Colaboración: Mi corta vida con un Premio Nobel de Literatura
- por © P.L.-NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal *
Ni que decir tiene que lo que van a leer, si tienen la paciencia y tiempo roto por no saber qué hacer, no tiene casi nada que ver con el cine de mis entretelas. Aunque es cierto que lo que voy a contarles es mejor que las mejores de las películas y hasta termina con un precioso end.
El gusto por el oficio de periodista se lo había contagiado su padre, quien trabajaba o había ejercido como redactor de la Agencia Associated Press en Lima, donde el jovencito acababa de vivir una aventura que sólo años después conocería el gran público.
Contra tempestades sociales, mareas legales y la implacable y sofocada voluntad de una familia del elegante barrio limeño de Miraflores, había tenido la osadía de llevar hasta las últimas consecuencias, el casamiento, sus amores, castos hasta el momento de la noche de bodas, con una señora de esa alta sociedad.
Lo malo y casi lo peor es que la señora en cuestión era su propia tía carnal y que los padres del fogoso periodista no tenían sentido del humor suficiente para encarar a palo seco lo que ellos probablemente consideraban como un incesto de lo más impresentable socialmente.
Discreto, tan calladito como ahora es expansivo, Mario (Vargas Llosa) fue contándonos su historia a algunos de los que entonces éramos compañeros suyos en aquella Redacción.
En aquellos días de febrero de 1960, nuestras preocupaciones giraban mucho más alrededor de la esposa de Mario Vargas Llosa, una señora de auténtica bandera que oficiaba como secretaria en el servicio Features, un piso más abajo de donde nosotros empezábamos a seducir seriamente a América Latina para Francia.
Doña Julia se llamaba y hoy su historia todo el mundo la conoce ya que, como buen periodista, su esposo y sobrino no desperdició la ocasión de contarla en uno de sus primeros y mejores libros, « La tía Julia y el escribidor ».
Los novatos y barbilampiños periodistas que entonces éramos se pasaban el día bajando al despacho donde oficiaba la tía Julia con la esperanza de verle cruzar las piernas.
Sin duda porque en aquellos años sesenta nadábamos en pura inocencia, lo cual no quitaba para que alguno pudiese albergar las insensatas esperanzas del Frédéric de “La educación sentimental” de Gustave Flaubert.
Y pese a que estas consideraciones puedan parecer ociosas y sin venir a cuento, finalmente, guste o no guste, forman parte de la conquista de América Latina por la AFP. Así, en letra menuda, se escriben las más grandes historias.
Y aunque en cierta ocasión presumió con gran sentido del humor de « haber fundado la AFP », Mario permaneció relativamente poco tiempo en el Servicio Latinoamericano, el llamado Desk Amsud, contracción francesa de América del Sur.
Allí escribió noticias hasta que su tía le instó a quedarse en casa y escribir la novela que luego le haría saltar al estrellato cuando se produjo el boom de la literatura latinoamericana.
Con una abnegación que hubiese merecido por lo menos el enamoramiento trágico del « Titanic », ella siguió dándole a las teclas de su máquina de escribir para asegurar el sustento cotidiano hasta que las editoriales reconocieron el talento de su esposo y sobrino.
En este día grande de la feria de otoño de Fuengirola, Costa del Sol, la radio me ha traído la gran noticia. Mario Vargas Llosa, el compañero periodista de los 60, ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Esta noche le saludaré desde muy lejos con un güisqui mojadito de Perrier.
En el cine, hemos visto varias novelas suyas adaptadas con desigual suerte. Su compatriota Francisco "Pancho" Lombardi hizo dos de las más exitosas, "La ciudad y los perros" y "Pantaleón y las visitadoras", esta última con una previa -y peor- versión española.
El mexicano Jorge Fons hizo "Los cachorros" en los primeros 70, Jon Amiel "La tía Julia y el escribidor" y Luis Llosa la más reciente, "El baile del chivo".
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).
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Ni que decir tiene que lo que van a leer, si tienen la paciencia y tiempo roto por no saber qué hacer, no tiene casi nada que ver con el cine de mis entretelas. Aunque es cierto que lo que voy a contarles es mejor que las mejores de las películas y hasta termina con un precioso end.
El gusto por el oficio de periodista se lo había contagiado su padre, quien trabajaba o había ejercido como redactor de la Agencia Associated Press en Lima, donde el jovencito acababa de vivir una aventura que sólo años después conocería el gran público.
Contra tempestades sociales, mareas legales y la implacable y sofocada voluntad de una familia del elegante barrio limeño de Miraflores, había tenido la osadía de llevar hasta las últimas consecuencias, el casamiento, sus amores, castos hasta el momento de la noche de bodas, con una señora de esa alta sociedad.
Lo malo y casi lo peor es que la señora en cuestión era su propia tía carnal y que los padres del fogoso periodista no tenían sentido del humor suficiente para encarar a palo seco lo que ellos probablemente consideraban como un incesto de lo más impresentable socialmente.
Discreto, tan calladito como ahora es expansivo, Mario (Vargas Llosa) fue contándonos su historia a algunos de los que entonces éramos compañeros suyos en aquella Redacción.
En aquellos días de febrero de 1960, nuestras preocupaciones giraban mucho más alrededor de la esposa de Mario Vargas Llosa, una señora de auténtica bandera que oficiaba como secretaria en el servicio Features, un piso más abajo de donde nosotros empezábamos a seducir seriamente a América Latina para Francia.
Doña Julia se llamaba y hoy su historia todo el mundo la conoce ya que, como buen periodista, su esposo y sobrino no desperdició la ocasión de contarla en uno de sus primeros y mejores libros, « La tía Julia y el escribidor ».
Los novatos y barbilampiños periodistas que entonces éramos se pasaban el día bajando al despacho donde oficiaba la tía Julia con la esperanza de verle cruzar las piernas.
Sin duda porque en aquellos años sesenta nadábamos en pura inocencia, lo cual no quitaba para que alguno pudiese albergar las insensatas esperanzas del Frédéric de “La educación sentimental” de Gustave Flaubert.
Y pese a que estas consideraciones puedan parecer ociosas y sin venir a cuento, finalmente, guste o no guste, forman parte de la conquista de América Latina por la AFP. Así, en letra menuda, se escriben las más grandes historias.
Y aunque en cierta ocasión presumió con gran sentido del humor de « haber fundado la AFP », Mario permaneció relativamente poco tiempo en el Servicio Latinoamericano, el llamado Desk Amsud, contracción francesa de América del Sur.
Allí escribió noticias hasta que su tía le instó a quedarse en casa y escribir la novela que luego le haría saltar al estrellato cuando se produjo el boom de la literatura latinoamericana.
Con una abnegación que hubiese merecido por lo menos el enamoramiento trágico del « Titanic », ella siguió dándole a las teclas de su máquina de escribir para asegurar el sustento cotidiano hasta que las editoriales reconocieron el talento de su esposo y sobrino.
En este día grande de la feria de otoño de Fuengirola, Costa del Sol, la radio me ha traído la gran noticia. Mario Vargas Llosa, el compañero periodista de los 60, ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Esta noche le saludaré desde muy lejos con un güisqui mojadito de Perrier.
En el cine, hemos visto varias novelas suyas adaptadas con desigual suerte. Su compatriota Francisco "Pancho" Lombardi hizo dos de las más exitosas, "La ciudad y los perros" y "Pantaleón y las visitadoras", esta última con una previa -y peor- versión española.
El mexicano Jorge Fons hizo "Los cachorros" en los primeros 70, Jon Amiel "La tía Julia y el escribidor" y Luis Llosa la más reciente, "El baile del chivo".
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).
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