Crítica BAFICI: "La noche sin mí", Natalia Oreiro brilla en un convincente drama sobre la insoportable rutina
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Por Santiago Echeverría
"La noche sin mí" (2025), opera prima de María Laura Berch y Laura Chiabrando que forma parte de la competencia argentina del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), es un film que se sumerge en las grietas de lo aparentemente normal para revelar el desgaste emocional de una mujer atrapada en su propia vida. Con una narrativa austera y una atmósfera que oscila entre lo íntimo y lo opresivo, la película construye un retrato minucioso de Eva (Natalia Oreiro), una mujer cuya existencia se desmorona en una sola noche, no por un evento catastrófico, sino por la acumulación de pequeños gestos de indiferencia, desamor y agotamiento mental. Quienes sólo conocen la trayectoria de la carismática actriz uruguaya en las comedias o las series familiares, descubrirán su polivalencia.
Si hay un elemento que sostiene "La noche sin mí" con una intensidad arrolladora, es la actuación de Oreiro. Lejos de cualquier grandilocuencia, su Eva es un personaje construido desde la contención: una mujer que ha aprendido a morderse las palabras, a apretar la mandíbula, a seguir moviéndose por la casa como si nada la afectara, cuando en realidad todo la está despedazando. La charrúa no necesita discursos ni escenas de llanto para transmitir el agotamiento de su personaje; lo hace con gestos mínimos, con pausas cargadas, con una mirada que poco a poco va perdiendo brillo.
Es una interpretación que recuerda a ciertas heroínas del cine de Michael Haneke o Lucrecia Martel, donde la opresión no viene de un villano, sino de un sistema de pequeñas violencias cotidianas. Eva no es una mártir, tampoco una rebelde: es una mujer que, en algún momento de esa noche, empieza a ver su vida desde otra perspectiva, aunque nada cambie alrededor.
Desde el inicio, el film establece su tono: un suspense doméstico donde la amenaza no es un monstruo externo, sino la propia rutina. Eva, embarazada sin desearlo, regresa a una casa donde su marido está ausente (física y emocionalmente), sus hijos la demandan sin pausa, y hasta la desaparición de la gata familiar se convierte en un símbolo de su propia invisibilidad. Las directoras optan por un relato sin estridencias, donde el conflicto no estalla, sino que se filtra en silencios incómodos, miradas perdidas y diálogos que nunca llegan a donde deberían.
La cámara, muchas veces estática o en planos cerrados, refuerza la sensación de claustrofobia. No hay escapatoria: incluso cuando Eva sale de casa, el afuera no ofrece alivio, sino una prolongación de su angustia. El sonido —el maullido insistente del gato, el ruido de los cubiertos, los mensajes del teléfono— se vuelve otro personaje, una presencia que agudiza su irritación.
A diferencia de otros dramas familiares, "La noche sin mí" no busca un clímax catártico ni una redención fácil. El poder del film está en su negativa a ofrecer soluciones: Eva no se libera, no se va, no estalla. Simplemente percibe. Y esa percepción, ese pequeño desplazamiento en su mirada, es suficiente para que entendamos que algo se ha roto.
La película no juzga ni sermonea; solo observa, con una frialdad casi documental, cómo el peso de los roles de género, la maternidad no deseada y la incomunicación van carcomiendo a una persona. No hay villanos evidentes, solo una estructura que asfixia sin necesidad de golpes.
"La noche sin mí" no es una película fácil. No hay momentos de respiro, ni personajes que funcionen como válvula de escape para el espectador. Es un relato implacable sobre cómo lo cotidiano puede volverse una pesadilla cuando nadie te ve, cuando nadie escucha.
Berch y Chiabrando demuestran un control excepcional del tono, evitando caer en el melodrama o en el mensaje explícito. Y Natalia Oreiro confirma, una vez más, que es una de las actrices más potentes del cine austral actual, capaz de transmitir océanos de dolor con solo un parpadeo.
"La noche sin mí" duele, y ese dolor, precisamente, es su mayor logro.
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"La noche sin mí" (2025), opera prima de María Laura Berch y Laura Chiabrando que forma parte de la competencia argentina del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), es un film que se sumerge en las grietas de lo aparentemente normal para revelar el desgaste emocional de una mujer atrapada en su propia vida. Con una narrativa austera y una atmósfera que oscila entre lo íntimo y lo opresivo, la película construye un retrato minucioso de Eva (Natalia Oreiro), una mujer cuya existencia se desmorona en una sola noche, no por un evento catastrófico, sino por la acumulación de pequeños gestos de indiferencia, desamor y agotamiento mental. Quienes sólo conocen la trayectoria de la carismática actriz uruguaya en las comedias o las series familiares, descubrirán su polivalencia.
Si hay un elemento que sostiene "La noche sin mí" con una intensidad arrolladora, es la actuación de Oreiro. Lejos de cualquier grandilocuencia, su Eva es un personaje construido desde la contención: una mujer que ha aprendido a morderse las palabras, a apretar la mandíbula, a seguir moviéndose por la casa como si nada la afectara, cuando en realidad todo la está despedazando. La charrúa no necesita discursos ni escenas de llanto para transmitir el agotamiento de su personaje; lo hace con gestos mínimos, con pausas cargadas, con una mirada que poco a poco va perdiendo brillo.
Es una interpretación que recuerda a ciertas heroínas del cine de Michael Haneke o Lucrecia Martel, donde la opresión no viene de un villano, sino de un sistema de pequeñas violencias cotidianas. Eva no es una mártir, tampoco una rebelde: es una mujer que, en algún momento de esa noche, empieza a ver su vida desde otra perspectiva, aunque nada cambie alrededor.
Desde el inicio, el film establece su tono: un suspense doméstico donde la amenaza no es un monstruo externo, sino la propia rutina. Eva, embarazada sin desearlo, regresa a una casa donde su marido está ausente (física y emocionalmente), sus hijos la demandan sin pausa, y hasta la desaparición de la gata familiar se convierte en un símbolo de su propia invisibilidad. Las directoras optan por un relato sin estridencias, donde el conflicto no estalla, sino que se filtra en silencios incómodos, miradas perdidas y diálogos que nunca llegan a donde deberían.
La cámara, muchas veces estática o en planos cerrados, refuerza la sensación de claustrofobia. No hay escapatoria: incluso cuando Eva sale de casa, el afuera no ofrece alivio, sino una prolongación de su angustia. El sonido —el maullido insistente del gato, el ruido de los cubiertos, los mensajes del teléfono— se vuelve otro personaje, una presencia que agudiza su irritación.
A diferencia de otros dramas familiares, "La noche sin mí" no busca un clímax catártico ni una redención fácil. El poder del film está en su negativa a ofrecer soluciones: Eva no se libera, no se va, no estalla. Simplemente percibe. Y esa percepción, ese pequeño desplazamiento en su mirada, es suficiente para que entendamos que algo se ha roto.
La película no juzga ni sermonea; solo observa, con una frialdad casi documental, cómo el peso de los roles de género, la maternidad no deseada y la incomunicación van carcomiendo a una persona. No hay villanos evidentes, solo una estructura que asfixia sin necesidad de golpes.
"La noche sin mí" no es una película fácil. No hay momentos de respiro, ni personajes que funcionen como válvula de escape para el espectador. Es un relato implacable sobre cómo lo cotidiano puede volverse una pesadilla cuando nadie te ve, cuando nadie escucha.
Berch y Chiabrando demuestran un control excepcional del tono, evitando caer en el melodrama o en el mensaje explícito. Y Natalia Oreiro confirma, una vez más, que es una de las actrices más potentes del cine austral actual, capaz de transmitir océanos de dolor con solo un parpadeo.
"La noche sin mí" duele, y ese dolor, precisamente, es su mayor logro.
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