Colaboración: Sonia Braga, mon amour
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Por Sergio Berrocal
La Europa de los europeos, la integrada por 28 países y pare usted de contar que se le cae la mano porque la mentira se coge menos que a los culpables de los Papeles de Panamá, se ha convertido en un enjambre kafkiano por donde puedes ir de oca en oca, de país en país, sin casi requisitos de identidad. El entonces Canciller alemán Conrad Adenauer y el entonces Presidente francés Charles de Gaulle concibieron ese espacio como un club de caballeros, con estricta entrada, más estricta que la de los clubs ingleses.
Con los años vino el despelote y todo el mundo fue igual que todo el mundo. Últimamente hasta los turcos quieren pasear por las verdes praderas de la Europa Unida, que dicen, como un John Wayne cualquiera, sin visado ni nada. Como europeos, como unos europeos más.
Cuando cayó el Muro de Berlín (finales de 1989) me contaron en Brasilia un vodevil que hubiese dejado pasmado al imaginativo cineasta serbio Emil Kusturica y sus trompetas gitanas.
Uno de los países que estaban hasta entonces bajo custodia de la Unión Soviética pasaba a lo "privado" según las nuevas leyes que ya se imponían en Europa. De una nación se hacían dos. Grandes discusiones entre el embajador de toda la vida y otro que acababa de llegar mandado por nuevas autoridades que nadie conocía, porque los dos reclamaban la imponente embajada de la capital de Brasil, que ahora se dividiría para dar cobijo a dos banderas.
Una tarde, mientras tomábamos el primer güisqui vespertino en el Hotel Naoum, de lo mejorcito de Brasilia, asistimos a las transacciones entre el embajador de toda la vida de aquel país del Este de Europa y el nuevo embajador que debía de hacerse cargo de la representación del nuevo país resultante del reparto político.
Muchos güisquis duraron al parecer aquellas "conversaciones" de paz.
Y al día siguiente, la comidilla entre los diplomáticos de Brasilia era el "reparto". El viejo embajador, el de toda la vida, estaba encantado. Había conseguido que le dejaran seguir viviendo en la parte de la embajada donde había criado a algún hijo y a alguna que otra amante y, además, importantísimo, my darling, se quedaba con el perro de la embajada, un viejo pero fiero pastor alemán.
El nuevo embajador, el otro, vamos, el recién llegado, el aprovechado de la historia, conservaba la otra parte de la embajada pero, sobre todo, contaba su esposa llegada del frío europeo, la piscina.
Y a la mujer, joven y bella como una tenista de Rolland Garros en semifinales, le temblaba la campanilla.
Aclaremos que en Brasilia tener una piscina era necesario y útil para el cutis político o social que querías dar.
Y a partir de ese día, cuando pasábamos por ese sector de Lago Sul, el barrio guapo de Brasilia, veíamos la representación de lo que fuera un país convertido en dos países, con dos banderas y dos embajadores y embajadoras, bien entendu, mon petit.
Imagino que por aquellos momentos la actriz Sonia Braga, con un talento, una gracia, un porte y una simpatía de película feliz, seguiría en Río de Janeiro o tal vez en Recife, su tierra natal.
Tiene la bella brasileña, la brasileña más feliz y más conocida desde los tiempos de aquella Carmen Miranda de las películas de Hollywood, el encanto de Chanel 5 y la elegancia de una falda multicolor de Christian Lacroix.
Ella, Sonia Braga, con sus 65 años, eso es lo que dice, sigue siendo tan bella como siempre, con una sonrisa que no se le borraba ni en el papel ya mítico de "La mujer araña", uno de sus grandes éxitos, aunque para todos será la soñadora Doña Flor, aquella que tenía dos maridos y no sabía con cual quedarse aunque siempre se las arreglaba para seguir amándolos a los dos y hasta en la misma cama.
En el recién acabado Festival de Cine de Cannes, que Dios bendiga el único festival del mundo donde todavía tenemos garantizada la felicidad, Sonia Braga ha estado a punto de triunfar como una grande, porque ese festival guarda para ella muchos recuerdos. Pudo haberse llevado el premio a la mejor actriz.
Presentaba la película "Aquarius" de Kleber Mendonça Filho, una historia para endulzar el amor que todos sentimos por ella.
Después de conocer la gloria en 1970 con "Doña flor y sus dos maridos" presentó en el viejo Cannes, ya con su nuevo y destartalado Palacio de Festivales, "El beso de la mujer araña".
Feliz como en una bossa nova la muchacha de Ipanema, que podía ser ella, que tal vez fuera ella, que probablemente será ella para el fin de todas las películas, interpretó a las órdenes de Robert Redford "Milagro" y, sobre todo, dicen que la actriz y su director se enamoraron.
Ahora, a sus 65 años, Sonia Braga sigue enamorando.
La brasileña forma parte de esa generación de talentos que consigue impresionar todavía a los jurados del mundo entero.
Que vivan las maduritas como Sonia, alegría de nuestras vidas.
Como también lo ha sido este año en Cannes el viejo, así, viejo, con dos pares de talentos, Ken Loach, que hace unos años, en un imprudente artículo, mandé a los cielos. Pero está en la tierra. Y el muchacho tiene 79 años como setenta y nueve soles.
Sonia, te amamos porque eres mujer y, sobre todo, eres cine.
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La Europa de los europeos, la integrada por 28 países y pare usted de contar que se le cae la mano porque la mentira se coge menos que a los culpables de los Papeles de Panamá, se ha convertido en un enjambre kafkiano por donde puedes ir de oca en oca, de país en país, sin casi requisitos de identidad. El entonces Canciller alemán Conrad Adenauer y el entonces Presidente francés Charles de Gaulle concibieron ese espacio como un club de caballeros, con estricta entrada, más estricta que la de los clubs ingleses.
Con los años vino el despelote y todo el mundo fue igual que todo el mundo. Últimamente hasta los turcos quieren pasear por las verdes praderas de la Europa Unida, que dicen, como un John Wayne cualquiera, sin visado ni nada. Como europeos, como unos europeos más.
Cuando cayó el Muro de Berlín (finales de 1989) me contaron en Brasilia un vodevil que hubiese dejado pasmado al imaginativo cineasta serbio Emil Kusturica y sus trompetas gitanas.
Uno de los países que estaban hasta entonces bajo custodia de la Unión Soviética pasaba a lo "privado" según las nuevas leyes que ya se imponían en Europa. De una nación se hacían dos. Grandes discusiones entre el embajador de toda la vida y otro que acababa de llegar mandado por nuevas autoridades que nadie conocía, porque los dos reclamaban la imponente embajada de la capital de Brasil, que ahora se dividiría para dar cobijo a dos banderas.
Una tarde, mientras tomábamos el primer güisqui vespertino en el Hotel Naoum, de lo mejorcito de Brasilia, asistimos a las transacciones entre el embajador de toda la vida de aquel país del Este de Europa y el nuevo embajador que debía de hacerse cargo de la representación del nuevo país resultante del reparto político.
Muchos güisquis duraron al parecer aquellas "conversaciones" de paz.
Y al día siguiente, la comidilla entre los diplomáticos de Brasilia era el "reparto". El viejo embajador, el de toda la vida, estaba encantado. Había conseguido que le dejaran seguir viviendo en la parte de la embajada donde había criado a algún hijo y a alguna que otra amante y, además, importantísimo, my darling, se quedaba con el perro de la embajada, un viejo pero fiero pastor alemán.
El nuevo embajador, el otro, vamos, el recién llegado, el aprovechado de la historia, conservaba la otra parte de la embajada pero, sobre todo, contaba su esposa llegada del frío europeo, la piscina.
Y a la mujer, joven y bella como una tenista de Rolland Garros en semifinales, le temblaba la campanilla.
Aclaremos que en Brasilia tener una piscina era necesario y útil para el cutis político o social que querías dar.
Y a partir de ese día, cuando pasábamos por ese sector de Lago Sul, el barrio guapo de Brasilia, veíamos la representación de lo que fuera un país convertido en dos países, con dos banderas y dos embajadores y embajadoras, bien entendu, mon petit.
Imagino que por aquellos momentos la actriz Sonia Braga, con un talento, una gracia, un porte y una simpatía de película feliz, seguiría en Río de Janeiro o tal vez en Recife, su tierra natal.
Tiene la bella brasileña, la brasileña más feliz y más conocida desde los tiempos de aquella Carmen Miranda de las películas de Hollywood, el encanto de Chanel 5 y la elegancia de una falda multicolor de Christian Lacroix.
Ella, Sonia Braga, con sus 65 años, eso es lo que dice, sigue siendo tan bella como siempre, con una sonrisa que no se le borraba ni en el papel ya mítico de "La mujer araña", uno de sus grandes éxitos, aunque para todos será la soñadora Doña Flor, aquella que tenía dos maridos y no sabía con cual quedarse aunque siempre se las arreglaba para seguir amándolos a los dos y hasta en la misma cama.
En el recién acabado Festival de Cine de Cannes, que Dios bendiga el único festival del mundo donde todavía tenemos garantizada la felicidad, Sonia Braga ha estado a punto de triunfar como una grande, porque ese festival guarda para ella muchos recuerdos. Pudo haberse llevado el premio a la mejor actriz.
Presentaba la película "Aquarius" de Kleber Mendonça Filho, una historia para endulzar el amor que todos sentimos por ella.
Después de conocer la gloria en 1970 con "Doña flor y sus dos maridos" presentó en el viejo Cannes, ya con su nuevo y destartalado Palacio de Festivales, "El beso de la mujer araña".
Feliz como en una bossa nova la muchacha de Ipanema, que podía ser ella, que tal vez fuera ella, que probablemente será ella para el fin de todas las películas, interpretó a las órdenes de Robert Redford "Milagro" y, sobre todo, dicen que la actriz y su director se enamoraron.
Ahora, a sus 65 años, Sonia Braga sigue enamorando.
La brasileña forma parte de esa generación de talentos que consigue impresionar todavía a los jurados del mundo entero.
Que vivan las maduritas como Sonia, alegría de nuestras vidas.
Como también lo ha sido este año en Cannes el viejo, así, viejo, con dos pares de talentos, Ken Loach, que hace unos años, en un imprudente artículo, mandé a los cielos. Pero está en la tierra. Y el muchacho tiene 79 años como setenta y nueve soles.
Sonia, te amamos porque eres mujer y, sobre todo, eres cine.
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