte, hay un par de tangos gardelianos como para escuchar a ojos cerrados.

Resultó una semana, como tienden a ser estos encuentros, desigual pero siempre necesaria, que permitió tomar el pulso a la producción gallega contemporánea.