Cine serbio: de la explosión al marasmo

por © Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com
“Un perro al que le gustaban los trenes”
“Un perro al que le gustaban los trenes”
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Aunque la Jornada de la Cultura Serbia en Cuba continúa (aguardan, por ejemplo, varios desfiles de su peculiar y exuberante moda), los días específicamente fílmicos en dos salas del Multicine Infanta, llegaron a su fin con un número bastante reducido de espectadores, para disgusto sobre todo de la embajadora de esa república en Cuba, presente en no pocas de las funciones, como algunos ciudadanos de ese país residentes en Cuba. La indiferencia de muchos espectadores, incluso cinéfilos que persiguen las novedades entre nosotros, se explica no precisamente con una insuficiente promoción, que en el caso no fue excesiva pero tampoco menor respecto a otras muestras semejantes. Es que, simplemente, debe reconocerse que no estamos ante una cinematografía exactamente atractiva, por los muchos problemas de todo tipo que se encuentran en la misma, cuando se hace un repaso por esta representativa panorámica que abarca desde los años 60 hasta la actualidad.

Ya nos habíamos referido a la cinta que inauguró la retro: “Zona, hija de Zamfir” (2002), de Zdravko Sotra (también la más popular allí en los últimos años), como una típica historia de amor interclasista a finales del siglo XIX que, comedia al fin, se resuelve felizmente, lo cual no ocurre lamentablemente con el desarrollo del film, repleto de reiteraciones y un sentido del humor poco cercano al nuestro, a pesar de lo cual la exquisitez en la dirección de arte, la hermosa música (que, sin perder la esencia, se adereza con modernos y muy bien sonantes arreglos) y la expresiva fotografía, la hacen relativamente tolerable.

Tomemos, por ejemplo, la amplia zona dedicada a la guerra (o sus memorias repercutiendo en la actualidad, o el reflejo más o menos contemporáneo de las contiendas), algo entendible por demás ante los largos períodos que esa nación ha sufrido bajo las bombas.

Muchos tropiezos en el montaje, la narración y la dramaturgia se encuentran en títulos de diversos momentos: por ejemplo, en “Bellas villas, bellas llamas” (1995), de Srdjan Dragojevic, sobre dos amigos de la infancia, un musulmán y un serbio, que se reencuentran en la guerra de Bosnia aunque esta vez están en lados opuestos; poco ayuda el indudable realismo de las batallas: lo innecesariamente largas de las secuencias a ellas consagradas, la lentitud en la plasmación de las relaciones entre los soldados, convierten el trayecto en una fatigosa experiencia. Así, más o menos, ocurre con otros títulos del mismo corte y diferentes épocas (“El anzuelo celestial”, 2000; “El momento”, 1978; “La marcha al Drina”, 1964...)

Muy importante es para los cineastas serbios el deporte, trasunto del interés que el mismo, en sus diversos tipos, despierta en la población allí, de modo que varios títulos mezclan a los conflictos personales, subtramas o motivos deportivos. Entre ellos, “Cuando sea mayor seré canguro” (2004), de Radivoje Andric: tres cuentos ubicados en el Municipio Vozdova Belgrado, la capital serbia, con personajes que intentan llevar cambios a sus vidas, pero lo hacen de manera errónea; como mismo le ocurre al director, que, pese a conseguidos momentos aislados (por ejemplo, el final) no logra insertar las historias con felicidad. Válido el “monólogo interior” de algún personaje, la simpatía de otra de las historias, pero al resultado le falta el pulimento que hubiera generado una notable comedia.

Dentro de este género, valga resaltar, además de la ya conocida “Gato negro, gato blanco”, de Emir Kusturica (siempre una fiesta de música, imaginación y “joie de vivre” su cine), “Quien canta allí” (1980), de Slobodan Sijan, una original road movie sobre la relación de varios pasajeros de diversos estratos y procedencias en un azaroso viaje en vísperas del ataque nazi a Yugoslavia, durante la II Guerra Mundial, quienes emprenden un viaje a Belgrado en un autobús desbaratado y durante las 24 horas que dura entran en confrontaciones, lo cual genera una divertida y bien armada comedia.

Otros estilos pudieron apreciarse, en títulos como “Cosas del corazón” (1996), que revela el artista plástico que se esconde en su director Miroslav Mika: la composición de la imagen, el concepto fotográfico, los movimientos de cámara, entregan un trabajo preciosista, lamentablemente en función de una lánguida historia de (des)amor, la que tiene lugar entre un soldado que, al regresar retrasado de la guerra, descubre que su novia lo engañó, al menos ese día, a partir de lo cual la somete a una tortura psicológica que la desquicia. Los innecesarios y reiterados flashback, la anemia que padece la narración y la impericia dramatúrgica, no reñida con esa aludida condición de cuidado en el tratamiento formal, dan al traste con la consecución del film.

Dentro de una cuerda más social-contemporánea, “Un perro al que le gustaban los trenes” (1977), de Goran Paskaljevic, nos entrega una historia mejor contada sobre una joven fugitiva que hace todo lo posible por llegar a París: anécdota, personajes, ritmo, la manera de captar la dureza de ciertos ambientes urbanos y las actuaciones, redondean este largometraje como uno de los mejores.

Al menos, la muestra de cine serbio nos puso en contacto con una cinematografía prácticamente desconocida entre nosotros; esperemos que nuevas experiencias (digamos, con más films contemporáneos) nos traigan mejores resultados.