Crítica : "Sangre Vurdalak", colmillos en el hogar
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
Por Rolando Gallego
Dice la leyenda vampírica que un Vurdalak es aquel que se transforma en un monstruo y toma sangre de su presa pero que no puede sentir la luz del sol en su piel, y es capaz de hacer lo imposible para proteger a su familia de él mismo. Con esa premisa, el argentino Santiago Fernández Calvete se mete de lleno en el universo de los licántropos y criaturas misteriosas para narrar en "Sangre Vurdalak" (2020) una misteriosa historia sobre vínculos, amor y resiliencia.
En las primeras escenas de la película Fernández Calvete traza los parámetros de todo el relato, una historia donde el día y la noche, la luz y la oscuridad, servirán como motores narrativos y fuerzas opuestas para potenciar sus premisas. Una vieja casona servirá de campo de acción para un grupo de personajes aislados de la sociedad y que responden a las órdenes de un hombre (Germán Palacios) del que sólo detectamos algún padecer por los índices que el guion va sembrando a lo largo del metraje.
La opresión vivida en el lugar a merced de Aguirre (Palacios), quien por algún motivo que se develará más adelante, debe cuidar a su familia de un mal que puede estar tanto en el exterior como en el interior del lugar, un espacio inerte y casi muerto en el que nada es quien realmente parece ser.
Ese intra/extra contrasta con la energía del grupo de jóvenes protagonistas, y, principalmente, de Natalia (Alfonsina Carrocio), quien, atraída por Alexis (Tom CL), su “salvador”, decide que su deseo es mucho más importante, lo bien que hace, que cualquier mandato patriarcal impuesto y que le impide salir al mundo más alla de las rejas que delimitan el espacio “seguro” de todos.
Entre esos dos mundos, el del encierro, el de la casa que supo tener tiempos gloriosos y hoy se muestra como un albergue inhóspito, y el de la noche y la naturaleza que rodea la mansión, en donde la libertad es la meta y el aire que la joven necesita respirar, es que la película transita su progresión dramática, eligiendo la palabra y lo oculto, aquello que en el fuera de campo se insinua, como materia narrativa antes que la proliferación de efectos especiales y estridencias que se podrían esperar en una producción de estas características.
Tal vez esta decisión, acertada por cierto, por parte del realizador, que además escribió el guion inspirado en el relato de Alexei Tostói, adaptado libremente ya por Mario Bava, se debe al origen literario de la propuesta, en donde se le otorga, además, al espectador, la potestad para terminar de completar aquello que no se dice sobre cada uno de los personajes y sus acciones.Y si bien hay disparidad en el elenco para transmitir este punto mencionado, la notable creación de Palacios, con una lograda transformación conforme avanza la propuesta, la ajustada y potente interpretación de Carrocio, y la acertada elección de Lautaro Bettoni (quien una vez más hace de hijo de Palacios) como aquel que desea asumir un rol mucho más paternalista que su propio padre para con sus hermanos, posibilitan que la empatía con el relato se logre instantáneamente.
A destacar, una cuidada fotografía, que realza los escenarios naturales de Córdoba escogidos para el relato, son el marco ideal para profundizar en la idea del día versus la noche, el monstruo versus la bondad, la vida versus la muerte, que circundan a todos los involucrados de esta fábula rural con tintes de género.
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Dice la leyenda vampírica que un Vurdalak es aquel que se transforma en un monstruo y toma sangre de su presa pero que no puede sentir la luz del sol en su piel, y es capaz de hacer lo imposible para proteger a su familia de él mismo. Con esa premisa, el argentino Santiago Fernández Calvete se mete de lleno en el universo de los licántropos y criaturas misteriosas para narrar en "Sangre Vurdalak" (2020) una misteriosa historia sobre vínculos, amor y resiliencia.
En las primeras escenas de la película Fernández Calvete traza los parámetros de todo el relato, una historia donde el día y la noche, la luz y la oscuridad, servirán como motores narrativos y fuerzas opuestas para potenciar sus premisas. Una vieja casona servirá de campo de acción para un grupo de personajes aislados de la sociedad y que responden a las órdenes de un hombre (Germán Palacios) del que sólo detectamos algún padecer por los índices que el guion va sembrando a lo largo del metraje.
La opresión vivida en el lugar a merced de Aguirre (Palacios), quien por algún motivo que se develará más adelante, debe cuidar a su familia de un mal que puede estar tanto en el exterior como en el interior del lugar, un espacio inerte y casi muerto en el que nada es quien realmente parece ser.
Ese intra/extra contrasta con la energía del grupo de jóvenes protagonistas, y, principalmente, de Natalia (Alfonsina Carrocio), quien, atraída por Alexis (Tom CL), su “salvador”, decide que su deseo es mucho más importante, lo bien que hace, que cualquier mandato patriarcal impuesto y que le impide salir al mundo más alla de las rejas que delimitan el espacio “seguro” de todos.
Entre esos dos mundos, el del encierro, el de la casa que supo tener tiempos gloriosos y hoy se muestra como un albergue inhóspito, y el de la noche y la naturaleza que rodea la mansión, en donde la libertad es la meta y el aire que la joven necesita respirar, es que la película transita su progresión dramática, eligiendo la palabra y lo oculto, aquello que en el fuera de campo se insinua, como materia narrativa antes que la proliferación de efectos especiales y estridencias que se podrían esperar en una producción de estas características.
Tal vez esta decisión, acertada por cierto, por parte del realizador, que además escribió el guion inspirado en el relato de Alexei Tostói, adaptado libremente ya por Mario Bava, se debe al origen literario de la propuesta, en donde se le otorga, además, al espectador, la potestad para terminar de completar aquello que no se dice sobre cada uno de los personajes y sus acciones.Y si bien hay disparidad en el elenco para transmitir este punto mencionado, la notable creación de Palacios, con una lograda transformación conforme avanza la propuesta, la ajustada y potente interpretación de Carrocio, y la acertada elección de Lautaro Bettoni (quien una vez más hace de hijo de Palacios) como aquel que desea asumir un rol mucho más paternalista que su propio padre para con sus hermanos, posibilitan que la empatía con el relato se logre instantáneamente.
A destacar, una cuidada fotografía, que realza los escenarios naturales de Córdoba escogidos para el relato, son el marco ideal para profundizar en la idea del día versus la noche, el monstruo versus la bondad, la vida versus la muerte, que circundan a todos los involucrados de esta fábula rural con tintes de género.
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