Crítica Berlín: "Alcarràs", pequeña gran película
- por © Cineuropa-NOTICINE.com
por Marta Bałaga
En "Alcarràs", la segunda película de la española Carla Simón después de la especial "Verano 1993 / Estiu 1993", no pasa nada y pasa de todo, ya que la vida de una familia está a punto de cambiar por completo. Fuera, a nadie le importa (o nadie lo nota). Pero en esta película que acaba de obtener el Oso de Oro en la Berlinale, Simón practica un tipo de cine "interior", acercándose lo máximo posible, asomándose a través de las hojas e intentando no abrazar a los protagonistas. Es casi un milagro que todos tengan su momento de protagonismo y sus pequeñas cosas por las que preocuparse, ya sea una rutina de baile, una canción "feminista" o una pequeña planta de hierba. Es una de las directoras más tiernas del momento.
El cambio en su vida cotidiana bañada por el sol empieza lento, mientras los niños observan con impotencia cómo destrozan uno de sus patios de juegos. No hay una explicación, pero pronto se hace obvio: la familia Solé se enfrenta al desahucio. En el pasado, las personas no firmaban contratos, protesta el abuelo. Pero el pasado ya no existe, y tampoco el terrateniente que "le dio su palabra" después de la Guerra Civil Española, y si no tienes papeles que lo demuestren, tienes que irte y evolucionar. Aunque eso signifique decir adiós a algo que querías y cuidabas.
Es irónico que unos paneles solares sean los malos de la película, ambientada en la zona rural de Cataluña, ya que reemplazan a los huertos y cambian las vidas de las personas. Cosechar melocotones ya no se considera un trabajo viable, pero durante la mayor parte del tiempo, este grupo sigue adelante, fingiendo que el problema desaparecerá. Es interesante ver que, en un hogar muy unido, ninguno es capaz de compartir su dolor o sus preocupaciones con los demás, mientras reaccionan con rabia o negación: mientras uno trae unos higos como ofrenda de paz, el otro amenaza con cortar todo el árbol. Y los niños corretean por allí, observado y escuchando a escondidas los susurros de los adultos. No sólo es el fin del mundo, quizás también es el fin de su infancia, ya que sin los árboles tendrán que crecer.
Simón es una directora extremadamente sutil, así que no hay grandes conversaciones donde se explique todo con detalles: se lo guardan todo hasta que no pueden más, y eso también significa que el inevitable colapso será mucho más doloroso de ver. Se permite tararear canciones, pero que sean sobre los días en que las cosas eran más fáciles. Ella deja claro que su historia sobre una familia tiene un significado, pero también se enfrenta a los problemas derivados de ella: su propia familia tiene una plantación de melocotones, así que habla de hacer películas sobre algo que conoces. Ellos toman las calles, protestan, pero no parecen convencidos de que sea posible volver atrás: es su última oportunidad. Es difícil que esta historia pequeña y lenta tenga éxito –aunque cosechará premios--, ya que la palabra "agricultura" suele tener el poder de espantar a los espectadores. Pero hagan lo que hagan y se enfrenten a quien se enfrenten esas personas, Simón consigue que nos preocupemos por ellas.
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En "Alcarràs", la segunda película de la española Carla Simón después de la especial "Verano 1993 / Estiu 1993", no pasa nada y pasa de todo, ya que la vida de una familia está a punto de cambiar por completo. Fuera, a nadie le importa (o nadie lo nota). Pero en esta película que acaba de obtener el Oso de Oro en la Berlinale, Simón practica un tipo de cine "interior", acercándose lo máximo posible, asomándose a través de las hojas e intentando no abrazar a los protagonistas. Es casi un milagro que todos tengan su momento de protagonismo y sus pequeñas cosas por las que preocuparse, ya sea una rutina de baile, una canción "feminista" o una pequeña planta de hierba. Es una de las directoras más tiernas del momento.
El cambio en su vida cotidiana bañada por el sol empieza lento, mientras los niños observan con impotencia cómo destrozan uno de sus patios de juegos. No hay una explicación, pero pronto se hace obvio: la familia Solé se enfrenta al desahucio. En el pasado, las personas no firmaban contratos, protesta el abuelo. Pero el pasado ya no existe, y tampoco el terrateniente que "le dio su palabra" después de la Guerra Civil Española, y si no tienes papeles que lo demuestren, tienes que irte y evolucionar. Aunque eso signifique decir adiós a algo que querías y cuidabas.
Es irónico que unos paneles solares sean los malos de la película, ambientada en la zona rural de Cataluña, ya que reemplazan a los huertos y cambian las vidas de las personas. Cosechar melocotones ya no se considera un trabajo viable, pero durante la mayor parte del tiempo, este grupo sigue adelante, fingiendo que el problema desaparecerá. Es interesante ver que, en un hogar muy unido, ninguno es capaz de compartir su dolor o sus preocupaciones con los demás, mientras reaccionan con rabia o negación: mientras uno trae unos higos como ofrenda de paz, el otro amenaza con cortar todo el árbol. Y los niños corretean por allí, observado y escuchando a escondidas los susurros de los adultos. No sólo es el fin del mundo, quizás también es el fin de su infancia, ya que sin los árboles tendrán que crecer.
Simón es una directora extremadamente sutil, así que no hay grandes conversaciones donde se explique todo con detalles: se lo guardan todo hasta que no pueden más, y eso también significa que el inevitable colapso será mucho más doloroso de ver. Se permite tararear canciones, pero que sean sobre los días en que las cosas eran más fáciles. Ella deja claro que su historia sobre una familia tiene un significado, pero también se enfrenta a los problemas derivados de ella: su propia familia tiene una plantación de melocotones, así que habla de hacer películas sobre algo que conoces. Ellos toman las calles, protestan, pero no parecen convencidos de que sea posible volver atrás: es su última oportunidad. Es difícil que esta historia pequeña y lenta tenga éxito –aunque cosechará premios--, ya que la palabra "agricultura" suele tener el poder de espantar a los espectadores. Pero hagan lo que hagan y se enfrenten a quien se enfrenten esas personas, Simón consigue que nos preocupemos por ellas.
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