Crítica: "Casa vieja", un conflicto más viejo que la casa
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Por Frank Padrón
El cubano Lester Hamlet ha emprendido un considerable salto de altura desde su primer acercamiento a la cámara cinematográfica (el cuento "Lila" de "Tres veces dos") a lo que, en puridad, debe considerarse su ópera prima en tanto realizador: "Casa vieja", de cuyo guión también es en buena medida responsable (lo co-escribió junto con Mijail Rodríguez ) partiendo, como es sabido, de la obra cuasi homónima de Abelardo Estorino, uno de nuestros dramaturgos imprescindibles, quien la concibió y estrenó a principios de la década de los 60.
Sí: en términos líquidamente morfológicos, el joven cineasta nos entrega una puesta limpia, orgánica, que (de)muestra hasta qué punto el destacado realizador de videos-clips domina algo más que el abc de la gestión fílmica, mucho mayor, que implica un largo de ficción.
Incluso, en esos tejemanejes que siempre se dan entre el cine y el teatro, las adaptaciones de antiguo tan polémicas, Hamlet sale airoso, y queda bien con Dios y con el diablo: se las ingenió para mantener una arquitectura (una envoltura, digamos mejor) que alude al lenguaje teatral: división en actos, que sin embargo, emprende una diégesis absolutamente cinematográfica, entiéndase por tal una proyección del tempo, el ritmo, la planimetría y la narrativa que responden ciento por ciento a la estética del séptimo arte.
Pero vayamos a lo conceptual, lo idéico. "Casa vieja" es un texto, al margen de sus especificidades referenciales, sobre reencuentros, sobre colisiones y fricciones familiares, algo que desde el principio en el cine cubano post 59, con mayor o menor grado de acierto, desde un género u otro, se viene abordando ("Cuba baila", "Lejanías", "Cercanías", "Polvo Rojo", "Video de familia", "Miel para Ochún", "Personal Belongings", "La anunciación"… ). La nueva cinta se inserta en este canon con evidente energía, transitando equilibradamente por la cuerda floja que se mueve entre lo (casi) trágico y lo (a ratos) cómico sin que la dualidad tonal entorpezca el flujo narrativo ni el magma dramático, aportando en definitiva una visión no sólo sui géneris sino motivadora y sugerente.
El regreso de Esteban 14 años después, desde España a Cuba, a su vetusta mansión en un pueblo marítimo (eficaz metonimia de insularidad) mientras su padre agoniza (y muere, poco después) desata poco a poco los demonios de los suyos: todos tienen sus "secretos y mentiras", frustraciones y sueños que empiezan a destapar y hacer desandar a medida que el propio huésped los "escarba", entra en contacto con ellos y los incita, hasta explotar en un clímax que dosificada y progresivamente ha ido desarrollando el relato.
Una conseguida atmósfera de suspense, la apoyatura en expresivos planos (que se tornan primeros e incluso "bigs close up" en los momentos de la catarsis) caracterizan la puesta, que a la vez se nutre de caracteres sólidamente dibujados.
Otros rubros aportan lo suyo: la música (Aldo López Gavilán ) jamás estorba o redunda, mal extendido en el cine contemporáneo al que no escapa el nuestro; por el contrario, comenta a veces a modo de susurro, otras enfatizando discretamente según el carácter de la escena, y siempre colaborando con la ambientación, como es de suponer esencial en una película de este tipo; al igual que la fotografía (Rafael Solís), sumada a la plataforma intimista, desveladora, que por tanto se regodea en cromas sobre todo oscuras, auxiliares seguras de una cámara que se mueve desde las diferentes perspectivas en juego, por ese espacio cómplice (más allá del hábitat) tan complementario de los estados anímicos, y donde también se ha lucido la dirección de arte (Vivian del Valle).
Hay un aspecto donde, a mi juicio, sí falla la lectura de Lester, y es en la falta de actualización respecto al conflicto de la diversidad sexual que representa el personaje de Esteban. No olvidemos que Estorino concibió su pieza en la compleja mas ya lejana sexta década del siglo pasado: su personaje era cojo, metaforizando "el defecto" que en aquel entonces, era como sabemos, todo un tabú y si resulta legítimo (y hasta convincente) la recontextualización de la historia, había que hacerlo entonces a fondo, en todos sus personajes, motivos y motivaciones. Y sobre todo, despojándolo de absurdos sentimientos de culpa, de cualquier sentido vergonzante, que inexplicablemente, Hamlet ha dejado intacto.
No se concibe que un joven que vive hoy día en el primer mundo, inmerso en las conquistas de las minorías sexuales, que incluso defiende la movilidad y lo dialéctico (literalmente "lo que está vivo y cambia", dice), se avergüence a estas alturas de su orientación, casi llore ante el hermano autoritario y dogmático porque "había querido ser como él" , eche de menos la no tenencia de una familia (¿dónde quedó la posibilidad en esos lares de matrimonio y hasta adopción para quien lo desee?) y se lamente de no haberle pedido perdón al padre por el nefando secreto. Sólo faltaba el flagelo literal, el látigo con puntas de escorpión, por lo que resulta contradictorio desde la armazón dramática del personaje y la obra toda, inadmisible entonces, y desde el punto de vista de las luchas nuestras por las legitimaciones de los derechos "gays", un retroceso.
Es una reserva importante que tengo contra "Casa vieja" y que de veras lamento pues desde el ángulo artístico, la considero, como supongo queda demostrado en las líneas anteriores, un indudable y plausible logro.
Dejo para el final un punto que refrenda tales criterios: las actuaciones. Si no hubiera otros rubros para encomiar, los desempeños en el film ya bastarían, pues sencillamente representan la valía y autenticidad de una escuela histriónica (la cubana) en la que, siguiendo los presupuestos estéticos del filme todo, se borran también las diferencias interlingüísticas teatro-cine.
Los actores viven sus personajes, les aportan una dimensión mayúscula, una evolución sincera desde lo emocional y lo técnico que también difumina barreras. A pesar de los señalamientos a su rol, en su primer protagónico fílmico , Yadier Fernández elude los esterotipos y caricaturas: Esteban es ese aleph, ese punto de intersección familiar que ayuda a todos sus miembros en sus "vaciados" interiores; Daysi Quintana combina ternura y fiereza en la hermana: esa mujer engañada, reprimida y lo proyecta con abundantes matices; Alberto Pujol logra lo que los grandes: el que un personaje abocado a lo externo se revista de impresionante interioridad, que el caminar por una cuerda de casi perenne extroversión , no le impida una considerable fuerza centrífuga, algo en lo que –desde otro ángulo—consigue Adria Santana, actriz fetiche de Estorino en su teatro que no podía, y no sólo por ello, faltar aquí: su madre de familia se revuelve entre el desgarramiento de la soledad y el dolor por los "trapos sucios" que enfrenta y proyecta con una envidiable y variada gama de recursos. Pese a sus esfuerzos, Susana Texera no logra despojar de cierta violencia a un personaje forzado a representar "lo simpático" que matizara las gravedades del resto.
En actuaciones menos protagónicas pero de no poco peso dramático, Isabel Santos y Manuel Porto reafirman su clase; ella segura y certera desde su papel coadyuvante al explosivo desenlace, él, con la sapiencia que alcanza el equilibrio entre contención y expresividad.
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El cubano Lester Hamlet ha emprendido un considerable salto de altura desde su primer acercamiento a la cámara cinematográfica (el cuento "Lila" de "Tres veces dos") a lo que, en puridad, debe considerarse su ópera prima en tanto realizador: "Casa vieja", de cuyo guión también es en buena medida responsable (lo co-escribió junto con Mijail Rodríguez ) partiendo, como es sabido, de la obra cuasi homónima de Abelardo Estorino, uno de nuestros dramaturgos imprescindibles, quien la concibió y estrenó a principios de la década de los 60.
Sí: en términos líquidamente morfológicos, el joven cineasta nos entrega una puesta limpia, orgánica, que (de)muestra hasta qué punto el destacado realizador de videos-clips domina algo más que el abc de la gestión fílmica, mucho mayor, que implica un largo de ficción.
Incluso, en esos tejemanejes que siempre se dan entre el cine y el teatro, las adaptaciones de antiguo tan polémicas, Hamlet sale airoso, y queda bien con Dios y con el diablo: se las ingenió para mantener una arquitectura (una envoltura, digamos mejor) que alude al lenguaje teatral: división en actos, que sin embargo, emprende una diégesis absolutamente cinematográfica, entiéndase por tal una proyección del tempo, el ritmo, la planimetría y la narrativa que responden ciento por ciento a la estética del séptimo arte.
Pero vayamos a lo conceptual, lo idéico. "Casa vieja" es un texto, al margen de sus especificidades referenciales, sobre reencuentros, sobre colisiones y fricciones familiares, algo que desde el principio en el cine cubano post 59, con mayor o menor grado de acierto, desde un género u otro, se viene abordando ("Cuba baila", "Lejanías", "Cercanías", "Polvo Rojo", "Video de familia", "Miel para Ochún", "Personal Belongings", "La anunciación"… ). La nueva cinta se inserta en este canon con evidente energía, transitando equilibradamente por la cuerda floja que se mueve entre lo (casi) trágico y lo (a ratos) cómico sin que la dualidad tonal entorpezca el flujo narrativo ni el magma dramático, aportando en definitiva una visión no sólo sui géneris sino motivadora y sugerente.
El regreso de Esteban 14 años después, desde España a Cuba, a su vetusta mansión en un pueblo marítimo (eficaz metonimia de insularidad) mientras su padre agoniza (y muere, poco después) desata poco a poco los demonios de los suyos: todos tienen sus "secretos y mentiras", frustraciones y sueños que empiezan a destapar y hacer desandar a medida que el propio huésped los "escarba", entra en contacto con ellos y los incita, hasta explotar en un clímax que dosificada y progresivamente ha ido desarrollando el relato.
Una conseguida atmósfera de suspense, la apoyatura en expresivos planos (que se tornan primeros e incluso "bigs close up" en los momentos de la catarsis) caracterizan la puesta, que a la vez se nutre de caracteres sólidamente dibujados.
Otros rubros aportan lo suyo: la música (Aldo López Gavilán ) jamás estorba o redunda, mal extendido en el cine contemporáneo al que no escapa el nuestro; por el contrario, comenta a veces a modo de susurro, otras enfatizando discretamente según el carácter de la escena, y siempre colaborando con la ambientación, como es de suponer esencial en una película de este tipo; al igual que la fotografía (Rafael Solís), sumada a la plataforma intimista, desveladora, que por tanto se regodea en cromas sobre todo oscuras, auxiliares seguras de una cámara que se mueve desde las diferentes perspectivas en juego, por ese espacio cómplice (más allá del hábitat) tan complementario de los estados anímicos, y donde también se ha lucido la dirección de arte (Vivian del Valle).
Hay un aspecto donde, a mi juicio, sí falla la lectura de Lester, y es en la falta de actualización respecto al conflicto de la diversidad sexual que representa el personaje de Esteban. No olvidemos que Estorino concibió su pieza en la compleja mas ya lejana sexta década del siglo pasado: su personaje era cojo, metaforizando "el defecto" que en aquel entonces, era como sabemos, todo un tabú y si resulta legítimo (y hasta convincente) la recontextualización de la historia, había que hacerlo entonces a fondo, en todos sus personajes, motivos y motivaciones. Y sobre todo, despojándolo de absurdos sentimientos de culpa, de cualquier sentido vergonzante, que inexplicablemente, Hamlet ha dejado intacto.
No se concibe que un joven que vive hoy día en el primer mundo, inmerso en las conquistas de las minorías sexuales, que incluso defiende la movilidad y lo dialéctico (literalmente "lo que está vivo y cambia", dice), se avergüence a estas alturas de su orientación, casi llore ante el hermano autoritario y dogmático porque "había querido ser como él" , eche de menos la no tenencia de una familia (¿dónde quedó la posibilidad en esos lares de matrimonio y hasta adopción para quien lo desee?) y se lamente de no haberle pedido perdón al padre por el nefando secreto. Sólo faltaba el flagelo literal, el látigo con puntas de escorpión, por lo que resulta contradictorio desde la armazón dramática del personaje y la obra toda, inadmisible entonces, y desde el punto de vista de las luchas nuestras por las legitimaciones de los derechos "gays", un retroceso.
Es una reserva importante que tengo contra "Casa vieja" y que de veras lamento pues desde el ángulo artístico, la considero, como supongo queda demostrado en las líneas anteriores, un indudable y plausible logro.
Dejo para el final un punto que refrenda tales criterios: las actuaciones. Si no hubiera otros rubros para encomiar, los desempeños en el film ya bastarían, pues sencillamente representan la valía y autenticidad de una escuela histriónica (la cubana) en la que, siguiendo los presupuestos estéticos del filme todo, se borran también las diferencias interlingüísticas teatro-cine.
Los actores viven sus personajes, les aportan una dimensión mayúscula, una evolución sincera desde lo emocional y lo técnico que también difumina barreras. A pesar de los señalamientos a su rol, en su primer protagónico fílmico , Yadier Fernández elude los esterotipos y caricaturas: Esteban es ese aleph, ese punto de intersección familiar que ayuda a todos sus miembros en sus "vaciados" interiores; Daysi Quintana combina ternura y fiereza en la hermana: esa mujer engañada, reprimida y lo proyecta con abundantes matices; Alberto Pujol logra lo que los grandes: el que un personaje abocado a lo externo se revista de impresionante interioridad, que el caminar por una cuerda de casi perenne extroversión , no le impida una considerable fuerza centrífuga, algo en lo que –desde otro ángulo—consigue Adria Santana, actriz fetiche de Estorino en su teatro que no podía, y no sólo por ello, faltar aquí: su madre de familia se revuelve entre el desgarramiento de la soledad y el dolor por los "trapos sucios" que enfrenta y proyecta con una envidiable y variada gama de recursos. Pese a sus esfuerzos, Susana Texera no logra despojar de cierta violencia a un personaje forzado a representar "lo simpático" que matizara las gravedades del resto.
En actuaciones menos protagónicas pero de no poco peso dramático, Isabel Santos y Manuel Porto reafirman su clase; ella segura y certera desde su papel coadyuvante al explosivo desenlace, él, con la sapiencia que alcanza el equilibrio entre contención y expresividad.
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