Crítica: "Biutiful", desgarro opresivo
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Por María José Sánchez Lerchundi
Todavía joven, a mediana edad, la Muerte ya le ha echado a Uxbal el guante; la vida se le va a chorros y empieza a despedirse: de una esposa dislocada, de unos hijos que bracean entre los cascotes del matrimonio en ruinas, de unos negocios inconfesables, de una historia plagada de errores y culpas... Llega, pues, la hora de la compasión, padecer para purificarse antes de alcanzar la Luz. El drama de un crápula, sobrevenido en coloso y agónico diligente.
Y el alarido de "Amores perros", diez años después, ha mutado aquí en un desgarro silencioso, opresivo; el dolor no se fragmenta ya en múltiples historias desdichadas, no; "Biutiful" es un solo, un continuo, cuyo hilo conductor resume Javier Bardem en su pasmoso, demoledor, rostro y una lucha redentora que hace daño a los ojos. Ese hombre carga sobre sus espaldas el peso del héroe a su pesar, a la manera de una tragedia clásica y moderna a la vez, o sea, eterna; pues legendario fue también el afán de Asclepio (o Esculapio) otro héroe griego, por sanar a los enfermos e incluso resucitar a los muertos aunque sus facultades no le libraron de morir fulminado por un rayo.
Alejandro González Iñárritu mira de frente la espalda de Barcelona, allá donde la ciudad pierde su nombre y enseña descarnadamente el caos de la globalización. Y el realizador la mira, la verdad, con ciertas ideas equívocas, su siempre indisimulada inclinación al lado más sórdido de la vida (la vena mejicana tenebrista) y una desmesurada composición de un personaje fantasmal y no obstante tan pertinaz, tan sin fisuras, que su humanidad resulta casi inhumana. Pero, -¿contradicción, milagros del cine o carambola?-, si difícil es creerse al Uxbal/personaje parece imposible sustraerse a la magia que un soberbio Bardem le presta; escalofriante trabajo, justamente premiado con el premio al Mejor Actor en el último Festival de Cannes. Lo uno por lo otro, cierto es que "Biutiful" encierra unas cuantas contradicciones más: el submundo que Iñárritu retrata no parece el más adecuado para hacer una película tan discursiva, demasiado razonadora para el entorno de Uxbal, como lo evidencia la dudosa capacidad de sus convecinos, los del lado menos esplendoroso de la ciudad, habituados a los hechos más que a las palabras, además de ese hormiguero poblado por extranjeros de escasos recursos para captar peroratas.
Pero lo que no logra un guión parcialmente artificioso lo salva un impecable juego de cámara; y ahí está el autor y su firma, persiguiendo magistralmente a sus criaturas, sumando muchos momentos apasionantes y tantos chispazos de talento y energía, la de Maricel Álvarez, que encarna una Marambra, esa mujer desquiciada, sencillamente asombrosa. Todo ello hace de "Biutiful" una historia excepcional. Si el conjunto de la película es dura, la primera media hora resulta incluso engorrosa, difícil de atrapar. Y su excesiva duración puede suponer una de sus taras: sumergido en un universo irrespirable, el espectador observa confortablemente crispado en su butaca todo lo que Iñárritu le restriega. Una eternidad de desgracias pulcramente rodadas, sabiamente reflejadas, difícilmente digeridas…
Puedes también leer la previamente publicada crítica del mexicano Hugo Lara
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Todavía joven, a mediana edad, la Muerte ya le ha echado a Uxbal el guante; la vida se le va a chorros y empieza a despedirse: de una esposa dislocada, de unos hijos que bracean entre los cascotes del matrimonio en ruinas, de unos negocios inconfesables, de una historia plagada de errores y culpas... Llega, pues, la hora de la compasión, padecer para purificarse antes de alcanzar la Luz. El drama de un crápula, sobrevenido en coloso y agónico diligente.
Y el alarido de "Amores perros", diez años después, ha mutado aquí en un desgarro silencioso, opresivo; el dolor no se fragmenta ya en múltiples historias desdichadas, no; "Biutiful" es un solo, un continuo, cuyo hilo conductor resume Javier Bardem en su pasmoso, demoledor, rostro y una lucha redentora que hace daño a los ojos. Ese hombre carga sobre sus espaldas el peso del héroe a su pesar, a la manera de una tragedia clásica y moderna a la vez, o sea, eterna; pues legendario fue también el afán de Asclepio (o Esculapio) otro héroe griego, por sanar a los enfermos e incluso resucitar a los muertos aunque sus facultades no le libraron de morir fulminado por un rayo.
Alejandro González Iñárritu mira de frente la espalda de Barcelona, allá donde la ciudad pierde su nombre y enseña descarnadamente el caos de la globalización. Y el realizador la mira, la verdad, con ciertas ideas equívocas, su siempre indisimulada inclinación al lado más sórdido de la vida (la vena mejicana tenebrista) y una desmesurada composición de un personaje fantasmal y no obstante tan pertinaz, tan sin fisuras, que su humanidad resulta casi inhumana. Pero, -¿contradicción, milagros del cine o carambola?-, si difícil es creerse al Uxbal/personaje parece imposible sustraerse a la magia que un soberbio Bardem le presta; escalofriante trabajo, justamente premiado con el premio al Mejor Actor en el último Festival de Cannes. Lo uno por lo otro, cierto es que "Biutiful" encierra unas cuantas contradicciones más: el submundo que Iñárritu retrata no parece el más adecuado para hacer una película tan discursiva, demasiado razonadora para el entorno de Uxbal, como lo evidencia la dudosa capacidad de sus convecinos, los del lado menos esplendoroso de la ciudad, habituados a los hechos más que a las palabras, además de ese hormiguero poblado por extranjeros de escasos recursos para captar peroratas.
Pero lo que no logra un guión parcialmente artificioso lo salva un impecable juego de cámara; y ahí está el autor y su firma, persiguiendo magistralmente a sus criaturas, sumando muchos momentos apasionantes y tantos chispazos de talento y energía, la de Maricel Álvarez, que encarna una Marambra, esa mujer desquiciada, sencillamente asombrosa. Todo ello hace de "Biutiful" una historia excepcional. Si el conjunto de la película es dura, la primera media hora resulta incluso engorrosa, difícil de atrapar. Y su excesiva duración puede suponer una de sus taras: sumergido en un universo irrespirable, el espectador observa confortablemente crispado en su butaca todo lo que Iñárritu le restriega. Una eternidad de desgracias pulcramente rodadas, sabiamente reflejadas, difícilmente digeridas…
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