Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga escriben sobre "La trinchera infinita"

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Los tres directores de "La trinchera infinita"
Los tres directores de "La trinchera infinita"
Por Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga *   

Aunque la figura de los “topos” no nos resultara del todo desconocida, no fue hasta el año 2011, al asistir a la proyección del documental 30 años de oscuridad (Manuel H. Martín) que comprendimos hasta qué punto sus vivencias no solo eran una singularísima y potente visión sobre la guerra y sus consecuencias, sino una sugerente alegoría sobre los mecanismos del miedo.
    
Fue tras el visionado de este documental cuando descubrimos el libro “Los topos” de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, publicado con gran éxito en 1977, en el que se recogía el testimonio estremecedor de algunos de los así llamados “Topos”.

Según se desprende de estas fuentes, fueron muchos los simpatizantes y activistas del bando republicano (e incluso algunos del bando sublevado) quienes, durante la Guerra Civil y la posguerra, se vieron obligados a esconderse en sus casas para proteger su vida por miedo a ser encarcelados o fusilados. Lo que algunos de ellos jamás pensaron fue que dicha solución, en un principio provisional, se prolongaría durante más de treinta años.
    
Vivían escondidos tras una pared, una trampilla o un armario en el propio domicilio familiar sin que nadie ajeno a la familia supiera de su existencia. Oficialmente estaban muertos, o desaparecidos. Nadie preguntaba por ellos.
    
Aunque siempre hubo rumores, e incluso casos que salieron a la luz con anterioridad, no fue hasta 1969 que se empezó a conocer la verdadera dimensión de aquel fenómeno. Coincidiendo con el 30 aniversario del fin de la contienda, el gobierno de Franco publicó un decreto-ley mediante el cual se declaraba prescrito cualquier delito perpetrado con anterioridad al final de la Guerra Civil. Fue entonces cuando muchos de aquellos hombres decidieron salir de su escondite, no sin cierto recelo. No se fiaban. El miedo había calado tan profundamente en ellos que les resultaba muy difícil desprenderse de él.

Higinio Blanco jamás existió. Es un personaje ficticio, pero en él cohabitan muchos personajes reales que, por increíble que parezca, vivieron una situación similar a la suya. Manuel Cortés, Manuel Hidalgo y su hermano Juan, Miguel Villarejo, Saturnino de Lucas, Eulogio de la Vega, y un largo etcétera entre los que también encontramos a Manuel Corral, que siendo del bando sublevado, permaneció escondido más de un año durante la Guerra; de todos ellos, de sus vivencias y testimonios, se ha nutrido nuestro particular “topo” a quien hemos dotado, además, de otras situaciones totalmente inventadas para así poder contar la historia que queríamos.

UN MATRIMONIO, UN MUNDO

La idea para hacer “La trinchera infinita” surge de plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cómo sería acompañar a un topo en su encierro de más de 30 años? Y de esta pregunta surgieron otras: ¿Cómo percibiríamos el mundo exterior? ¿Cómo sería contar 30 años de historia de un país sin salir de una casa?

Se dice que toda Historia (en mayúsculas) puede contarse a través de una historia (en minúsculas) y es precisamente lo que hemos tratado de hacer en esta película: radiografiar la situación de toda una época a través de un espacio físico tan reducido como un agujero. O por decirlo de otra manera, a través de la historia de Higinio hemos intentado retratar la Guerra Civil y (sobre todo) los posteriores años de dictadura por omisión; dibujando la contienda y sus consecuencias como un ente abstracto que todo lo atenaza y lo condiciona, a pesar de que apenas se vea.

Pero más allá de la amenaza exterior, hay otro elemento (de naturaleza más íntima) que condicionará el devenir de “La trinchera infinita” de principio a fin: nos referimos a la historia de amor entre Higinio y su mujer Rosa. La película arranca cuando no llevan más de dos meses casados, en un momento en el que la pareja está viviendo una historia de pasión y enamoramiento. Para ellos no hay nada peor que la idea de no estar juntos, así que lucharán por no separarse, a pesar de que son conscientes de que con ello pueden estar cavando su propia tumba. Más tarde, a medida que pasan los años, el enamoramiento dará paso a la rutina, y con ella surgirán las dudas. ¿Tomaron la decisión correcta? ¿Están los dos en el mismo barco? ¿Qué hace Rosa cuando está en la calle? ¿Tiene derecho Higinio a exigirle a su mujer que no haga ciertos planes mientras él esté encerrado?

Como ocurre en muchos matrimonios, llegará algún momento en que la relación se emponzoñe tanto que resulte insostenible. ¿Pero qué hacer cuando estás fatalmente atado a tu pareja? ¿Cómo romper con esa relación si con ello podrías estar poniendo en peligro vuestras vidas? A la sensación de claustrofobia espacial se le unirá así la provocada por la sensación de no poder romper con una relación viciada de la que es difícil salir (el clásico “ni contigo ni sin ti”). Pero ¿cuántas relaciones de pareja pasan, con el paso de los años, por una sensación claustrofóbica parecida? Es por eso que decimos que, en cierta forma, esta historia también puede verse como una alegoría de la vida en matrimonio; en este caso concreto, un matrimonio sometido a una circunstancia muy específica, pero matrimonio al fin y al cabo.

UNA ALEGORÍA SOBRE EL MIEDO

Por tanto, estamos ante una historia condicionada por una realidad política y social exterior y una realidad afectiva y personal en el interior de la casa. Y si seguimos abriendo esta especie de muñeca rusa, nos encontramos con que dentro de esa casa hay otro agujero, habitado por nuestro protagonista, y dentro de él, el verdadero motor de esta historia: El MIEDO.

Un miedo que evoluciona y va adquiriendo distintas formas a lo largo de los años. Y es que ¿qué les ocurrió a los topos para que algo en principio provisional se prolongara tanto a lo largo del tiempo? En un principio la necesidad de sobrevivir, después la simple prudencia; más tarde, la esperanza de que aquella situación acabara pronto… Para cuando muchos de estos topos pudieron darse cuenta, un miedo ancestral que iba más allá de cualquier raciocinio había echado raíces en su fuero interno convirtiéndose en parte esencial de su carácter y de quienes compartían su secreto. Un miedo que no se suaviza con el paso de los años, pues se ha colado tan profundamente dentro de ti que ya forma parte de tu ser, paralizándote por completo.

Lo mismo ocurre con Higinio y su familia. Todos los estados por los que transitan están condicionados de una u otra manera por ese MIEDO. El miedo a que te hagan daño, a que entren en tu casa y seas descubierto; el miedo a abandonar tu zona de confort, a cruzar el umbral de casa y gritar “¡aquí estoy!”. EL MIEDO A DAR EL PASO. En definitiva, el miedo como metáfora de todas aquellas personas que en un contexto represivo ocultan sus ideas, sus tendencias, sus inquietudes, controlando cada acción o comentario con el fin de no delatarse. Tal vez muchos de ellos no lleguen a atrincherarse físicamente dentro de sus casas, pero sí se vean obligados a sacrificar parte de su esencia para simplemente seguir con vida.
    
Pero ¿cuánto puede llegar a medir esta trinchera física o figurada? Tal vez sea fácil de establecer su tamaño “en metros”, pero ¿cuánto puede llegar a medir una trinchera “en tiempo”? En el caso que nos atañe, para algunos no duró más que 3 años, para otros 30, pero pueden existir trincheras que no se acaban nunca.

LA IMPORTANCIA DE LO QUE NO SE VE

En esta película hemos intentado ser muy escrupulosos a la hora de mantenernos pegados a la vivencia del encerrado, de forma que apenas se muestra nada que no suceda en presencia de nuestro protagonista. Respetando esta regla, buscábamos provocar en el espectador una inmersión total en la experiencia de Higinio (y en parte de Rosa).
    
Partiendo de ese planteamiento, hemos intentado sacar partido de lo que queda en off, lo que Higinio no puede ni ver ni oír, o tal vez sí oír, pero no ver. Buscamos así una incógnita constante alrededor de lo que pueda estar ocurriendo fuera de su escondite. En cierta manera, en esta película no es Higinio el que está escondido, sino que es el mundo el que permanece oculto detrás de la puerta de esa casa.
Somos de la opinión de que las películas no se conforman únicamente de lo que se ve y se oye, sino que es tan importante o más, lo que queda en off y la forma en la que articulamos dramáticamente este off. Y esta película nos ha brindado la oportunidad de poner a prueba esta premisa.     
    
Pero además de lo que no se percibe por cuestiones espaciales, en esta película hay acontecimientos que no se ven por cuestiones temporales, ya que la acción avanza a golpe de elipsis. La película está divida en episodios y cada uno de estos episodios supone un nuevo salto en el tiempo obligando al espectador a hacer un ejercicio de “reubicación” constante.   Ha sido como ir abriendo una serie de “ventanas” en el tiempo que nos permitan ver justo lo que ocurre en esos momentos concretos elegidos por sus características en el devenir de Higinio y Rosa. Lo importante es que el espectador entienda a los personajes protagonistas y su conflicto en su globalidad gracias a lo que se muestra a través de esas “ventanas”.     

(*): Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, aunque es la primera vez que firman juntos una película como trío de realización, llevan casi 20 años trabajando juntos desde su productora Moriarti. Su anterior película, “Handia”, ganadora del premio especial del Jurado en la 65 edición del Festival de San Sebastián y de 10 premios Goya, fue dirigida por Arregi y Garaño. Mientras que sus dos primeras películas de ficción, “Loreak” (candidata española a los Oscar) y “80 egunean” (galardonada con más de 30 premios internacionales) fueron dirigidas por Garaño y Goenaga. Con anterioridad a éstas, Arregi y Goenaga codirigieron el largometraje documental “Lucio” (nominado al Goya).

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