Crítica: "El cuento de las comadrejas”, divertida acidez con poker de ases

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Por Edurne Sarriegui     

Las comadrejas americanas o zarigüeyas son unos bichos de bastante mala fama, adquirida por su aspecto desagradable, similar a grandes ratas, y la fea costumbre de alborotar gallineros invadiéndolos para arramblar con todo lo que pueden. Esa es la imagen que el argentino Juan José Campanella elige para definir la situación que narra en su esperada vuelta al cine después de ganar hace diez años el Oscar con “El secreto de sus ojos” y de incursionar en el cine de animación con “Metegol/ Futbolín”.

“El cuento de las comadrejas” (2019) es el remake de “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, película argentina que se estrenó en 1976 y que es obra de José A. Martínez Suárez. Campanella reescribe el guion original junto a Darren Kloomok para actualizarlo y pulir algunos aspectos que resultarían inapropiados hoy en día. El resultado es una divertida comedia negra y de suspense que homenajea con múltiples referencias al cine en general y al nacional en particular.

Mara Ordaz (Graciela Borges) es una vieja gloria del cine nacional que en el pináculo de su éxito ganó un óscar por una de sus interpretaciones. Convive junto a su marido Pedro (Luis Brandoni), un actor secundario devenido artista plástico que se desplaza en silla de ruedas, Norberto (Oscar Martínez), quien fue director de sus mayores éxitos y Martín (Marcos Mundstock), guionista de los mismos. Olvidados por el público, habitan en una vieja, aislada y un tanto decadente mansión en la que ocupa un lugar preferencial la codiciada estatuilla.

El equilibrio de la convivencia, en la que parece no pesar la mordacidad que los cuatro emplean con los demás y en la que el divismo de Mara se ve como algo natural, se altera cuando llegan a la casona Francisco (Nicolás Francella) y Bárbara (Clara Lago) dos jóvenes emprendedores inmobiliarios. La propiedad despierta la codicia de los empresarios que ponen en marcha una burda estrategia de adulación exagerada hacia Mara para tentarla con la posibilidad de reactivar su carrera. Para ello sería necesario volver a vivir en un lugar más céntrico donde tanto público como empresarios volvieran a tenerla presente. Mara caerá en la tentación de recobrar la fama perdida aunque eso suponga perder a sus compañeros de la vida.

La falta de escrúpulos de los especuladores solo tiene parangón con los esfuerzos de los tres hombres que no parecen tener demasiados reparos éticos a la hora de defender su manera de vivir.

Campanella, a pesar de hacer un remake de una obra conocida, le pone su sello personal a la cinta. El guion minuciosamente pulido y la impronta particular de cada personaje, hablan del cuidado que ha puesto el autor en su trabajo.

Mención especial requieren las actuaciones. La sinergia entre el guion y el trabajo actoral potencia el resultado. Los diálogos afilados, el humor ácido e irónico, permiten el lucimiento de los actores que, a su vez, dan brillo a muchas escenas. No se quedan atrás Nicolás Francella ni la española Clara Lago, que adopta para la ocasión un acento porteño encomiable.

Las referencias cinematográficas son continuas. Desde la obra original hasta el patetismo de la diva de “Sunset Boulevar” o las referencias de los cuatro protagonistas, todos trabajadores del séptimo arte.

La cinta habla de muchos temas que van desde la vejez y el olvido que conlleva, de las nuevas formas de vivir, de los negocios poco éticos. También habla de la amistad forjada a lo largo de la vida, de la tolerancia de los defectos ajenos, del espíritu de familia aunque no sea el tradicional.

“El cuento de las comadrejas” es un cuento bien contado. Las habilidades de su autor como narrador se lucen a pleno y logra una película que entretiene, emociona y divierte a partes iguales. Para completar eso, cuenta con actuaciones antológicas. Para ver y disfrutar.


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