Nacho Ruipérez escribe sobre el estreno de "El desentierro"
- por © Redacción-NOTICINE.com
Por Nacho Ruipérez *
Escribí el primer borrador de "El Desentierro" durante el Master Iberoamericano de Guión para Cine en la UIMP y, como todos los primeros guiones, fue debidamente abandonado en la oscuridad de un cajón. Más tarde nuestro país entró en crisis y sentí que había llegado el momento de desenterrar aquel argumento para –desde un punto de vista más maduro y mediante la ayuda de profesionales como Mario Fernández Alonso (coguionista de "Amar", de Esteban Crespo), Joan Marimón (ESCAC) o Yery Bermúdez (Filmax)– convertirlo verdaderamente en una película de género que hablara de los tiempos convulsos en los que vivimos y poniendo el foco de interés en un imaginario pueblo aislado entre los arrozales del marjal valenciano, un potente escenario agrario, puramente visual e idóneo para retratar un mundo pendenciero donde se anteponen los intereses económicos por encima de la moral, en el que la violencia y la corrupción están a la orden del día, donde la verdad y la honestidad son perseguidas y silenciadas… En definitiva, el mundo en el que hoy vivimos.
Queremos hablar del desentierro de los restos mortales del padre de Jordi –una exhumación– pero también de un desentierro figurado a través de la voluntad de nuestro protagonista cuando descubre algo que le atormenta: ¿Dónde está enterrado el padre?
A través de esta incómoda cuestión shakespeariana, se pretende llevar al espectador mediante la sutileza temática, la poesía visual (donde no excluimos las posibilidades plásticas del feísmo propio de la época) y la emoción profunda y redentora que permite el thriller, a un contexto sociopolítico que todos los españoles de varias generaciones hemos conocido bien: el de la memoria histórica. Así las cosas, hemos puesto toda nuestra energía en enarbolar una especie de "parábola de los desentierros", trazada desde el multitudinario entierro de Félix (antiguo alcalde del pueblo, ahora Conseller, y que ha perecido debido a un supuesto accidente de coche), pasando por el desentierro de los restos mortales de Pau y Tirana (revelados por sendos agujeros de bala en sus cráneos), el descubrimiento del verdadero pasado oscuro de Félix como un político comprado y, finalmente, el traslado de los huesos de Pau y de Tirana a una nueva fosa de la que nunca deberían haberse movido: la Caseta de la Mar, su único remanso de paz.
Al tratarse de una narración multitrama, la historia transcurre aparentemente por varios frentes. Un paseo por el universo del añorado Festival Valenciano (la conocida Ruta del Bakalao o Ruta Destroy) es el encargado de abrir el telón, un universo nocturno que miles de jóvenes vivieron con pasión enfermiza y generando toda una subcultura no solo musical, sino también sociológica, pues tuvo consecuencias a largo plazo sobre la forma de ocio nocturno tratándose del mayor movimiento clubbing que ha vivido nuestro país. A pesar de ello, considero que es un fenómeno cultural poco retratado en cine y, afortunadamente, parece que ha encontrado su lugar en esta historia, donde se entremezclan en un único lienzo los universos de la fiesta nocturna y la drogadicción con los de la trata de blancas y el dinero negro.
Por otro lado, Argentina representa para nuestra historia un puente temático de fuerza radical, tal y como nos recordaba algunos años atrás en un reportaje del diario El País el legislador de la provincia de Tucumán, Gerónimo Vargas Aignasse, hijo de Guillermo, que ocupaba ese mismo cargo cuando la dictadura lo hizo desaparecer en 1976: "Uno siempre tiene la esperanza de que va a encontrar a quien está desaparecido. Esa condición es el limbo del horror, no se puede terminar de resolver el duelo".
Puede que el mundo esté cambiando, pero lo cierto es que el sistema sigue persiguiendo a quienes pugnan por dignificar a aquellos que lo perdieron todo, a las verdaderas víctimas de un conflicto que no se puede –no se debe– olvidar, porque, al fin y al cabo, somos el eco de los sucesos del pasado, para bien y para mal. Y ahí reside la auténtica voluntad de nuestros pequeños héroes –Vera, Jordi y Diego– supervivientes adormecidos de una cadena de mezquindades del pasado y que ahora se han empeñado en desenterrar una verdad incómoda. Una verdad que, en su ausencia reveladora, puede corromper gravemente el alma de cualquier ser humano, porque la corrupción no solo carga contra lo económico, sino también contra lo espiritual. Y de eso justamente habla esta película, de un presente aún perjudicado por la consecución de un pasado criminal, conflictivo y espiritualmente irresoluble. Y todo esto con un paisaje costero de fondo que se fue plagando, cual enjambre de libélulas, de edificios prometeicos y hotelería paradisíaca, a medida que los indicadores de la bolsa se precipitaban de manera imparable hacia el trágico cataclismo del que hoy seguimos siendo víctimas.
(*): Este fin de semana se estrena en España "El desentierro", coproducción hispano-argentina que protagonizaron Leonardo Sbaraglia, Michel Noher y Jan Cornet, primer largo en solitario de Nacho Ruipérez, quien coescribió el guión con Mario Fernández.
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Escribí el primer borrador de "El Desentierro" durante el Master Iberoamericano de Guión para Cine en la UIMP y, como todos los primeros guiones, fue debidamente abandonado en la oscuridad de un cajón. Más tarde nuestro país entró en crisis y sentí que había llegado el momento de desenterrar aquel argumento para –desde un punto de vista más maduro y mediante la ayuda de profesionales como Mario Fernández Alonso (coguionista de "Amar", de Esteban Crespo), Joan Marimón (ESCAC) o Yery Bermúdez (Filmax)– convertirlo verdaderamente en una película de género que hablara de los tiempos convulsos en los que vivimos y poniendo el foco de interés en un imaginario pueblo aislado entre los arrozales del marjal valenciano, un potente escenario agrario, puramente visual e idóneo para retratar un mundo pendenciero donde se anteponen los intereses económicos por encima de la moral, en el que la violencia y la corrupción están a la orden del día, donde la verdad y la honestidad son perseguidas y silenciadas… En definitiva, el mundo en el que hoy vivimos.
Queremos hablar del desentierro de los restos mortales del padre de Jordi –una exhumación– pero también de un desentierro figurado a través de la voluntad de nuestro protagonista cuando descubre algo que le atormenta: ¿Dónde está enterrado el padre?
A través de esta incómoda cuestión shakespeariana, se pretende llevar al espectador mediante la sutileza temática, la poesía visual (donde no excluimos las posibilidades plásticas del feísmo propio de la época) y la emoción profunda y redentora que permite el thriller, a un contexto sociopolítico que todos los españoles de varias generaciones hemos conocido bien: el de la memoria histórica. Así las cosas, hemos puesto toda nuestra energía en enarbolar una especie de "parábola de los desentierros", trazada desde el multitudinario entierro de Félix (antiguo alcalde del pueblo, ahora Conseller, y que ha perecido debido a un supuesto accidente de coche), pasando por el desentierro de los restos mortales de Pau y Tirana (revelados por sendos agujeros de bala en sus cráneos), el descubrimiento del verdadero pasado oscuro de Félix como un político comprado y, finalmente, el traslado de los huesos de Pau y de Tirana a una nueva fosa de la que nunca deberían haberse movido: la Caseta de la Mar, su único remanso de paz.
Al tratarse de una narración multitrama, la historia transcurre aparentemente por varios frentes. Un paseo por el universo del añorado Festival Valenciano (la conocida Ruta del Bakalao o Ruta Destroy) es el encargado de abrir el telón, un universo nocturno que miles de jóvenes vivieron con pasión enfermiza y generando toda una subcultura no solo musical, sino también sociológica, pues tuvo consecuencias a largo plazo sobre la forma de ocio nocturno tratándose del mayor movimiento clubbing que ha vivido nuestro país. A pesar de ello, considero que es un fenómeno cultural poco retratado en cine y, afortunadamente, parece que ha encontrado su lugar en esta historia, donde se entremezclan en un único lienzo los universos de la fiesta nocturna y la drogadicción con los de la trata de blancas y el dinero negro.
Por otro lado, Argentina representa para nuestra historia un puente temático de fuerza radical, tal y como nos recordaba algunos años atrás en un reportaje del diario El País el legislador de la provincia de Tucumán, Gerónimo Vargas Aignasse, hijo de Guillermo, que ocupaba ese mismo cargo cuando la dictadura lo hizo desaparecer en 1976: "Uno siempre tiene la esperanza de que va a encontrar a quien está desaparecido. Esa condición es el limbo del horror, no se puede terminar de resolver el duelo".
Puede que el mundo esté cambiando, pero lo cierto es que el sistema sigue persiguiendo a quienes pugnan por dignificar a aquellos que lo perdieron todo, a las verdaderas víctimas de un conflicto que no se puede –no se debe– olvidar, porque, al fin y al cabo, somos el eco de los sucesos del pasado, para bien y para mal. Y ahí reside la auténtica voluntad de nuestros pequeños héroes –Vera, Jordi y Diego– supervivientes adormecidos de una cadena de mezquindades del pasado y que ahora se han empeñado en desenterrar una verdad incómoda. Una verdad que, en su ausencia reveladora, puede corromper gravemente el alma de cualquier ser humano, porque la corrupción no solo carga contra lo económico, sino también contra lo espiritual. Y de eso justamente habla esta película, de un presente aún perjudicado por la consecución de un pasado criminal, conflictivo y espiritualmente irresoluble. Y todo esto con un paisaje costero de fondo que se fue plagando, cual enjambre de libélulas, de edificios prometeicos y hotelería paradisíaca, a medida que los indicadores de la bolsa se precipitaban de manera imparable hacia el trágico cataclismo del que hoy seguimos siendo víctimas.
(*): Este fin de semana se estrena en España "El desentierro", coproducción hispano-argentina que protagonizaron Leonardo Sbaraglia, Michel Noher y Jan Cornet, primer largo en solitario de Nacho Ruipérez, quien coescribió el guión con Mario Fernández.
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