Colaboración: Los mineros más peliculeros

por © P.L.-NOTICINE.com
El rescate de los mineros, todo un suceso mediático (Reuters)
El rescate de los mineros, todo un suceso mediático (Reuters)
Por Sergio Berrocal *

Guido Orlando habría sido feliz como nadie en la mina chilena de Acatama, donde la impresionante liberación de 33 mineros tras setenta días enterrados vivos se ha transformado en la mejor operación publicitaria con la que hubiese podido soñar cualquier gran nación.

Chile, casi ignorado por los europeos en el concierto de América Latina donde Lula se ha comido todos los titulares, se ha convertido en el país al que en esta extraña Europa de 27 miembros mal casados le rinde pleitesía.

Es alucinante oír porque escuchar sería un cassus bellis con la salud mental más robusta, a comentaristas que hasta hace unos días sabían vagamente que Chile se encontraba en América del Sur.

Con el descaro del analfabetismo periodístico que tanto se lleva estos últimos tiempos hablan de un país modélico y le consagran editoriales laudatorios, tanto que el presidente chileno, Sebastián Piñera, ha tenido que saltar al ruedo para afirmar alto y claro que “algunos con maldad dicen que estábamos programando el rescate (de los 33 mineros) en función a un viaje a Europa”.

Dicen, comentan, que Javier Bardem va a pasar de Los lunes al sol a probablemente ser el héroe de los mineros heroicos, que aparecieron ante las cámaras del mundo entero –mil millones de personas, calculan los entendidos, una China como quien dice—con un glamur espectacular, luciendo atrevidas gafas de estrellas del Rock y sin que les faltara un botón.

Emergían de 622 metros de infierno.

Guido Orlando hubiese andado por los alrededores de la mina como niño con niñera recién estrenada.

Guido era norteamericano nacido en Italia y en 1958 había llegado a París precedido por el pomposo título de rey de los “public relations”, vamos relaciones públicas, pero como hoy el periodismo se confunde a menudo con la llamada comunicación, yo no sé dónde podría estar este hombre.

Tenía rostro cinematográfico anticuado y fumaba los habanos más enormes que yo había visto hasta entonces. Se había hecho famoso en Hollywood impulsando las carreras de Rodolfo Valentino, Greta Garbo e Ingrid Bergman.

Afirmaba que era capaz de hacer un presidente o de afirmar la carrera de una actriz gracias a la complicidad del mismísimo Eisenhower, que además de haber mandado en Europa durante y después de la II Guerra Mundial (1939-1945) se convirtió en presidente de los Estados Unidos.

Guido se frotaría las manos a sabiendas que todos los “comunicadores” que en el mundo son, los que aconsejan a los presidentes, a los primeros ministros y a cualquier político, estarían rabiosos de no haber tenido nunca a mano una mina tan vistosa como la del desierto de Acatama, con sus mineros tan "glamourosos".

Cuánto hubiese disfrutado el bueno de Guido, que en el Hotel Prince de Galles de Paris tenía día y noche, bueno por aquello del mucho trabajo, una impresionante secretaria que, además, escribía en una máquina portátil de última generación.

Pasaba horas enteras dictándole a esa maravillosa criatura sus hazañas en el mundo de la publicidad. Y nunca olvidaba a un aprendiz novillero mexicano de Hollywood, creo recordar, al que hizo localmente famosillo afirmando vía prensa que estaba preparando una corrida de toros en Nueva York. Le vino la fama de la prohibición del alcalde neoyorquino para que cualquiera matase astados en sus tierras.

En 1932, ya metido de lleno en las fenas de Relaciones Públicas, decía que estuvo a punto de convencer a D.W. Griffith para que rodase una película sobre Benito Mussolini, al que le presentó como “campeón de Europa contra el comunismo”.

En las pugna presidencial entre el republicano Herbert Hoover y el demócrata Franklin Delano Roosevelt se metio en el barrio italiano de Nueva York y fundó la Liga Ciudadanos nacidos en el extranjero favorables a Roosevelt y, decía con orgullo dándole caña a su habano, que había conseguido a este último la friolera de tres millones de votos. En agradecimiento, Roosevelt le otorgó inmediatamente el título de Rey de los contactos.

Guido no paraba de contar sus hazañas: una vez sugirió al emperador Hailé Selassié de Etiopía reconstruir su imperio en un desierto norteamericano…

Otra tarde me contó que al terminar la II Guerra Mundial, 1945, se plantó en París para proponerle sus servicios al general Charles de Gaulle, cuya opinión sobre ese tipo de trampas era más bien severa.

A Winston Churchill le pidió que cambiase el puro que era como su personal símbolo para fumar en pipa, una marca que por supuesto pertenecía a un cliente de Guido. Reconocía que recibió la misma acogida que le dispensó De Gaulle.

En 1948 le quiso vender su sabiduría política al gobierno de Gasperi. El hombre dinamita, como afirmaba muy serio que llegaron a llamarle los demócratas cristianos, inventó para ellos el eslogan nada comprometido de Vote por quién le de la gana, pero vote demócrata cristiano. “El Papa -¿quién sería aquel Papa?— terminó concediéndome una condecoración”.

Una tarde que paseábamos por los Campos Elíseos nos tropezamos con un ciego que daba a conocer su condición de no vidente con un cartelito: Ciego. Guido le cogió el cartel, borró lo de Ciego y pidió a alguien que escribiese en francés: La primavera ha llegado. Usted puede verla. Yo no”.

Durante varias horas, el ciego se forró.

Por esto, por los republicanos norteamericanos, la democracia italiana y Hailé Selassié estoy convencido de que a mi improvisado amigo le hubiese encantado encontrarse gestionando publicitariamente la mina chilena. Y seguro que si todavía no hubiese existido, él la habría inventado.

Y que sería capaz de inventar otras para dirigentes políticos cateados en publicidad.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).

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