Colaboración: Habana 95, Misa festivalera para marxistas
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Por Sergio Berrocal
A finales de 1995, cuando Cuba se disponía a entrar en el trigésimo séptimo año de la Revolución, el XVII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano iba a innovar en sus esfuerzos políticos y diplomáticos. Por primera vez en la historia, los organizadores del festival pedían a la Iglesia Católica, cuyas relaciones con el gobierno no son excelentes, que celebrase una misa, inscrita como otra actividad cualquiera en el programa festivalero.
Ante la sorpresa de nacionales y foráneos, el presidente del Festival, miembro destacado del Comité Central del PC y amigo íntimo de Fidel Castro, Alfredo Guevara, presidía la ceremonia religiosa que se celebraba el 7 de diciembre de 1995 en una parroquia de la barriada habanera de Marianao.
Pero si la misa constituía ya de por sí una sorpresa, el oficiante, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, cubano ilustre por su ascendencia y vicario episcopal, iba a ampliarla al pronunciar una homilía que al día siguiente era reproducida en primera plana e íntegramente por el diario del festival.
Monseñor de Céspedes era considerado en ese momento como un interlocutor privilegiado del gobierno pese a que la Iglesia Católica en Cuba perdió una enorme clientela desde el triunfo de la Revolución.
La catedral de La Habana suele estar cerrada pero, por uno de esos extravagantes contrastes caribeños que no dejan de asombrar, en la misma Habana Vieja, cerca de la catedral, un inmenso edificio arzobispal que otrora fue escuela de jesuitas, sigue manteniendo un seminario donde se continuan impartiendo clases a los futuros sacerdotes cubanos. Porque aparentemente el gobierno prefiere tener en el país curas nativos y no extranjeros. En ese mismo seminario vive una serie de sacerdotes españoles pero que entran a cuentagotas en Cuba, ya que necesitan un permiso especial para poder ejercer en el país.
Monseñor de Céspedes (falleció en 2014) no tenía pelos en la lengua, daba entrevistas a las televisiones extranjeras donde trataba temas tan complejos y tabúes como el malestar de la juventud, el SIDA y otros pormenores, pero las autoridades no sólo lo toleraban sino que le consideraban.
Querer explicar todo esto con una mentalidad de europeo y sobre todo cartesiana es imposible. Pero los cubanos están curados de espanto. Ni les sorprendió la celebración de esa misa solemne en el corazón de Cuba ni tampoco que Monseñor Céspedes pronunciase una homilía como si hubiese estado en una iglesia de Roma.
También hay que decir que la esas informaciones no circularon mucho en Cuba y que la prensa, radio y televisión oficial no hicieron alardes.
En un país donde el sincretismo es corriente, donde algunos especialistas explican que siete de cada diez cubanos son "iniciados", es decir adeptos de la religión yoruba, importada por los esclavos negros de Africa en tiempos de la colonia española, donde hasta las imágenes más veneradas del catolicismo tienen para la inmensa mayoría del pueblo su equivalente en deidades africanas (la virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla, es Ochún, encarnaciôn de la feminidad y de la sensualidad, San Lazaro, el más venerado de todos los santos, es Babalú Ayé, patrón de las causas perdidas y Santa Barbara el poderoso Changó, dios de la fuerza y de la guerra), cómo no quedar boquiabierto cuando el número dos de la Iglesia Católica Cubana, en una misa oficialmente consagrada a los libertadores de América Simón Bolívar y José Martí, terminaba diciendo:
"Dios nos ayude a todos, desde nuestra vocación y circunstancias personales a conseguirla (la "completez americana"), paso a paso, ornada por nuestra diversidad rica, respetuosa, fraterna y tenaz".
Sonaba como una invocación a esa tolerancia proclamada dos anos atrás por la película "Fresa y chocolate".
En su larga homilía, Monseñor de Céspedes diría también:
"Somos hijos de un continente de matriz múltiple y de frustraciones muy diversas pero anudadas en la raíz por una apertura a la que podríamos calificar de
trascendencia, a ese algo que es y está más allá de nosotros mismos e imanta nuestra vida personal y nuestra historia, alentándonos a encontrar la salida del laberinto casi inverosímil. Apertura a un Dios personal, pluriformemente concebido en su misterio insondable y que nos hermana en la Esperanza y en la Fortaleza y en la Paciencia sabia; virtudes todas que escribo con mayúscula... Hoy, 7 de diciembre, es la fiesta litúrgica de San Ambrosio, Arzobispo de Milán, padre de la Iglesia de Occidente y responsable directo de la etapa clave en la conversión del joven Agustín al Cristianismo, en el que su corazón intranquilo y hasta angustiado encontró el reposo necesario, capacitador para los grandes combates pastorales, intelectuales y espirituales que le sobrevendrían casi inmediatamente… Sepamos empinarnos juntos, con nuestras diferencias complementarias y hasta con nuestras contradicciones que pueden ser germinales de nuevas síntesis, pero cuidemos el tronco y la savia que lo nutre y las raíces que penetran en nuestra Tierra, en la Madre común que no cesa de parirnos".
A continuación iba a pronunciar otras frases que dejan todavía más perplejo a cualquier observador:
"No nos dejemos fascinar por encantadores de serpientes que desvíen el derrotero. Crecimiento, sí; poda, también; injerto, por supuesto, ya que todo aislamiento seca y todo menosprecio de la interdependencia y de la planetarización de la cultura, acaba por darle muerte. Pero siempre trepados en nuestro árbol, sólidamente insertados en él. Árbol mal tratado, pero recio; capaz todavía de amparar con su sombra salvifica a los hombres y mujeres que nos esforzamos por vivir como personas humanas desde el Río Grande hasta la Tierra de Fuego".
Y "... En el siglo XIX, cuando el resto de América ya se había independizado del poder colonial español, las autoridades de nuestra Madre patria nos dieron el título de « la siempre fiel isla de Cuba". Pues bien, hoy les digo yo que Cuba es la siempre fiel Nación de nuestro Continente iberoamericano y caribeño. Ya no a la entrañable España, a la que seguimos siendo fieles en otro sentido que el que tuvo la expresión decimononesca. La siempre fiel Isla de Cuba no es un simple decreto, ni un juego de cuatro letras, ni -mucho menos- una fruta madura dispuesta a caer en un patio ajeno. Cuba es una Nación real, abierta a todos, empeñada hoy, como desde hace más de un siglo, en la reafirmación de nuestro propio ser de cubanos que incluye -no lo duden nunca- el vínculo solidario -fiel- con el entorno hispanoamericano, mestizo y caribeño. Está inscrito en nuestra médula".
Palabras e ideas algunas de las cuales podrían haber salido de la boca de un orador en la Plaza de la Revolución de La Habana.
Unos días más tarde, en la misma barriada de Marianao. Estamos en una pequeña capilla donde cien lugareños, viejos y jóvenes, ocupan los bancos de la iglesia bautista de Ebenezer. Sólo hay cuatro forasteros, un periodista que se ha enterado casualmente, Alfredo Guevara y dos personas que le acompañan. Esta misa ecuménica tiene lugar a pedido del Festival del Nuevo Cine latinoamericano. Es el tercer acto religioso que se celebra en estos días, ya que después de la misa católica, un rabino de La Habana tomó la iniciativa de una celebración en su sinagoga.
Pero la de esta noche es sin lugar a dudas la más singular. El oficiante es un hombre de sesenta años de edad, de apariencia insignificante y con enormes gafas.
En su discurso estigmatizará a los ricos que, subraya, son cada vez más ricos, y habla en favor de esos pobre, cada día más pobres. También se refiere a la cultura, al espacio cultural que los países del Tercer Mundo deben de conservar frente a los ricos. Y para ello pone esperanzas en el cine latinoamericano. Con la misma convicción rechaza para Cuba una solución de corte neoliberal, pero igualmente el socialismo real: "Nuestro pueblo se ha cansado de calcar y de copiar. Ahora no queremos ser ni como Estados Unidos ni como la Unión Soviética. Tenemos la posibilidad de hacer un proyecto propio que salga del alma.
Esta misa, en la que todos —incluyendo al marxista Aifredo Guevara— se mueven al ritmo de los cánticos religiosos, quedaría en mi retina como la imagen más surrealista de esos últimos dias del año 1995 en La Habana.
En la puerta del templo, comida por la oscuridad debido a los apagones que conoce todo el país en este período especial de crisis económica, el pastor protestante que acaba de oficiar, el reverendo Raúl Suárez, vestido con guayabera blanca, despide efusivamente a Alfredo Guevara. Son viejos amigos. Como Alfredo, el reverendo Suárez es diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Parlamento cubano.
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A finales de 1995, cuando Cuba se disponía a entrar en el trigésimo séptimo año de la Revolución, el XVII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano iba a innovar en sus esfuerzos políticos y diplomáticos. Por primera vez en la historia, los organizadores del festival pedían a la Iglesia Católica, cuyas relaciones con el gobierno no son excelentes, que celebrase una misa, inscrita como otra actividad cualquiera en el programa festivalero.
Ante la sorpresa de nacionales y foráneos, el presidente del Festival, miembro destacado del Comité Central del PC y amigo íntimo de Fidel Castro, Alfredo Guevara, presidía la ceremonia religiosa que se celebraba el 7 de diciembre de 1995 en una parroquia de la barriada habanera de Marianao.
Pero si la misa constituía ya de por sí una sorpresa, el oficiante, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, cubano ilustre por su ascendencia y vicario episcopal, iba a ampliarla al pronunciar una homilía que al día siguiente era reproducida en primera plana e íntegramente por el diario del festival.
Monseñor de Céspedes era considerado en ese momento como un interlocutor privilegiado del gobierno pese a que la Iglesia Católica en Cuba perdió una enorme clientela desde el triunfo de la Revolución.
La catedral de La Habana suele estar cerrada pero, por uno de esos extravagantes contrastes caribeños que no dejan de asombrar, en la misma Habana Vieja, cerca de la catedral, un inmenso edificio arzobispal que otrora fue escuela de jesuitas, sigue manteniendo un seminario donde se continuan impartiendo clases a los futuros sacerdotes cubanos. Porque aparentemente el gobierno prefiere tener en el país curas nativos y no extranjeros. En ese mismo seminario vive una serie de sacerdotes españoles pero que entran a cuentagotas en Cuba, ya que necesitan un permiso especial para poder ejercer en el país.
Monseñor de Céspedes (falleció en 2014) no tenía pelos en la lengua, daba entrevistas a las televisiones extranjeras donde trataba temas tan complejos y tabúes como el malestar de la juventud, el SIDA y otros pormenores, pero las autoridades no sólo lo toleraban sino que le consideraban.
Querer explicar todo esto con una mentalidad de europeo y sobre todo cartesiana es imposible. Pero los cubanos están curados de espanto. Ni les sorprendió la celebración de esa misa solemne en el corazón de Cuba ni tampoco que Monseñor Céspedes pronunciase una homilía como si hubiese estado en una iglesia de Roma.
También hay que decir que la esas informaciones no circularon mucho en Cuba y que la prensa, radio y televisión oficial no hicieron alardes.
En un país donde el sincretismo es corriente, donde algunos especialistas explican que siete de cada diez cubanos son "iniciados", es decir adeptos de la religión yoruba, importada por los esclavos negros de Africa en tiempos de la colonia española, donde hasta las imágenes más veneradas del catolicismo tienen para la inmensa mayoría del pueblo su equivalente en deidades africanas (la virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla, es Ochún, encarnaciôn de la feminidad y de la sensualidad, San Lazaro, el más venerado de todos los santos, es Babalú Ayé, patrón de las causas perdidas y Santa Barbara el poderoso Changó, dios de la fuerza y de la guerra), cómo no quedar boquiabierto cuando el número dos de la Iglesia Católica Cubana, en una misa oficialmente consagrada a los libertadores de América Simón Bolívar y José Martí, terminaba diciendo:
"Dios nos ayude a todos, desde nuestra vocación y circunstancias personales a conseguirla (la "completez americana"), paso a paso, ornada por nuestra diversidad rica, respetuosa, fraterna y tenaz".
Sonaba como una invocación a esa tolerancia proclamada dos anos atrás por la película "Fresa y chocolate".
En su larga homilía, Monseñor de Céspedes diría también:
"Somos hijos de un continente de matriz múltiple y de frustraciones muy diversas pero anudadas en la raíz por una apertura a la que podríamos calificar de
trascendencia, a ese algo que es y está más allá de nosotros mismos e imanta nuestra vida personal y nuestra historia, alentándonos a encontrar la salida del laberinto casi inverosímil. Apertura a un Dios personal, pluriformemente concebido en su misterio insondable y que nos hermana en la Esperanza y en la Fortaleza y en la Paciencia sabia; virtudes todas que escribo con mayúscula... Hoy, 7 de diciembre, es la fiesta litúrgica de San Ambrosio, Arzobispo de Milán, padre de la Iglesia de Occidente y responsable directo de la etapa clave en la conversión del joven Agustín al Cristianismo, en el que su corazón intranquilo y hasta angustiado encontró el reposo necesario, capacitador para los grandes combates pastorales, intelectuales y espirituales que le sobrevendrían casi inmediatamente… Sepamos empinarnos juntos, con nuestras diferencias complementarias y hasta con nuestras contradicciones que pueden ser germinales de nuevas síntesis, pero cuidemos el tronco y la savia que lo nutre y las raíces que penetran en nuestra Tierra, en la Madre común que no cesa de parirnos".
A continuación iba a pronunciar otras frases que dejan todavía más perplejo a cualquier observador:
"No nos dejemos fascinar por encantadores de serpientes que desvíen el derrotero. Crecimiento, sí; poda, también; injerto, por supuesto, ya que todo aislamiento seca y todo menosprecio de la interdependencia y de la planetarización de la cultura, acaba por darle muerte. Pero siempre trepados en nuestro árbol, sólidamente insertados en él. Árbol mal tratado, pero recio; capaz todavía de amparar con su sombra salvifica a los hombres y mujeres que nos esforzamos por vivir como personas humanas desde el Río Grande hasta la Tierra de Fuego".
Y "... En el siglo XIX, cuando el resto de América ya se había independizado del poder colonial español, las autoridades de nuestra Madre patria nos dieron el título de « la siempre fiel isla de Cuba". Pues bien, hoy les digo yo que Cuba es la siempre fiel Nación de nuestro Continente iberoamericano y caribeño. Ya no a la entrañable España, a la que seguimos siendo fieles en otro sentido que el que tuvo la expresión decimononesca. La siempre fiel Isla de Cuba no es un simple decreto, ni un juego de cuatro letras, ni -mucho menos- una fruta madura dispuesta a caer en un patio ajeno. Cuba es una Nación real, abierta a todos, empeñada hoy, como desde hace más de un siglo, en la reafirmación de nuestro propio ser de cubanos que incluye -no lo duden nunca- el vínculo solidario -fiel- con el entorno hispanoamericano, mestizo y caribeño. Está inscrito en nuestra médula".
Palabras e ideas algunas de las cuales podrían haber salido de la boca de un orador en la Plaza de la Revolución de La Habana.
Unos días más tarde, en la misma barriada de Marianao. Estamos en una pequeña capilla donde cien lugareños, viejos y jóvenes, ocupan los bancos de la iglesia bautista de Ebenezer. Sólo hay cuatro forasteros, un periodista que se ha enterado casualmente, Alfredo Guevara y dos personas que le acompañan. Esta misa ecuménica tiene lugar a pedido del Festival del Nuevo Cine latinoamericano. Es el tercer acto religioso que se celebra en estos días, ya que después de la misa católica, un rabino de La Habana tomó la iniciativa de una celebración en su sinagoga.
Pero la de esta noche es sin lugar a dudas la más singular. El oficiante es un hombre de sesenta años de edad, de apariencia insignificante y con enormes gafas.
En su discurso estigmatizará a los ricos que, subraya, son cada vez más ricos, y habla en favor de esos pobre, cada día más pobres. También se refiere a la cultura, al espacio cultural que los países del Tercer Mundo deben de conservar frente a los ricos. Y para ello pone esperanzas en el cine latinoamericano. Con la misma convicción rechaza para Cuba una solución de corte neoliberal, pero igualmente el socialismo real: "Nuestro pueblo se ha cansado de calcar y de copiar. Ahora no queremos ser ni como Estados Unidos ni como la Unión Soviética. Tenemos la posibilidad de hacer un proyecto propio que salga del alma.
Esta misa, en la que todos —incluyendo al marxista Aifredo Guevara— se mueven al ritmo de los cánticos religiosos, quedaría en mi retina como la imagen más surrealista de esos últimos dias del año 1995 en La Habana.
En la puerta del templo, comida por la oscuridad debido a los apagones que conoce todo el país en este período especial de crisis económica, el pastor protestante que acaba de oficiar, el reverendo Raúl Suárez, vestido con guayabera blanca, despide efusivamente a Alfredo Guevara. Son viejos amigos. Como Alfredo, el reverendo Suárez es diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Parlamento cubano.
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