Estíbaliz Urresola escribe sobre el estreno de "20 000 especies de abejas"

por © Bteam Pictures-NOTICINE.com
Urresola (dcha), rodando "20 000 especies de abejas"
Urresola (dcha), rodando "20 000 especies de abejas"
Por Estíbaliz Urresola     

Desde el comienzo, vengo reflexionando y plasmando en mis trabajos la cuestión de la identidad el cuerpo y el género, así como las relaciones familiares. En mis anteriores se formulan mis cuestionamientos recurrentes como: ¿Desde cuándo sabemos quiénes somos? ¿qué relación guarda nuestra noción de identidad en relación al cuerpo? ¿Es, la identidad propia, tan solo una vivencia íntima y personal o está afectada por la mirada externa?

La cuestión de la identidad de género siempre me ha tocado de cerca. Soy la quinta de seis hermanos, en su mayoría mujeres. Siempre sentí una disidencia respecto a los roles que se me asignaban en el hogar o al comportamiento que debía tener fuera de éste. Desde los 6 años y hasta los 13 fui nadadora.

Entrenaba diariamente, competía en la categoría de chicas y me cambiaba en vestuarios segregados por sexos. La diferencia sexual y simbólica de mi cuerpo ha marcado mi paso de la infancia a la adolescencia. Debido a que me gustaban las actividades deportivas, pasé la mayor parte de mi infancia rodeada de chicos.

Encajaba mejor en los roles de acción, de competición, haciendo deporte... Y, a la vez, nunca me terminé de sentir parte de ese grupo. Esa diferencia se acentuó con la adolescencia y los cambios de mi cuerpo.



Esta historia surge de la necesidad de cuestionar los límites del rígido sistema sexo-género que niega y castiga socialmente las zonas intermedias que existen entre los dos extremos. Y esa negación ha generado, y genera, mucho sufrimiento. Es un legado incómodo que, en la película, está representado en la figura del padre y en su obra; en su representación de los ideales de masculinidad y feminidad. Y también en la herencia que supone su taller, del que Ane, pese a ser el personaje más progresista de la película, no acaba de querer deshacerse.

Somos animales sociales que evolucionamos dentro de un grupo. El primer grupo siempre es la familia. Ese marco nos va cincelando y modelando como si fuéramos las esculturas en las que trabaja Ane. No sé si existe la posibilidad de ser absolutamente libres. No podemos evitar estar condicionados por la mirada del otro. Y ese otro lo encarnan nuestros padres, la comunidad vecinal, las amistades, la sociedad y sus instituciones y la tradición a la que pertenecemos.

En la película, estas dimensiones están simbolizadas por las vecinas del pueblo, la piscina municipal como micro-sociedad y el carnet de acceso como la posibilidad de existir con agencia propia, y que te puede ser concedido o no.

En la colmena cada una de las abejas tienen una función distinta y necesaria para el funcionamiento del grupo. Sin embargo, la colmena es algo más que la suma de sus individuos. Es un organismo vivo de por sí, lo que me parecía interesante respecto al tema de la película, la tensión entre el individuo y la comunidad. La colmena está regida por una interdependencia entre todos sus miembros y, a la vez, cada abeja desempeña un papel específico en ella. Era una imagen que me parecía adecuada para hablar de las relaciones familiares que describe la película.

Y, además, las abejas y las colmenas han jugado un papel social y espiritual importante en la vida tradicional vasca, cuya cultura también quería reflejar. En ella la abeja fue considerada un animal sagrado.

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