Crítica: "Depredador: Tierras Salvajes", la aventura que humaniza al cazador
- por © EscribiendoCine-NOTICINE.com
Por Ranny Vasquez
Dan Trachtenberg regresa al universo del "Depredador" con un objetivo bien definido: expandir la franquicia sin perder lo que la hace funcionar. Luego de "Depredador: La presa / Prey" (2022), donde devolvió al personaje su dimensión más física y primitiva, "Depredador: Tierras Salvajes / Predators: Badlands" (2025) da un paso distinto, coloca al ícono en el centro narrativo, lo encara con cierta empatía y construye a su alrededor una historia de aventura, ciencia ficción pulp y una sensibilidad poco habitual dentro de la saga.
La acción transcurre en el planeta Genna, un territorio despiadado que parece diseñado para devorar a cualquiera que pise su suelo. Allí desembarca Dek (interpretado por Dimitrius Schuster-Koloamatangi), un joven Yautja marginado por su clan, considerado demasiado débil para ostentar el título de cazador. Su única salida es encontrar al monstruo Kalisk, traer su cabeza como trofeo y recuperar el honor perdido. Pero lo que halla en Genna lo cambia todo: Thia (interpretada por Elle Fanning), una androide de la corporación Weyland-Yutani, averiada, aislada y tan fuera de lugar como él.
La alianza que surge entre ambos no es solo cuestión de supervivencia: es un vínculo inesperado que trasciende roles. Trachtenberg convierte la cacería en una suerte de western cósmico, donde el enemigo no siempre aparece y la lealtad cambia de bando. Hay, además, un eco evidente de "The Mandalorian": esa mezcla de dureza y ternura, de vastedad espacial con momentos íntimos que permiten respirar.
Visualmente, "Depredador: Tierras Salvajes" abraza el artificio digital con convicción. Los paisajes generados, las bestias y los cielos imposibles refuerzan la sensación de estar dentro de un cómic retrofuturista. Pero aquí hay un matiz importante, la franquicia pasa por el filtro de Disney. El tono PG-13 se hace evidente en la paleta luminosa y el ritmo más moderado que en entregas previas. No abandona la violencia ni el instinto de caza, pero los presenta bajo una capa de espectáculo más pulido, menos crudo.
Antes de llegar a "Predators: Badlands", Trachtenberg este mismo año había explorado la saga desde la animación con "Depredador: Cazador de asesinos / Predator: Killer of Killers" (2025), un experimento donde el Depredador se volvía un mito que atraviesa siglos y culturas. Esa distancia conceptual se siente aquí, la película respira como una expansión natural de aquel trabajo, más interesada en el legado del cazador que en su brutalidad, en el universo que habita más que en la presa que persigue.
El resultado, es una película que expande el universo del Depredador sin necesidad de hacerlo más complejo en cuestiones narrativas, sino más extraño y ruidoso. Y aunque su estética colorida y su dependencia del CGI la acerquen al molde del blockbuster contemporáneo, debajo se percibe una sensibilidad genuina, casi artesanal, que le da alma.
Quizás no todos los fans abracen este nuevo rumbo, pero hay algo refrescante en ver a una saga que, por fin, deja de mirar hacia atrás para preguntarse qué puede ser, y no qué fue.
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Dan Trachtenberg regresa al universo del "Depredador" con un objetivo bien definido: expandir la franquicia sin perder lo que la hace funcionar. Luego de "Depredador: La presa / Prey" (2022), donde devolvió al personaje su dimensión más física y primitiva, "Depredador: Tierras Salvajes / Predators: Badlands" (2025) da un paso distinto, coloca al ícono en el centro narrativo, lo encara con cierta empatía y construye a su alrededor una historia de aventura, ciencia ficción pulp y una sensibilidad poco habitual dentro de la saga.
La acción transcurre en el planeta Genna, un territorio despiadado que parece diseñado para devorar a cualquiera que pise su suelo. Allí desembarca Dek (interpretado por Dimitrius Schuster-Koloamatangi), un joven Yautja marginado por su clan, considerado demasiado débil para ostentar el título de cazador. Su única salida es encontrar al monstruo Kalisk, traer su cabeza como trofeo y recuperar el honor perdido. Pero lo que halla en Genna lo cambia todo: Thia (interpretada por Elle Fanning), una androide de la corporación Weyland-Yutani, averiada, aislada y tan fuera de lugar como él.
La alianza que surge entre ambos no es solo cuestión de supervivencia: es un vínculo inesperado que trasciende roles. Trachtenberg convierte la cacería en una suerte de western cósmico, donde el enemigo no siempre aparece y la lealtad cambia de bando. Hay, además, un eco evidente de "The Mandalorian": esa mezcla de dureza y ternura, de vastedad espacial con momentos íntimos que permiten respirar.
Visualmente, "Depredador: Tierras Salvajes" abraza el artificio digital con convicción. Los paisajes generados, las bestias y los cielos imposibles refuerzan la sensación de estar dentro de un cómic retrofuturista. Pero aquí hay un matiz importante, la franquicia pasa por el filtro de Disney. El tono PG-13 se hace evidente en la paleta luminosa y el ritmo más moderado que en entregas previas. No abandona la violencia ni el instinto de caza, pero los presenta bajo una capa de espectáculo más pulido, menos crudo.
Antes de llegar a "Predators: Badlands", Trachtenberg este mismo año había explorado la saga desde la animación con "Depredador: Cazador de asesinos / Predator: Killer of Killers" (2025), un experimento donde el Depredador se volvía un mito que atraviesa siglos y culturas. Esa distancia conceptual se siente aquí, la película respira como una expansión natural de aquel trabajo, más interesada en el legado del cazador que en su brutalidad, en el universo que habita más que en la presa que persigue.
El resultado, es una película que expande el universo del Depredador sin necesidad de hacerlo más complejo en cuestiones narrativas, sino más extraño y ruidoso. Y aunque su estética colorida y su dependencia del CGI la acerquen al molde del blockbuster contemporáneo, debajo se percibe una sensibilidad genuina, casi artesanal, que le da alma.
Quizás no todos los fans abracen este nuevo rumbo, pero hay algo refrescante en ver a una saga que, por fin, deja de mirar hacia atrás para preguntarse qué puede ser, y no qué fue.
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