San Luis (Buñuel), te recordamos

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Luis Buñuel
Luis Buñuel
Por Alberto Duque López

Este 29 de julio se cumplen 25 años de la desaparición de un santo que también era iconoclasta, burlón y agresivo, Luis Buñuel (22 de febrero, 1900, Calanda, Teruel) el director que en 1928 logró en su película “Un Perro Andaluz” el plano más memorable en toda la historia del cine: el momento en que la luna divide una nube en dos tajadas y una navaja corta el ojo de una muchacha impasible, mientras el espectador pierde la respiración y centenares de hormigas brotan de una mano.

El mismo Buñuel que acostó un burro dentro de un piano; colocó una navaja al extremo de un Cristo; provocó a un ejército de mendigos con el cuerpo blanco e intocado de una novicia; inquietó a millones de espectadores en el mundo entero con el personaje de un chino, obsesionado con Catherine Deneuve mientras exhibe una cajita que nunca abre. El mismo que mortificó a muchos con la conducta de un sacerdote bueno y la violencia salvaje ejercida por un puñado de mendigos que maltrata a un ciego.

Con ocasión de este aniversario sus películas están siendo emitidas en numerosos canales de televisión, las salas de arte y ensayo las repiten para estupor de los jóvenes espectadores que no sospechaban que existiera un cine tan simple, tan rústico, tan humorístico y al mismo tiempo tan humano e inteligente, el cine de un hombre que golpeó la conciencia de su tiempo con las buenas maneras de un señor sordo y la timidez de un creador que se sonrojaba cuando elogiaban esas películas en su presencia.

Cualquiera de sus películas es decisiva para entender mejor a los seres humanos con esas frases que sus personajes sueltan en las situaciones más salvajes y al mismo tiempo domésticas:

“La crueldad la ha inventado el hombre. Un lobo no es cruel cuando mata a veinte ovejas, aunque sufran por ello. La crueldad es una consecuencia de la inteligencia. Por eso me da tanto miedo la inteligencia. La inteligencia no es nada, depende a qué se aplique”;
“La libertad, por supuesto, no existe: es un fantasma. Uno sólo es libre si se siente libre”;

“La imaginación es inocente, uno puede cometer las mayores atrocidades con la imaginación sin necesidad de hacer daño a nadie”;

“Mi desprecio a la técnica es una consecuencia del mal uso que el hombre hace de la ciencia”;

“Hoy he tenido un sueño pesado, angustioso, he dormido mal. He soñado con carne, carnaza, grasa, algo repugnante. Sebo. Acumulación de sebo, es un sueño recurrente”;
“Si supiera escribir, no haría cine”;

“Hacer una película es un esfuerzo gigantesco, en cambio escribir es un placer, tú te lo guisas, tú te lo comes”;

“Es vivificante, a veces, blasfemar contra lo que uno cree.....”

Ese es el hombre que dejó algunas de las obras maestras del cine contemporáneo que incluyen “Los Olvidados” (1950), “El” (1952), “Ensayo de un crimen” (1955), “Nazarín” (1958), “Viridiana” (1961), “El Angel Exterminador” (1962), “Diario de una Camarera” (1962), “Bella de Día” (1967), “La Vía Láctea” (1969), “El Discreto Encanto de la Burguesía” (1972), “El Fantasma de la Libertad” (1974) y “Ese Oscuro Objeto del Deseo” (1977) entre otras.

Ese es el amigo de Dalí y Lorca con quienes compartió tantas madrugadas de copas y discusiones sobre historias surrealistas, el hombre que ante la derrota de la República española, tuvo que exiliarse en Nueva York (trabajó como asistente de montaje en el Museo de Arte Moderno que siempre lo recuerda) y luego en México donde vivió y trabajó el resto de su vida, sin regresar a su tierra que siguió presente en la mayoría de sus películas, hasta 1977 cuando volvió, a San Sebastián, porque el enemigo había desaparecido. Cuando el generalísimo Franco lo invitó a instalarse en España, le lanzó una bofetada alegórica con “Viridiana” que ganó en Cannes y fue prohibida en su país hasta la muerte del dictador.

Sobre su estancia en México (al principio hizo películas para comer y luego, de la mano de Carlos Fuentes, Fernando Benítez y otros intelectuales encontró el apoyo que necesitaba hasta completar 21 títulos), hace poco aparecieron dos libros cautivadores: el guión de “Los Olvidados” con todos sus apuntes y correcciones, y un tomo que recoge las fotografías que tomaba con paciencia mientras preparaba sus rodajes, en las cuales aparecen los rincones, los escenarios, los personajes, el clima, los cielos, los jardines y las calles de ciudades preservadas por el cine y desaparecidas por la piqueta. Esas mismas fotografías están colgadas en una exposición sorprendente en Madrid.

Ahora, cuando la obra completa de Buñuel será proyectada en Ciudad de México durante los cinco primeros días de octubre, durante el I Congreso de Cultura Iberoamericana (que celebrará también los inminentes 100 años de Manoel de Oliveira), y cuando faltan pocas semanas para la iniciación del festival de San Sebastián, a propósito de estos 25 años de la desaparición de don Luis, es necesario recordar la imagen que guardamos celosamente de él.

Fue en el escenario del enorme teatro Victoria Eugenia, finales de septiembre de 1977, ahí estaba, sordo a los aplausos de los miles de espectadores que llorábamos de amor por él y sus películas, acompañado por Angela Molina y extraviado en la pecera inmensa junto a los telones y brocados, mientras todos sentíamos lo que era inevitable: esa sería la última vez que saldría a la calle y regresaría a Ciudad de México a morir junto a Carlos Fuentes, Arturo Ripstein y otros pocos amigos, aceptando la presencia de un cura, fumando un último cigarrillo con ese último suspiro.

Cuando las luces se apagaron y comenzó la proyección de “Ese oscuro objeto del deseo”, con dos actrices hermosas interpretando las dos facetas sexuales y psíquicas de una misma mujer (Angela Molina, más perturbadora que nunca y la inalcanzable Carole Bouquet), perseguida, humillada y agredida por un libidinoso Fernando Rey, todos comprendimos que ese era su testamento, sus ideas sobre las mujeres, el amor, la religión, la derecha política, el terrorismo, el erotismo, la soledad, el engaño, el deseo, la traición, España y Francia, y por supuesto, su testamento sobre la muerte, la misma que lo alcanzaría seis años más tarde en la ciudad que amaba, México, cerca de los museos y las momias y los bares y los amigos y los cines de barrio y ese momento luminoso en que hace de cura en una película que pocos conocen, “En este pueblo no hay ladrones” sobre un guión de Fuentes y García Márquez, dirigida por Alberto Isaacs, con un Rulfo dormido sobre la mesa de una cantina y el colombiano haciendo de portero en un cine pequeño, su mundo, don Luis, sus fantasmas, sus resabios, su sordera, sus recuerdos, sus extravagancias surrealistas, sus películas que antes retrataba esquina tras esquina, don Luis, lo recordamos y lo seguimos amando mientras una mano, la suya, con una navaja muy española, corta el globo del ojo de una muchacha porque una nube hace lo mismo con la luna, don Luis.