Rodrigo Sorogoyen escribe sobre "As bestas"

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Sorogoyen (dcha.) junto a Denis Menochet (Antoine)
Sorogoyen (dcha.) junto a Denis Menochet (Antoine)
Por Rodrigo Sorogoyen *

Cuando leímos la noticia de un enfrentamiento en una aldea gallega entre un matrimonio extranjero y unos locales, vecinos desde hacía años, supimos rápidamente que en aquellos hechos había elementos para construir un potente relato cinematográfico.

Estudiamos el caso con el fin de conocerlo y, precisamente así, poder alejarnos después de él para convertirlo en ficción, en nuestra ficción. Conocimos, o creímos conocer a las personas implicadas. Supimos (o creímos saber) de sus motivaciones, de sus sueños, de sus miedos. Y así empezamos a crear a nuestros personajes de la ficción. Les cambiamos los nombres, la edad, la nacionalidad.

No queríamos contar aquella historia real, sino el relato que nos inspiraba ese hecho.

Surgieron en primer lugar Antoine y Olga, dos franceses rondando los cincuenta que cansados de la vida en la ciudad se trasladan a un pueblo perdido y precioso de Ourense para empezar de cero y vivir en contacto directo con la naturaleza. Después vino todo lo demás.

Un pueblo en descomposición (como muchos otros de España, tragedia de nuestro tiempo) en el que sus habitantes recelaban de los extranjeros. Una pareja de hermanos enfadados con el mundo y, por tanto, también con estos dos extranjeros. El conflicto de lo propio contra lo extraño. La patria como conflicto. La lucha del "yo soy de aquí y tú no.

Un problema económico, pero también de identidad, sobre la propiedad de tierras. Amenazas, orgullo, una convivencia difícil, estallidos de violencia, miedo. Estos dos últimos elementos acabaron convirtiéndose en ejes centrales que asentaban la historia: violencia y miedo. La violencia del entorno, la violencia de los hermanos hacia el matrimonio protagonista. La violencia de un pueblo que quiere echar al extranjero, al que no es de aquí, al que vino a quedarse con lo que no le pertenece. Y el miedo del matrimonio que temía por su proyecto, por su futuro. El miedo de ese hombre cada vez que volvía a casa. El miedo de esa mujer cada vez que su marido tardaba más de la cuenta. El miedo a que el conflicto pudiera acabar en tragedia por no haberlo sabido parar a tiempo. Fue entonces cuando tomamos la decisión que marcaría nuestra película.

Poco a poco, de manera voluntaria y también impulsados por la fuerza de la propia historia, nos fuimos centrando en ella, en Olga. Era su relato el que merecía ser contado. El de una mujer que parece estar en la sombra, que parece seguir a su marido en una aventura, primero romántica y luego temeraria, que teme por su vida, que intenta mediar y poner paz en los conflictos... Y que acaba viviendo la peor de las situaciones.

Convertimos a Olga en la verdadera protagonista e ideamos una película dual. Empezamos a concebir todo el guion como si todo fueran dos partes. Encontramos el camino. La dualidad en todo. Ahora sí, esta historia merecía ser contada.

Dividimos la historia en dos. La primera parte sería contada desde el punto de vista de Antoine. La segunda, desde el punto de vista de Olga. Esa mujer que parece el personaje secundario, la que aparentemente siempre sigue la estela del protagonista, sería realmente nuestra protagonista.

La primera parte de nuestra historia es masculina y la segunda, femenina. En la primera parte hay armas y en la segunda no. El clímax de la primera es una escena de acción física y en la segunda es un clímax emocional. No es casualidad. Es cómo, desde nuestro punto de vista, los géneros masculino y femenino han venido resolviendo los conflictos en el mundo.

Lo extranjero contra lo local, lo europeo contra lo español

La película ahonda en los problemas de convivencia del que no es de aquí con los que sí lo son. El choque cultural pero también la riqueza de la integración. Antoine y Olga vienen de la ciudad, una ciudad europea; y los hermanos Anta nunca han salido de su aldea. Queríamos hablar del miedo y la desconfianza centenaria recíproca que han inundado nuestra historia. Nos parecía interesante el choque del europeo urbanita (siempre considerado superior) contra el aldeano español, a priori más inculto y supersticioso. Pero también queríamos poner encima de la mesa la injusticia de la diferencia de oportunidades, lo esencial que resulta la cultura para ampliar los valores de las personas, siempre con el fin de enriquecer a los personajes y sus conflictos.

Lo animal contra lo racional

Durante la escritura, investigando sobre la zona donde queríamos ambientar nuestra historia, descubrimos que en varias localidades cercanas se celebra cada año "A rapa das bestas", una fiesta popular que consiste en cortar las crines a los caballos salvajes para desparasitar a los animales antes de devolverlos al monte. Ver las imágenes de los aloitadores subirse, bregarse y paralizar al animal para después, mansamente, cortarle las crines, nos pareció una danza hermosa y a la vez violenta en la que hombre y animal luchan de manera irremediable hasta que alguien gana. Del caos llega el orden y vuelta a empezar, a por otro caballo.

Decidimos introducir esta tradición de una potencia visual tan apabullante en nuestra historia. El título hace mención, pero, además, una de las escenas centrales intentaría ser una alegoría de la rapa. ¿Quién es la bestia? ¿Quiénes son los aloitadores? Antoine intenta ser pacífico ante la violencia de los hermanos, pero sin lograr separarse nunca de ella. Es Olga la única que se enfrenta a la violencia de los hombres que la rodean tratando de razonar, mediar, buscando otras maneras. Siempre hay otra solución, le dice ella a su marido en una escena.

Y, sobre todo, el miedo contra el amor

Poco a poco nos fuimos enamorando de Olga, fuimos entendiendo esa decisión suya, a priori loca, extraña, absurda, que nadie entiende. Cuando nosotros la entendimos, nos rendimos ante ella, ante el amor de esa pareja, ante el valor de una mujer que nunca iba a ceder ni abandonar.

Olga, por mucho miedo que tuviera, por mucho que le doliera, vencería. Su proyecto, su amor, su fuerza pueden más que el miedo, el rencor y la venganza. Lejos de la violencia animal de la primera parte. Así fue como, poco a poco, nos dimos cuenta de que en realidad estábamos escribiendo una historia de amor. Y asistimos encantados a esta extraña mutación: el relato de terror rural se convertía en una gran historia de amor.

El tiempo

Empezamos a escribir el guion de "As bestas" a finales de 2015, cuando aún quedaba un año para que se estrenara "Que Dios nos perdone" . Escribíamos con el deseo firme de que esta fuera nuestra tercera película. Pero, como es habitual en esta profesión, las cosas no pasan como prevemos y otros proyectos fueron ocupando el lugar de "As bestas", que durante mucho tiempo se convirtió en la siguiente película.

Cuando seis años más tarde llegó el momento de convertir el guion en película, nos dimos cuenta de que lo que parecía una especie de maldición era lo mejor que nos podía haber pasado, porque durante estos años no dejamos nunca de revisitar el guion, versión tras versión enriquecimos la película, volviendo a valorar decisiones que quizá en 2016 nos parecían las adecuadas, pero que ahora, gracias a la toma de distancia, sabíamos que se podían mejorar, matizar, complejizar.

Este tiempo extra nos dio otra oportunidad, la de poder hacer varios viajes a la zona donde transcurre la historia. Así conocimos a vecinos de la zona que nos hablaron en primera persona de la vida y la idiosincrasia en el campo y las aldeas.

La forma

Una vez tenemos la historia que queremos contar, debo preguntarme cómo la voy a contar. Es un proceso que me fascina y que tardo en encontrar. Hoy en día tengo tres certezas: saber qué concepto quiero seguir, ofrecer algo atractivo al espectador y no repetirme.

El concepto

Desde el comienzo hubo un concepto que quise ligar a "As bestas": la justicia. Cuando leíamos los hechos reales y cuando inventábamos la historia de Olga y Antoine siempre nos invadía una terrible sensación de injusticia. Esa frustración, esa falta de justicia, era el sentimiento que quería explorar en esta película. Pero lo interesante de la justicia es que no es indiscutible. Es relativa.

Algo que a Isabel y a mí nos fascina es colocar al espectador en la piel del otro, en el lugar que menos se espera. Cuando creamos personajes nos obligamos a tener que entenderlos. Primero necesitamos entender por qué Antoine lo arriesga todo por llevar a cabo su proyecto. Después entender por qué Olga decide quedarse en esa aldea pese a que, a priori, parece una idea equivocada. Pero no eran los únicos personajes a los que había que entender. A medida que avanzábamos en el guion nos fueron fascinando los antagonistas, los hermanos Anta. Sin justificarlos nunca, entendimos su frustración, su odio y, también, su miedo.

Entendí que lo que es justo para uno, no lo es necesariamente para el otro. Y decidí que para contar esa historia quería ahondar en esa idea e intentar que el espectador juzgase por sí mismo. En "As bestas" la cámara se separa de los personajes. Desde un punto de vista neutral, como si fuera un narrador omnisciente. El espectador debe verlo todo desde la distancia necesaria para poder ser juez, desde la aparente neutralidad.

Ofrecer algo atractivo al espectador

Pensando en referencias estéticas que sigan estos preceptos rápidamente me vino el género del western a la cabeza. Los westerns clásicos colocan la cámara muchas veces en lugares neutrales, objetivos. Y me di cuenta de que "As bestas" podría ser un western moderno. Por poner algunos ejemplos, esta historia tiene ecos tanto de "Solo ante el peligro" (1952) como de "Sin Perdón" (1992).

En los westerns, al igual que en "As bestas", la naturaleza y los paisajes funcionan como marco grandioso, como elemento hostil, reflejo de lo salvaje frente a lo civilizado. Allí eran los desiertos y praderas americanas, aquí serían la frondosidad de los bosques gallegos y la inclemencia del invierno. Por todo ello decidí rodar "As bestas"como un western, con lentes más amables. Con una realización clásica. Lo contrario a mis anteriores trabajos.

No repetirme

Estamos (mi equipo y yo) muy orgullosos de cómo hemos rodado proyectos anteriores, por ejemplo, "El reino", con un montaje vertiginoso, música techno y la cámara en constante movimiento y protagónica; o "Madre", donde la presencia de la naturaleza es importante, utilizamos los grandes angulares para expresar la soledad y desolación del personaje de principal.

Pero la manera de contar "As bestas" debía ser otra, totalmente distinta.

La naturaleza estaría filmada como un lugar sin respiro, sin espacio. Las lentes nobles (32mm, 40mm, 50mm) no dejarían de retratar la belleza de los bosques, pero a la vez los haría más cerrados, sin salida, laberínticos, como los sienten Olga, Antoine y los hermanos Anta.

La narración sería clásica. La cámara se movería cuando los personajes se movieran, el punto de vista sería neutral, a una distancia media. Contarlo todo desde la objetividad. "As bestas" como un western moderno, donde en la primera parte hay un tiroteo y en la segunda, un duelo.

(*): Rodrigo Sorogoyen ha dirigido y coescrito junto a Isabel Peña "As bestas", recientemente premiada en el Festival de Tokio. Es el mismo tándem creativo de títulos como "Stockholm", "Que Dios nos perdone", "El reino" y la serie "Antidisturbios". su nuevo trabajo, estrenado el pasado mayo en Cannes, llega a los cines españoles este viernes 11 de noviembre.

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