Colaboración: Aventura de una bicicleta en la Cuba revolucionaria
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Para el cine cubano, las aguas internacionales de Internet se han convertido en un lugar donde puede pescarse de todo, desde los deliciosos peces agujas con los que Hemingway presumía, hasta el bichejo más contaminado llegado de las aguas del Mekong.
Lo malo es que en este cajón de sastre, que un descubre después del magno desfile del deshielo en La Habana con las chicas de Chanel por bandera, hay verdaderas porquerías, como "documentales" sobre jineteras que nada tiene que ver con las que una conoció cuando la capital de Cuba no era más que un grito antiyanqui hasta estupideces rodadas con afanes "modernistas" de primer mundo.
Y al lado de todo esto, cine clásico cubano, es de agradecer.
Como no hay que echar en saco roto que hoy, en este año de desgracia de 2017, haya quienes en Cuba consideran que no hay que dejarse deslumbrar por los neones de Hollywood. Era lo mismo que Fidel Castro dejaba claramente en sus discursos sobre cine, uno de los cuales había pronunciado durante la clausura del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana de 1985.
Treinta y dos años después da gusto leer en las columnas del diario Granma, órgano del Partido Comunista cubano, juicios como el de Rolando Pérez Betancurt.
"Cien años después de aquellos primeros intentos de Chaplin y otros pocos por marcar la diferencia con un Hollywood ramplón y repetidor de fórmulas, sigue reinando en el mundo una subcultura de la ignorancia, que se vigoriza gracias a los encargados de alimentarla: la llamada Gran Industria del entretenimiento, que si bien satisface a muchos con productos reiterativos y envueltos en celofanes, está interesada en la fabricación de un «consumidor tipo» que acepte sin reparos —y hasta se vanaglorie— de la mediocridad intelectual recibida.
Una arrogancia la de algunos de esos satisfechos que nada tiene que ver con el gusto individual, merecedor del mayor respeto, sino que trata de imponerse como una totalidad aplastadora de las diferencias y el discernimiento. Cultura Light manufacturada por especialistas para hacerles creer que están viendo «lo mejor» y lo más atrayente y que ellos, ganados por la publicidad y el consumo fácil, esgrimen con grandilocuencia excluyente, sin permitir que nadie venga con su «rancias teorías» a estropearles el esquema".
Esas pescas en las aguas de nadie de Internet nos han deparado, me han deparado, la sorpresa de dos cortometrajes cubanos de una calidad asustadora como "El maní es así" (Fernando Timossi) y "Pedaleando" (Miguel Bonera).
Para los que nada sabíamos de su existencia, porque los cortos siguen siendo los parientes pobres de todas las cinematografías y hasta en el gusto del público, es una alegría de las pocas que se tienen últimamente cuando de cine se trata.
Lo del maní es la historia, y déjenme que tenga el placer de recrearme, de un señor ya de una cierta edad que es cobrador de multas en La Habana. Y una mañana, su malvado jefe le manda a cobrar a un barrio que nada tiene que ver con Vedado, de lo que él se queja amargamente.
El barrio donde transcurre todo es un mundo singular donde hubiese tenido cabida Fellini y hasta Chaplin.
Y a medida que el pobre cobrador va buscando al ciudadano al que tiene que hacer pagar, se va metiendo cada vez más en un pantanal de desatinos que te conducen a los mejores momentos del cine cómico clásico.
Después de estar a punto de ser embestido por un carnero, mordido por un perro, asesinado por unos individuos que trapichean con carne de vaca de contrabando, llama por fin a la puerta del ciudadano que busca para entregarle la multa, un payaso maquillador que lo acoge en su piso con todo el respeto del derecho de asilo y que lo libra de caer en manos de gente de otros pisos que le persiguen, entre otras cosas, porque creen que trató de abusar de una señora mayor que estaba aprendiendo alemán con la televisión.
Pero para que pueda escapar a sus perseguidores y salir sano y salvo de la aventura –por cierto, la multa ya estaba pagada…- el payaso le maquilla y cuando los enfurecidos vecinos lo ven se ha transformado en una dulce señora de larga cabellera y algo llamativa…
De esta guisa, el cobrador de multas podrá volver a la civilización al estilo "Tootsie" y mientras huye de aquel barrio maldito donde su vida estuvo a punto de terminar tres veces toma una decisión; se hará manisero, "Venderé maní –reflexiona en voz alta—porque nadie se mete con los maniseros".
Desternillante película y se siente no conocer el nombre del actor, porque en esas aguas internacionales cinematográficos los datos no abundan.
El otro corto cubano que recomiendo a los europeos saturados de porquerías es "Pedaleando", que empieza con una advertencia de lo más educativa: "Cuba. Año 97. Crisis general que por arte del realismo mágico, los cubanos llaman eufemísticamente "Período Especial". Se vive de recuerdos y esperanza. Se colapsan los sistemas de transporte. La bicicleta y el coche de caballos sustituyen a los artefactos mecánicos. Se pierde todo menos el humor, la solidaridad y la dignidad".
Lázaro es un ciudadano cubano negro y con guapo bigote que vive en un pueblo que parece estar más cerca de Dios que de La Habana. Y hete aquí que un buen día el cartero le trae un telegrama, "que ha tardado siete días en llegar porque ya sabe usté que el papel falta, la tinta que no aparece".
Lo manda la mujer que le abandonó yéndose para el Imperio en una balsa. Ahora le anuncia que manda por un turista yanqui un regalo para su hijo, también de Lázaro, un espabilado negrito. Como no hay coche ni camión que le echen una mano de muchos kilómetros, Lázaro el ingenioso opta por "un trasporte socialista y revolucionario", una bicicleta que en cuanto se ha echado a la carretera con el niño le roban por culpa de una gallina que pasaba por allí.
Surrealista atropello de un vendedor de huevos en una no menos surrealista, hasta dadaísta, carretera, que discurre cerca de una tapia donde reza "Aquí no se rinde nadie".
Y sigue pedaleando, hasta que le salva la vida a un taxi multitudinario cuyo chófer los conduce un buen trecho, hasta que él y Lázaro se pelean y ya no queda más remedio que seguir pedaleando.
Pedaleando, pedaleando, Lázaro y su niño llegarán hasta el Hotel Meliá Cohiba, donde tienen que recuperar el tan esperado regalo de cumpleaños, aunque una recepcionista blanquita ella quiere llamar a Seguridad porque Lázaro es negro como el betún y que seguramente este color no casa con la lujosa decoración del loby.
La moraleja primera de esta película es que recuperan el regalo, un cochecito de juguete rojo que en tamaño normal hubiese estado en dos acelerones en La Habana,
Y la moraleja "revolucionaria" es que con voluntad y una bicicleta se puede llegar al fin del mundo. Y que pedaleando probablemente llegaremos también al reino de los cielos.
Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.
Para el cine cubano, las aguas internacionales de Internet se han convertido en un lugar donde puede pescarse de todo, desde los deliciosos peces agujas con los que Hemingway presumía, hasta el bichejo más contaminado llegado de las aguas del Mekong.
Lo malo es que en este cajón de sastre, que un descubre después del magno desfile del deshielo en La Habana con las chicas de Chanel por bandera, hay verdaderas porquerías, como "documentales" sobre jineteras que nada tiene que ver con las que una conoció cuando la capital de Cuba no era más que un grito antiyanqui hasta estupideces rodadas con afanes "modernistas" de primer mundo.
Y al lado de todo esto, cine clásico cubano, es de agradecer.
Como no hay que echar en saco roto que hoy, en este año de desgracia de 2017, haya quienes en Cuba consideran que no hay que dejarse deslumbrar por los neones de Hollywood. Era lo mismo que Fidel Castro dejaba claramente en sus discursos sobre cine, uno de los cuales había pronunciado durante la clausura del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana de 1985.
Treinta y dos años después da gusto leer en las columnas del diario Granma, órgano del Partido Comunista cubano, juicios como el de Rolando Pérez Betancurt.
"Cien años después de aquellos primeros intentos de Chaplin y otros pocos por marcar la diferencia con un Hollywood ramplón y repetidor de fórmulas, sigue reinando en el mundo una subcultura de la ignorancia, que se vigoriza gracias a los encargados de alimentarla: la llamada Gran Industria del entretenimiento, que si bien satisface a muchos con productos reiterativos y envueltos en celofanes, está interesada en la fabricación de un «consumidor tipo» que acepte sin reparos —y hasta se vanaglorie— de la mediocridad intelectual recibida.
Una arrogancia la de algunos de esos satisfechos que nada tiene que ver con el gusto individual, merecedor del mayor respeto, sino que trata de imponerse como una totalidad aplastadora de las diferencias y el discernimiento. Cultura Light manufacturada por especialistas para hacerles creer que están viendo «lo mejor» y lo más atrayente y que ellos, ganados por la publicidad y el consumo fácil, esgrimen con grandilocuencia excluyente, sin permitir que nadie venga con su «rancias teorías» a estropearles el esquema".
Esas pescas en las aguas de nadie de Internet nos han deparado, me han deparado, la sorpresa de dos cortometrajes cubanos de una calidad asustadora como "El maní es así" (Fernando Timossi) y "Pedaleando" (Miguel Bonera).
Para los que nada sabíamos de su existencia, porque los cortos siguen siendo los parientes pobres de todas las cinematografías y hasta en el gusto del público, es una alegría de las pocas que se tienen últimamente cuando de cine se trata.
Lo del maní es la historia, y déjenme que tenga el placer de recrearme, de un señor ya de una cierta edad que es cobrador de multas en La Habana. Y una mañana, su malvado jefe le manda a cobrar a un barrio que nada tiene que ver con Vedado, de lo que él se queja amargamente.
El barrio donde transcurre todo es un mundo singular donde hubiese tenido cabida Fellini y hasta Chaplin.
Y a medida que el pobre cobrador va buscando al ciudadano al que tiene que hacer pagar, se va metiendo cada vez más en un pantanal de desatinos que te conducen a los mejores momentos del cine cómico clásico.
Después de estar a punto de ser embestido por un carnero, mordido por un perro, asesinado por unos individuos que trapichean con carne de vaca de contrabando, llama por fin a la puerta del ciudadano que busca para entregarle la multa, un payaso maquillador que lo acoge en su piso con todo el respeto del derecho de asilo y que lo libra de caer en manos de gente de otros pisos que le persiguen, entre otras cosas, porque creen que trató de abusar de una señora mayor que estaba aprendiendo alemán con la televisión.
Pero para que pueda escapar a sus perseguidores y salir sano y salvo de la aventura –por cierto, la multa ya estaba pagada…- el payaso le maquilla y cuando los enfurecidos vecinos lo ven se ha transformado en una dulce señora de larga cabellera y algo llamativa…
De esta guisa, el cobrador de multas podrá volver a la civilización al estilo "Tootsie" y mientras huye de aquel barrio maldito donde su vida estuvo a punto de terminar tres veces toma una decisión; se hará manisero, "Venderé maní –reflexiona en voz alta—porque nadie se mete con los maniseros".
Desternillante película y se siente no conocer el nombre del actor, porque en esas aguas internacionales cinematográficos los datos no abundan.
El otro corto cubano que recomiendo a los europeos saturados de porquerías es "Pedaleando", que empieza con una advertencia de lo más educativa: "Cuba. Año 97. Crisis general que por arte del realismo mágico, los cubanos llaman eufemísticamente "Período Especial". Se vive de recuerdos y esperanza. Se colapsan los sistemas de transporte. La bicicleta y el coche de caballos sustituyen a los artefactos mecánicos. Se pierde todo menos el humor, la solidaridad y la dignidad".
Lázaro es un ciudadano cubano negro y con guapo bigote que vive en un pueblo que parece estar más cerca de Dios que de La Habana. Y hete aquí que un buen día el cartero le trae un telegrama, "que ha tardado siete días en llegar porque ya sabe usté que el papel falta, la tinta que no aparece".
Lo manda la mujer que le abandonó yéndose para el Imperio en una balsa. Ahora le anuncia que manda por un turista yanqui un regalo para su hijo, también de Lázaro, un espabilado negrito. Como no hay coche ni camión que le echen una mano de muchos kilómetros, Lázaro el ingenioso opta por "un trasporte socialista y revolucionario", una bicicleta que en cuanto se ha echado a la carretera con el niño le roban por culpa de una gallina que pasaba por allí.
Surrealista atropello de un vendedor de huevos en una no menos surrealista, hasta dadaísta, carretera, que discurre cerca de una tapia donde reza "Aquí no se rinde nadie".
Y sigue pedaleando, hasta que le salva la vida a un taxi multitudinario cuyo chófer los conduce un buen trecho, hasta que él y Lázaro se pelean y ya no queda más remedio que seguir pedaleando.
Pedaleando, pedaleando, Lázaro y su niño llegarán hasta el Hotel Meliá Cohiba, donde tienen que recuperar el tan esperado regalo de cumpleaños, aunque una recepcionista blanquita ella quiere llamar a Seguridad porque Lázaro es negro como el betún y que seguramente este color no casa con la lujosa decoración del loby.
La moraleja primera de esta película es que recuperan el regalo, un cochecito de juguete rojo que en tamaño normal hubiese estado en dos acelerones en La Habana,
Y la moraleja "revolucionaria" es que con voluntad y una bicicleta se puede llegar al fin del mundo. Y que pedaleando probablemente llegaremos también al reino de los cielos.
Sigue nuestras últimas noticias por TWITTER.