Crítica: "Buen Salvaje", una irreverencia que se agradece
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Por Santiago Echeverría
El mexicano Santiago Mohar Volkow regresa con "Buen Salvaje", una comedia negra que, lejos de buscar risas fáciles, apuesta por un humor incómodo para diseccionar los estereotipos entre México y Estados Unidos. La película sigue a Jesse y Maggie (Andrew Leland Rogers y Naian González Norvind), una pareja de artistas estadounidenses que viaja a un pueblo mexicano en busca de inspiración, solo para encontrarse con una realidad que dista mucho de sus fantasías exotistas. Lo que comienza como un retiro creativo se convierte en un choque de culturas, narcotráfico y malentendidos grotescos.
La película no teme ser descarada en su crítica, tanto hacia la mirada colonialista de los extranjeros como hacia la autoparodia mexicana. Escenas como la del "narcodocumental" filmado por Jesse o los delirios literarios de Maggie funcionan como espejos deformantes de ambos países. Sin embargo, el humor no siempre aterriza: mientras algunos momentos brillan por su audacia, otros caen en lo repetitivo o en caricaturas demasiado obvias. La película oscila entre lo ingenioso y lo forzado, como si dudara entre ser una sátira inteligente o una farsa exagerada.
Es inevitable notar el eco de Wes Anderson en la estética simétrica, los colores saturados y los personajes excéntricos. Pero "Buen Salvaje" trasciende la mera imitación al incorporar un caos muy propio: el formato 4:3, los efectos de video vintage y una estructura fragmentada en capítulos le dan un aire de experimento pandémico (fue rodada durante el encierro). Esto, sumado a las actuaciones comprometidas del elenco —destacando a Manuel García Rulfo como un estafador pueblerino y Dario Yazbek Bernal como un narco teatral—, salva a la cinta de ser solo un pastiche.
La gentrificación, el narcotráfico y la apropiación cultural son tratados con irreverencia, aunque no siempre con profundidad. La película parece más interesada en ridiculizar a sus personajes que en explorar las contradicciones que los atraviesan. El guion, coescrito por Rogers y Mohar, pierde fuelle en su segunda mitad, donde los chistes sobre "gringos hippies" y "mexicanos abusivos" empiezan a girar en círculos.
"Buen Salvaje" es un proyecto valiente que evade las fórmulas del cine mexicano actual. No es perfecta —a veces tropieza con sus propias ambiciones—, pero su mezcla de humor ácido y crítica social la hace relevante. Funciona mejor como provocación que como comedia redonda: incomodará a algunos, divertirá a otros y, sobre todo, dejará claro que Mohar Volkow no tiene interés en hacer concesiones.
El mexicano Santiago Mohar Volkow regresa con "Buen Salvaje", una comedia negra que, lejos de buscar risas fáciles, apuesta por un humor incómodo para diseccionar los estereotipos entre México y Estados Unidos. La película sigue a Jesse y Maggie (Andrew Leland Rogers y Naian González Norvind), una pareja de artistas estadounidenses que viaja a un pueblo mexicano en busca de inspiración, solo para encontrarse con una realidad que dista mucho de sus fantasías exotistas. Lo que comienza como un retiro creativo se convierte en un choque de culturas, narcotráfico y malentendidos grotescos.
La película no teme ser descarada en su crítica, tanto hacia la mirada colonialista de los extranjeros como hacia la autoparodia mexicana. Escenas como la del "narcodocumental" filmado por Jesse o los delirios literarios de Maggie funcionan como espejos deformantes de ambos países. Sin embargo, el humor no siempre aterriza: mientras algunos momentos brillan por su audacia, otros caen en lo repetitivo o en caricaturas demasiado obvias. La película oscila entre lo ingenioso y lo forzado, como si dudara entre ser una sátira inteligente o una farsa exagerada.
Es inevitable notar el eco de Wes Anderson en la estética simétrica, los colores saturados y los personajes excéntricos. Pero "Buen Salvaje" trasciende la mera imitación al incorporar un caos muy propio: el formato 4:3, los efectos de video vintage y una estructura fragmentada en capítulos le dan un aire de experimento pandémico (fue rodada durante el encierro). Esto, sumado a las actuaciones comprometidas del elenco —destacando a Manuel García Rulfo como un estafador pueblerino y Dario Yazbek Bernal como un narco teatral—, salva a la cinta de ser solo un pastiche.
La gentrificación, el narcotráfico y la apropiación cultural son tratados con irreverencia, aunque no siempre con profundidad. La película parece más interesada en ridiculizar a sus personajes que en explorar las contradicciones que los atraviesan. El guion, coescrito por Rogers y Mohar, pierde fuelle en su segunda mitad, donde los chistes sobre "gringos hippies" y "mexicanos abusivos" empiezan a girar en círculos.
"Buen Salvaje" es un proyecto valiente que evade las fórmulas del cine mexicano actual. No es perfecta —a veces tropieza con sus propias ambiciones—, pero su mezcla de humor ácido y crítica social la hace relevante. Funciona mejor como provocación que como comedia redonda: incomodará a algunos, divertirá a otros y, sobre todo, dejará claro que Mohar Volkow no tiene interés en hacer concesiones.