Fernando León de Aranoa escribe sobre el estreno de "El buen patrón"
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Por Fernando León de Aranoa *
Hábil, divertido y manipulador, "El buen patrón" es el que truca la balanza, el que mueve los hilos de esta función. Su empresa produce básculas industriales, pero la que preside el acceso principal de la fábrica, un antiguo modelo de dos platos, está torcida.
Blanco es un personaje carismático, un jugador de ventaja que se mete sin pudor en la vida de sus trabajadores para mejorar la productividad de su empresa, cruzando todas las líneas éticas, y sin posibilidad de retorno. Un personaje al que, pese a su amoralidad, sentimos cercano. Acaso un retrato de lo que somos, o de lo que tememos llegar a ser. Protagoniza un relato tragicómico del maltrecho ecosistema laboral, sin héroes ni villanos, alejado de cualquier maniqueísmo. Una comedia ácida, gris oscura, casi negra. Una mirada corrosiva sobre las relaciones personales y laborales dentro de una empresa familiar que ocupa a un centenar trabajadores.
"El buen patrón" es en cierto modo el contraplano de "Los lunes al sol", su reverso tenebroso. Si aquella película se ocupaba del desempleo, esta describe el precario paisaje del empleo con parecidas claves estéticas y narrativas: un relato coral tejido de historias que se entrelazan e interactúan perversamente, atravesado por la seductora personalidad de Blanco.
"El buen patrón" es un retrato de la despersonalización y el deterioro de las relaciones laborales, paisaje de un tiempo en el que los anticuados conceptos como solidaridad, ética o bien común parecen haber sido borrados del mapa del empleo por la lógica del beneficio y la precariedad.
El imaginario de las balanzas, metáfora universal de la Justicia, enmarca el conjunto: Blanco trata a toda costa de devolver el equilibrio financiero a su empresa, aunque para ello tenga que trucar los platos.
Creo posible un cine complejo y ambicioso artísticamente, que deje constancia de quiénes somos, del momento que vivimos; y que a la vez divierta, intrigue, emocione. Y que lo haga con humor, con ligereza a veces, con filo; pero sin renunciar al compromiso, a la verdad y a la poesía. Que busque en las raíces de lo que somos la hipótesis de lo que seremos un día. Un cine con ventanas a la calle, que se ocupe de lo que sucede afuera, en las aceras del país que somos; en nuestras casas, en nuestros dormitorios, en nuestros centros de trabajo. Visualmente, "El buen patrón" pretende una transparente sensación de realidad, sin renunciar por ello a una imagen brillante, sofisticada. La fotografía de Pau Esteve retrata con elegancia el paisaje frío, industrial, sobre el que se dibuja y resalta la calidez de los personajes y sus conflictos.
El lenguaje de la cámara, simétrico, horizontal y armónico al principio, reflejo del perfecto equilibrio que Blanco ha alcanzado en su vida personal, y en su fábrica, entre sus trabajadores, se vuelve más dinámico e inestable a medida que avanza el metraje. El vértigo de la cámara en mano sustituirá a la horizontalidad de las primeras imágenes, acompañando la deriva de su protagonista.
También la música de la película lo hace; juguetona y amable al comienzo, aparentemente liviana, se irá desenmascarando en la misma medida que lo hace Blanco. Es la banda sonora de Zeltia Montes una prodigiosa reescritura musical de mi guion, una segunda piel de la película, que capta la complejidad de su tono, su difícil equilibrio.
La acción transcurre en la periferia industrial de una ciudad de provincias, en su paisaje horizontal de pabellones grises, impersonales. En la nave central de una fábrica, en sus pasarelas altas. Y en sus talleres, goma negra y acero. Entre el estruendo que produce la maquinaria pesada, en la que se afanan hombres y mujeres con auriculares de protección. En almacenes y muelles de carga de mercancía, rampas de cemento, palés y camiones de gran tonelaje. César Macarrón es el responsable de esta tarea titánica: la de haber devuelto la vida a una inmensa fábrica cerrada, en la periferia de Madrid.
Mientras tanto, un hombre sin nada que perder acampa frente a las instalaciones de lo que una vez fue su trabajo, poniendo en peligro los planes d El buen patrón. Rompen los colores estridentes de sus pancartas y de su tienda de campaña la monotonía gris del paisaje fabril, su pretendido equilibrio.
El mejor humor, el que mejor resiste el paso del tiempo y las fronteras, es el que surge el drama, porque no es coyuntural: nos habla de la naturaleza humana. Surge de ese trabajador desesperado que lanza consignas que apenas riman con un viejo megáfono, cada vez que el patrón entra y sale de la fábrica. De su fragilidad, de su soledad forzosa, de su lucidez trágica. Otras veces surge de la ternura: de su relación con el vigilante jurado que cuida de la puerta, que comparte con él café y conversación a escondidas, por miedo a las represalias.
Hay humor también en la amoralidad del patrón, en sus manejos y desmanes. Y es que uno mismo es siempre la primera víctima de sus acciones. Blanco no saldrá indemne de ellas. La película se va oscureciendo con cada decisión que los personajes toman. Y así, sin perder la sonrisa, el último acto de esta historia se vuelve thriller, y después tragedia.
De todos los retos que asumíamos, quizá ese, el del tono, haya sido el más arriesgado. Humor y dolor: la cantidad exacta en cada plato. Celos, abuso, traición, poder, vasallaje, rivalidad, venganza, ambición, sexo, e incluso la muerte, todos los grandes temas de las tragedias clásicas, caben en el enrevesado entramado de intereses, mezquindades y ambiciones de una pequeña empresa de fabricación de balanzas, en una ciudad de provincias cualquiera.
Esta es su historia.
(*): El director, guionista y productor madrileño Fernando León de Aranoa estrena este viernes la película que representará a España en la carrera por el Oscar internacional, su tercera colaboración con Javier Bardem, tras "Los lunes al sol" y "Loving Pablo".
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Hábil, divertido y manipulador, "El buen patrón" es el que truca la balanza, el que mueve los hilos de esta función. Su empresa produce básculas industriales, pero la que preside el acceso principal de la fábrica, un antiguo modelo de dos platos, está torcida.
Blanco es un personaje carismático, un jugador de ventaja que se mete sin pudor en la vida de sus trabajadores para mejorar la productividad de su empresa, cruzando todas las líneas éticas, y sin posibilidad de retorno. Un personaje al que, pese a su amoralidad, sentimos cercano. Acaso un retrato de lo que somos, o de lo que tememos llegar a ser. Protagoniza un relato tragicómico del maltrecho ecosistema laboral, sin héroes ni villanos, alejado de cualquier maniqueísmo. Una comedia ácida, gris oscura, casi negra. Una mirada corrosiva sobre las relaciones personales y laborales dentro de una empresa familiar que ocupa a un centenar trabajadores.
"El buen patrón" es en cierto modo el contraplano de "Los lunes al sol", su reverso tenebroso. Si aquella película se ocupaba del desempleo, esta describe el precario paisaje del empleo con parecidas claves estéticas y narrativas: un relato coral tejido de historias que se entrelazan e interactúan perversamente, atravesado por la seductora personalidad de Blanco.
"El buen patrón" es un retrato de la despersonalización y el deterioro de las relaciones laborales, paisaje de un tiempo en el que los anticuados conceptos como solidaridad, ética o bien común parecen haber sido borrados del mapa del empleo por la lógica del beneficio y la precariedad.
El imaginario de las balanzas, metáfora universal de la Justicia, enmarca el conjunto: Blanco trata a toda costa de devolver el equilibrio financiero a su empresa, aunque para ello tenga que trucar los platos.
Creo posible un cine complejo y ambicioso artísticamente, que deje constancia de quiénes somos, del momento que vivimos; y que a la vez divierta, intrigue, emocione. Y que lo haga con humor, con ligereza a veces, con filo; pero sin renunciar al compromiso, a la verdad y a la poesía. Que busque en las raíces de lo que somos la hipótesis de lo que seremos un día. Un cine con ventanas a la calle, que se ocupe de lo que sucede afuera, en las aceras del país que somos; en nuestras casas, en nuestros dormitorios, en nuestros centros de trabajo. Visualmente, "El buen patrón" pretende una transparente sensación de realidad, sin renunciar por ello a una imagen brillante, sofisticada. La fotografía de Pau Esteve retrata con elegancia el paisaje frío, industrial, sobre el que se dibuja y resalta la calidez de los personajes y sus conflictos.
El lenguaje de la cámara, simétrico, horizontal y armónico al principio, reflejo del perfecto equilibrio que Blanco ha alcanzado en su vida personal, y en su fábrica, entre sus trabajadores, se vuelve más dinámico e inestable a medida que avanza el metraje. El vértigo de la cámara en mano sustituirá a la horizontalidad de las primeras imágenes, acompañando la deriva de su protagonista.
También la música de la película lo hace; juguetona y amable al comienzo, aparentemente liviana, se irá desenmascarando en la misma medida que lo hace Blanco. Es la banda sonora de Zeltia Montes una prodigiosa reescritura musical de mi guion, una segunda piel de la película, que capta la complejidad de su tono, su difícil equilibrio.
La acción transcurre en la periferia industrial de una ciudad de provincias, en su paisaje horizontal de pabellones grises, impersonales. En la nave central de una fábrica, en sus pasarelas altas. Y en sus talleres, goma negra y acero. Entre el estruendo que produce la maquinaria pesada, en la que se afanan hombres y mujeres con auriculares de protección. En almacenes y muelles de carga de mercancía, rampas de cemento, palés y camiones de gran tonelaje. César Macarrón es el responsable de esta tarea titánica: la de haber devuelto la vida a una inmensa fábrica cerrada, en la periferia de Madrid.
Mientras tanto, un hombre sin nada que perder acampa frente a las instalaciones de lo que una vez fue su trabajo, poniendo en peligro los planes d El buen patrón. Rompen los colores estridentes de sus pancartas y de su tienda de campaña la monotonía gris del paisaje fabril, su pretendido equilibrio.
El mejor humor, el que mejor resiste el paso del tiempo y las fronteras, es el que surge el drama, porque no es coyuntural: nos habla de la naturaleza humana. Surge de ese trabajador desesperado que lanza consignas que apenas riman con un viejo megáfono, cada vez que el patrón entra y sale de la fábrica. De su fragilidad, de su soledad forzosa, de su lucidez trágica. Otras veces surge de la ternura: de su relación con el vigilante jurado que cuida de la puerta, que comparte con él café y conversación a escondidas, por miedo a las represalias.
Hay humor también en la amoralidad del patrón, en sus manejos y desmanes. Y es que uno mismo es siempre la primera víctima de sus acciones. Blanco no saldrá indemne de ellas. La película se va oscureciendo con cada decisión que los personajes toman. Y así, sin perder la sonrisa, el último acto de esta historia se vuelve thriller, y después tragedia.
De todos los retos que asumíamos, quizá ese, el del tono, haya sido el más arriesgado. Humor y dolor: la cantidad exacta en cada plato. Celos, abuso, traición, poder, vasallaje, rivalidad, venganza, ambición, sexo, e incluso la muerte, todos los grandes temas de las tragedias clásicas, caben en el enrevesado entramado de intereses, mezquindades y ambiciones de una pequeña empresa de fabricación de balanzas, en una ciudad de provincias cualquiera.
Esta es su historia.
(*): El director, guionista y productor madrileño Fernando León de Aranoa estrena este viernes la película que representará a España en la carrera por el Oscar internacional, su tercera colaboración con Javier Bardem, tras "Los lunes al sol" y "Loving Pablo".
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