Crítica: "La mujer de la fila", Natalia Oreiro transforma la tragedia personal en cine político

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"La mujer de la fila"
"La mujer de la fila"

Por Juan Pablo Russo             

Dirigida por Benjamín Ávila, "La mujer de la fila" narra la historia real de Andrea Casamento, madre que transformó el encarcelamiento de su hijo en una lucha por los derechos de los familiares de detenidos. Con Natalia Oreiro en un papel decisivo y las actuaciones de Alberto Ammann, Amparo Noguera y Federico Heinrich, la película se perfila como una de las propuestas más significativas del cine argentino en 2025.

Andrea (Natalia Oreiro), una mujer de clase media y viuda con dos hijos, ve su vida alterada para siempre cuando el mayor, de 18 años, es encarcelado. Lo que parecía imposible —"a mí no me va a pasar"— se convierte en su destino. Desde ese momento, la cámara de Benjamín Ávila se adhiere a su figura y no se aparta. El espectador comparte cada golpe: la desorientación, el maltrato judicial, la espera frente a la cárcel y el peso del estigma social.

"La mujer de la fila" (2025) se inspira en la historia real de Andrea Casamento, quien tras el encarcelamiento de su hijo fundó la Asociación Civil de Familiares Detenidos (ACIFAD) y llegó a convertirse en referente internacional de derechos humanos. La película no se centra en su consagración posterior, sino en el tránsito doloroso que la llevó a convertirse en activista y en la certeza de que la condena de su hijo también recaía sobre ella y sobre miles de mujeres que semana tras semana esperan en la fila.



El relato se sostiene en un punto de vista único: el de Andrea. No hay información a la que ella no acceda ni distancia narrativa que alivie su carga. Cada descubrimiento y cada golpe llegan al mismo tiempo para la protagonista y para el público. Esa elección potencia la identificación y marca el tono de la película. En ese trayecto surge incluso un vínculo inesperado con un convicto, que la obliga a revisar sus creencias y asumir que ha cruzado un límite irreversible.

La actuación de Natalia Oreiro sostiene la película de principio a fin. Su Andrea concentra toda la narración sin desvíos ni escenas externas. Oreiro se apoya en gestos mínimos, miradas y silencios, con un registro naturalista que evita artificios y transmite credibilidad. Esa intensidad convierte este papel en el más significativo de su carrera, no por el dramatismo explícito, sino por la forma en que transforma una tragedia íntima en una experiencia colectiva.

El elenco acompaña sin desplazar el eje narrativo: Alberto Ammann como el convicto, Amparo Noguera en un rol clave y Federico Heinrich como el hijo detenido que motoriza la acción. Todos contribuyen a consolidar el universo que rodea a la protagonista y amplifican la atmósfera del relato.

El cine argentino ya había abordado este universo. En "La visita" (2008), Jorge Leandro Colás retrató las colas frente a las cárceles desde un registro documental. Ávila, en cambio, opta por la ficción pero incorpora elementos reales al incluir a mujeres que participan de esas filas y que, en una escena que rompe con el artificio, narran sus propias experiencias. Así, ambas películas dialogan y muestran que la fila no es sólo una espera, sino la representación de un sistema que multiplica exclusiones y extiende la condena más allá de los muros.

La mujer de la fila no ofrece moralejas ni atajos. Expone cómo la condena se proyecta hacia afuera y alcanza a quienes esperan, marcados por una sociedad que prefiere no mirar. Su contundencia está en revelar que la cárcel no encierra únicamente a los presos, también arrastra a sus familias. En esa herida compartida, la película se convierte en uno de los retratos más incómodos y necesarios del cine argentino reciente.

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